martes, 31 de agosto de 2010

Anna - Capítulo 11

Anna bajó a la fiesta una hora después. Alex había bajado apenas terminó de vestirse. Espléndido, como siempre. Mientras se aseaba y vestía, se paseó desnudo por la habitación, sin inhibición alguna. Eso todavía asombraba a Anna, quien la miraba embobada.
Ese hombre tenía el poder de mantenerla al filo de la histeria. Sus últimas palabras: «Me debes algo y ésta noche lo reclamaré» todavía retumbaban en su cabeza. ¿Qué iba a hacer?
Se moría de ganas de darle todo lo que quería, ella también deseaba terminar lo que habían empezado, cualquiera sea el final. Pero sabía que eso la destruiría. Amaba a ese hombre, con toda su alma. Por fin pudo admitirlo, ya no podía negárselo a sí misma.
Suspiró profundamente y buscó a alguna de sus amigas entre la gente. Aunque no lo dijera en voz alta, también buscaba inconscientemente a Alex.

Mientras caminaba entre la gente, saludando con inclinaciones de la cabeza, decidió que esa noche la pasaría bien. Lo que pasara después, lo decidiría en ese momento, se sirvió una copa de champagne y se dispuso a divertirse.
¿Dónde estaba Alex?
Sintió un ligero beso en el hombro, detrás de ella. Se estremeció y se volteó para mirar al objeto de su deseo y constante estado de excitación.
Se miraron a los ojos, recordando con una simple mirada todo el placer que sentían por la reciente intimidad que habían compartido. Ella se ruborizó con solo recordarlo.
—Está hermosa, señora Constanzo. —le dijo Alex, acercó los labios a su oído y le susurró: —¿Puedo suponer que ese rubor en tu rostro está relacionado conmigo y las exquisiteces que compartimos?
Anna abrió los ojos como platos, no podía creer que tuviera la osadía de recordárselo allí, en plena fiesta y con toda esa gente rodeándolos. Un calor extremo le subió desde las entrañas a la cara, y bajó la cabeza.
—Alex… —susurró.
—Ay, cielo… —respondió Alex risueño, —eres tan exquisita cuando te cohíbes. Vamos a bailar ¿sí? —le restó importancia al asunto al ver la turbación de ella.
La tomó por la cintura, dejó apoyada la copa de Anna en una mesa cercana y prácticamente la arrastró hasta la pista de baile.
Bailaron varias piezas a lo largo de la noche, más de las que eran socialmente permitidas, pero al ser una fiesta informal no lo tuvieron en cuenta. También bailaron con otras parejas. Anna se estaba divirtiendo, las copas de ponche y champagne abundaban, y apenas terminaba una, milagrosamente tenía otra en sus manos.
Decidió ir a comer algo en el buffet preparado en el salón contiguo a la pista de baile, para ver si con eso se le pasaba el mareo. Allí se encontró con Julia y Sarah.
—Hola chicas, —saludó.
—Hola Anna, —dijeron al unísono.
—Creo que comeré algo, el champagne está subiéndome a la cabeza, —dijo con una risita tonta.
Se sirvió algunos bocadillos en un plato y volvió con sus amigas, que también estaban picoteando de todo un poco. A cierta distancia vio a la vampiresa de la señora Costa Barceló, riendo de algo que le comentaban sus dos acompañantes masculinos.
Al ver el objeto de su mirada, Sarah comentó:
—Creo que está preparando el escenario para su «fiesta privada» cuando termine ésta.
Las tres rieron.
Quizás a eso se refería Teresa al decir «otro tipo de fiestas» cuando comentó las preferencias de Alex una vez, ahora lo entendía. ¡Había tantas cosas que ignoraba! Se sentía tan tonta a veces.
—Menos mal que sus garras no apuntan hacia nuestros maridos. —Dijo Julia sintiéndose aliviada.
Pero Anna no estaba tan segura de esa afirmación, había visto bailar a la vampiresa con Alex, y ella prácticamente se le tiraba encima. Hacía arrumacos con su cara, gesticulaba con sus manos y reía sugestivamente a cada palabra que él pronunciaba. En ese momento sintió que le carcomían los celos.
Hacía un rato se habían encontrado en el cuarto de aseo de mujeres y ella la había mirado de soslayo en forma altanera, como diciendo: «no eres rival para mi, puedo tener a tu marido cuando yo quiera» e hizo un comentario despectivo a la mujer que la acompañaba: «es una pena que muchos hombres espléndidos prefieran a campesinas ignorantes»
Eso le dolió, sabía que se refería a ella, aunque no lo dijera abiertamente. Lo peor de todo es que era así como se sentía frente a Alex: una campesina ignorante. Él era tan mundano, tan sofisticado, tan seguro de sí mismo. Y ella solo era una simple niña mimada que se había criado en el campo, totalmente ajena a las excentricidades de la sociedad.
«Necesito más champagne», pensó. Y tomó otra copa de la mesa.
—Prueba el ponche, Anna, está delicioso. —le dijo Sarah.
—¿Sí? Lo haré, cuando termine esta copa. —aseguró Anna, preguntándose por milésima vez en la noche dónde estaría Alex. Cuando no lo veía durante un rato, lo buscaba con la mirada. Sólo para saber dónde estaba. Le gustaba mirarlo, era un placer a la vista.
—Si estás buscando a tu marido, —dijo Julia con una sonrisa pícara, —acaba de salir a la terraza, presumo que a fumar.
—Gr-gracias, terminaré estos bocaditos y lo buscaré. —sentía que la lengua se le trababa por momentos. —Me llevaré un vaso de ponche para probarlo, me va a venir bien un poco de aire fresco después de taaaaanto baile. —dijo gesticulando teatralmente.
Se sentía mareada con tanta bebida. Debía parar, pero era tan delicioso y burbujeante.
—¿Estás mareada, Anna? —Preguntó Julia, dándose cuenta de que le costaba hablar. —Quizás debas parar con el ponche.
—No te preocupes, estoy bien. Voy a buscar a Alex.
Y se dirigió ligeramente tambaleante hacia la terraza.
Lo que encontró allí no le gustó.
La vampiresa había seguido a Alex y estaba prácticamente encima de él al final de la terraza. Se notaba a leguas que él trataba de sacársela de encima de forma educada, ella tenía ambas manos apoyadas en el pecho de Alex, y con ojos entornados acercaba su boca a la de él. Él retrocedió hasta donde pudo, pero se encontró con las barandas de balaustres que impedían su movimiento, en una de sus manos tenía un puro encendido, y con la otra intentó apartarla suavemente.
Anna enfureció, la sangre se le subió a la cara, y enferma de celos, sin pensarlo dos veces se acercó a grandes zancadas, empujó a la mujer lejos de Alex y prácticamente le gritó:
—¡¿Qué te crees, vampiresa disoluta?! No te metas con mi marido, ve a buscar a otro hombre disponible para tu «fiesta privada». Toda la noche te la pasaste coqueteando con cualquier pantalón que se te cruzaba. Deja a «mi hombre» en paz, ¿Entiendes lo que digo? O te la verás conmigo, —y la amenazó señalándola con un dedo, —voy a arrancarte cada uno de los pelos de esa rubia cabeza teñida que tienes.
Alex estaba estupefacto con la reacción de Anna. La tomó de ambos brazos y la atrajo hacia él, para evitar que cumpla su promesa.
La vampiresa retrocedió, compuso su vestido y peinado, miró a ambos con asco, diciendo:
—Se merecen el uno al otro. Y tú, Alex, ya no eres ni la sombra del hombre que conocí. Puedes quedártelo, campesina tonta. —Dio media vuelta y volvió al salón.
Al darse cuenta de lo que había hecho, Anna se horrorizó y se llevó una mano a sus labios, asombrada.
—Bueno, bueno, cielo… sabía que tenías carácter, pero esto es absolutamente sorpresivo para mí —dijo Alex riéndose a carcajadas, aparentemente satisfecho.
Nunca entendería a los hombres, debería estar asqueado por su reacción.
—Oh, Alex, lo siento… no debería haberme metido. Debo estar más borracha de lo que pensé, lo siento… —ella pensó que no tenía derecho a meterse en su vida, tenían un acuerdo, volvió a disculparse: —siento si arruiné tus planes.
Él levantó su barbilla con un dedo, para que lo mire y le dijo con dulzura:
—Amor, mi único plan esta noche eres tú.
Y la besó, sujetándole la cabeza con firmeza con una mano mientras que con la otra le rodeaba la cintura, atrayéndola con fuerza hacia el floreciente empuje de su virilidad. Anna tenía los labios húmedos y dulces, con sabor a champagne. Se relajó en sus brazos y correspondió al beso sin inhibición alguna.
Alex le separó los labios y le introdujo la lengua para saborearla más profundamente. El calor se apoderó de ella en forma de olas salvajes que la hicieron desear más. La sujetó entre las piernas, reteniéndola con fuerza con los poderosos músculos de los muslos. Sintió la dura pared de su pecho contra los senos y escuchó el acelerado latido de su corazón.
—Alex… me vuelves loca, —dijo en un susurro.
—Y tu a mí, amor… tócame, siente lo que me haces, —le dijo, llevando una de sus manos a la gruesa cresta que se apretaba contra su vientre. Anna lo acarició tentativamente. —¿Ves, amor? ¿Ves lo que me haces? Me tienes pendiente de un hilo. Necesito estar dentro tuyo, quiero poseerte de todas las formas posibles… te deseo con desesperación.
—Alex, pueden vernos. —dijo Anna consciente de dónde se encontraban.
Él gruñó.
—Lo sé, amor… pero ya ni siquiera puedo pensar. ¿Vamos a la habitación?
Asustada, no sintiéndose preparada para lo que sus palabras insinuaban, dijo lo primero que se le ocurrió:
—No podemos retirarnos todavía,  la fiesta está en su apogeo.
Otro gruñido.
—Me llevarás a la locura, —dijo apartándose. —Deja que me reponga y volvemos adentro.



La fiesta continuó, pero solo se apartaron uno del otro cuando Anna era invitada a bailar, el resto de la noche lo pasaron juntos, bailando, mirándose, tocándose en las ocasiones que podían.
Ella estaba diferente, pensó Alex, más abierta, más dispuesta. Se dio cuenta del motivo cuando, viéndola venir de la pista de baile, se tambaleó ligeramente hacia un costado, luego pasó un mozo y ella tomó otra copa de champagne de la bandeja, casi vaciándola de un trago.
¿Cuánto habría bebido?
Cuando llegó hasta él, posó una de sus manos sobre su pecho y acercando su boca al oído, le dijo casi en un susurro:
—Eres el hombre más hermoso de éste salón, ¿lo sabes?... ¿qué digo? —gesticuló teatralmente. —El más apuesto del muuuundo.
Él la miró con el ceño fruncido.
—Anna, ¿Cuánto has bebido? —le dijo, sacándole la copa de champagne de sus manos.
—Ay, «amor»… hip, —Anna tenía hipo, —eso no importa, lo importante… hip,  es que ¡estoy fe-feliz!
¡Santo Cielo! En vez de una mujer dispuesta, ahora tenía a una borracha indispuesta. Lo único que le faltaba.
—Vamos, cielo. —le dijo al oído, tomándola firmemente de un brazo y arrastrándola tambaleante. —La fiesta ya está terminando y no estás en condiciones de seguir aquí.
—Nooo, Alex… hip.
—Por supuesto que sí.
La guió todo el camino, ella rezongaba porque quería seguir divirtiéndose, prácticamente la empujó por la escalera, como ella se negaba poco elegantemente, la levantó y la llevó en brazos el resto del camino.
Ella aprovechó la posición, pasó una de sus manos por su hombro y con la otra le desató el pañuelo que llevaba al cuello como corbata, desabrochó los primeros botones de su camisa e introdujo la mano dentro, acariciándole el pecho y besándole el cuello ¡con lengua incluida! Le dio ligeros mordiscos en la oreja.
«No sientas», se aconsejó Alex a sí mismo.
Apenas entraron, Alex cerró la puerta con el pie y la bajó al piso.
—¿Puedes mantenerte parada sola?
—¡Claro cielooo!... hip. —se apoyó en el poste de la cama. —¿Me ayudas? —y le mostró la parte trasera de su vestido, para que lo desabrochara.
Él procedió a desabotonarle y cuando el vestido cayó al suelo, se dispuso a desvestirse él. Se despojó del saco y se sentó en la cama para sacarse las botas, cuando vio que ella se ponía frente a él.
La miró embobado. Estaba gloriosa, descalza, con medias hasta la mitad del muslo y la ropa interior.
Medio tambaleante y con risitas tontas de por medio, Anna procedió a sacarse las medias, una a una, despacio. Poco elegantemente, debido a lo mareada que estaba, logró sacarse hasta la última prenda que llevaba, esparciéndolas por el piso en torno a ella.
Y allí, desnuda, en toda su gloria, con los brazos a los costados, una de las piernas ligeramente frente a la otra, sus rosados pezones endurecidos y sus rizos tentadores, mirándolo fijamente con los ojos entornados, le dijo:
—¿No te debía yo algo, amor?
«¡Santo cielo, que tortura!», pensó él, total y absolutamente excitado.
—Sí, mi amor, —le dijo acercándose a ella. La tomó de las manos, le dio un dulce beso en la frente, y con una palmada en la cola, la envió hacia la cama.
Con un respingo, ella subió al colchón, deleitándolo con la hermosa vista de su trasero contorneándose. Él terminó de desnudarse y se acostó a su lado.
Inmediatamente se reunió con él y lo abrazó, metiendo una de sus piernas entre las de Alex, y presionando sus senos desnudos contra el duro pecho cubierto de suave vello.
—Oh, Alex… por fin. —le dijo ella en un susurro.
—Sí, mi amor… por fin, ponte de espaldas a mí y déjame que te abrace y te acaricie.
No podía aprovecharse de ella en ese estado, eso lo tenía claro.
—Pe-pero quiero verte. —le dijo con esos grandes ojos verdes mirándola desconcertada… y mareada.
—Y me verás, cielo… hazme caso, te gustará.
La volteó suavemente, acercó su cuerpo al de ella y procedió a darle ligeros besos en el hombro, a acariciarle los senos, el estómago, la cintura, las caderas, los muslos… suavemente con los dedos, como si de plumas se tratara. Ella se relajó en sus brazos, y sintió que estaba como en un carrusel, la cabeza le daba vueltas. Respiró profundamente, y disfrutando de las caricias de Alex en su sensibilizada piel, fue quedándose dormida.
Cuando Alex sintió su respiración acompasada, los cubrió a ambos con la sábana. Suspirando y abrazándola, pensó:
«Otra noche de insomnio»
Continuará...

lunes, 30 de agosto de 2010

Anna - Capítulo 10

Era de tarde ya, el día había transcurrido sin contratiempos.
Almorzaron ligero, ya que todos estaban ocupados en diferentes actividades relativas a la fiesta que se llevaría a cabo esa noche. Jaime les había comentado que solo asistirían algunas familias de la zona, no serían más de cincuenta personas en total.
Juana, la señora Costa Barceló como le gustaba que la llamaran, no había dado señales de vida desde el almuerzo. Por lo visto le gustaba dormir la siesta, para estar libre y despejada para sus «juegos nocturnos», como dijo Ámbar, con sorna.
Las cinco mujeres estaban tomando el té y charlando animadamente en la terraza de la mansión de los Allegro, con vista a una gran llanura plana y un camino de pinos definiendo el acceso a la propiedad. Se veían a lo lejos pequeños oasis de árboles esparcidos a lo largo de todo el valle. El sol estaba escondiéndose lentamente en el horizonte.
Alex y Federico habían salido a cabalgar, a pesar de que Jaime les había dicho que no era conveniente después de la lluvia tan copiosa que había caído esa madrugada, les explicó que como el día estuvo bastante nublado, el campo estaba minado de charcos de agua, algunos bastante profundos, que podían desestabilizar al caballo.
Pero ambos, aventureros del alma, dijeron que solo darían un paseo corto.
—Ahí se los ve volver, —dijo Julia, contenta de ver a su marido.
Se notaba que venían cabalgando como si los persiguiera el diablo.
—Oh, Dios, ¡están jugando una carrera! Con el campo tan traicionero como está después de la lluvia. —dijo Ámbar preocupada.
A Anna casi se le para el corazón al ver a Alex cabalgar de esa forma.
Se perdieron de vista detrás de uno de los bosquecitos más próximos a la propiedad, distante a no más de cien metros de la casa.
Al rato se lo vio a Federico seguir su camino hasta la caballeriza cabalgando a toda velocidad, pero no a Alex.
Todas quedaron expectantes.
Pasaron dos, tres segundos… cinco. Ya debería aparecer a la vista.
—Ohhhh, —es todo lo que pudo decir Anna, avanzó unos pasos, bajó las escaleras del porche. Volvió la vista hacia sus amigas y giró de nuevo hacia el bosque y se puso a correr como desaforada.
Escuchó los gritos de las mujeres:
—¡Jaimeeeee!
—¡Samuel!
—¡Juan! Parece que Alex tuvo un accidenteeeee…
Anna corría, y corría y parecía que el bosque estaba cada vez más lejos. El pasto estaba mojado y no facilitaba la carrera. Rodeó rápidamente los árboles  por la zona en la que vio salir a Fede.
Vio al caballo pastando despreocupadamente a un costado y luego encontró a Alex.
Estaba tirado en el suelo de espalda, en una postura nada elegante.
—¡Alex! ¡Alex! —gritó Anna, y se acercó corriendo a donde estaba. El corazón le latía apresuradamente. «Dios, que no le haya pasado nada grave», pensó.
Llegó hasta él y se arrodilló a su lado. El sentido común le decía que no debía moverlo. No sabía qué hacer, solo quedaba esperar a que vengan en su auxilio.
—Oh, Alex… mi amor —dijo en un susurro cerca de su oído. —no te mueras, no me dejes tú también. —La angustia hizo que todas las lágrimas contenidas durante tanto tiempo afloraran y empezó a sollozar casi histérica abrazando a su marido, besándole la frente, los ojos… —Alex… despierta por favor… —y volvió a llenarle de pequeños besos la cara.
—¿Estoy en el cielo? —preguntó Alex en un susurro. —Veo un ángel.
—Ohhhh, —ella rió, sollozando todavía.
Y Alex le secó las lágrimas con su boca… y se apoderó de sus labios.
La tendió encima de él y la besó como nunca antes la había besado. Primero con suavidad, después con firmeza, tentativamente la hizo abrir la boca y su lengua encontró acceso, enredándose con la de Anna, buscando, tomando, mientras el placer se intensificaba y se extendía. Feliz de que esté bien, ella respondió al beso de igual forma.
La estrechó con fuerza entre sus brazos, enardecido por su reacción desinhibida. No recordaba cuándo se había sentido así de frenético y ansioso, por última vez. Quería hundirse en ella, penetrarla hasta no sentir nada más que placer, hasta no pensar ni percibir nada que no fuera ella.
La volteó sobre el pasto mojado y hundió las manos en su pelo, estrujando la masa suave y dejando que resbalara como seda entre sus dedos. La imaginó desnuda en la cama, con los cabellos extendidos sobre la almohada, toda fuego, luz y suavidad, y se estremeció de deseo.
Alex fue el primero en reaccionar al escuchar unas risas.
Todos hablaron a la vez:
—¿Quién dijo que necesitaban ayuda?
—Yo estaba segura que había caído…
—¡Hey! Ustedes… tienen público.
—¡Búsquense una cama!
Más risas.
Ambos se incorporaron. Anna se arrodilló en el pasto mojado, con los ojos todavía llorosos, mirando a su marido. Alex estaba apoyado de espalda, con los codos en la hierba.
—Lo siento, —dijo Alex. —Siento haber dado este espectáculo a tan miserables espectadores, pero solo quería tranquilizarla. La pobrecita estaba llorando.
—Bueno, parece que la dejaste más acongojada. —dijo Jaime arrodillándose junto a él. —¿De verdad te caíste?
—Sí, viejo… uno de esos hoyos de los que hablaste. Ayúdame a levantarme, por favor. —pidió Alex, lanzando maldiciones por el dolor que sentía en la espalda.
Dos de los varones ayudaron a Alex a llegar hasta la habitación de la casa con muchos «yo te dije, yo te avisé» de parte de Jaime. Todo el camino seguidos de cerca por Anna, que estaba preocupada por los gemidos de dolor de Alex.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación, sus amigos preguntaron:
—¿Necesitas ayuda, Alex? Ambos están mojados, deben sacarse esa ropa inmediatamente —dijo Samuel, preocupado.
—¿Quieres que mande a buscar al médico? —preguntó Jaime.
—No, gracias… estoy bien, en serio. —Dijo, abrazando a Anna, como para poder sostenerse bien, —aquí mi mujercita se encargará de mí… ¿no, cielo? —la miró risueño.
—Una paliza es lo que necesitas, no cuidados —dijo Anna en broma. —No se preocupen. Muchas gracias Jaime, Samuel. Yo me hago cargo.
—Si necesitan algo, solo avisen, nos vemos más tarde en la fiesta —dijo Jaime, y cerró la puerta suavemente.
Anna ayudó a Alex a llegar hasta la cama y prácticamente se dejó caer en ella. Realmente estaba adolorido, pero no era nada grave, nada que un poco de mimos de su esposa, un buen baño y un rato de descanso no curara.
—Ve a cambiarte, cielo… estás mojada. No quiero que te enfermes. —le dijo Alex con una media sonrisa.
En el apuro de ayudarlo, Anna se sacó toda la ropa mojada, y solo se puso un salto de cama bien mullido y calentito, atado con un cinturón.
Cuando volvió junto a él, lo encontró en la misma posición que lo había dejado. Sin siquiera sacarse una sola prenda mojada, tenía uno de los brazos levantado debajo del cuello y otro sobre su pecho, con los ojos cerrados y las piernas estiradas y cruzadas.
—¡Alex! Estás mojado… no te sacaste nada.
—Mmmmm, —fue todo lo que dijo, sin abrir los ojos ni moverse.
—Déjame ayudarte, —le dijo y procedió a desabotonarle la camisa, con dedos temblorosos. Fue adquiriendo confianza, pensando que lo hacía como si fuera una enfermera ayudando a su paciente enfermo. Le quitó las botas, las dejó a un costado y lo miró.
Solo faltaban las calzas. Él seguía muy campante, acostado con los ojos entornados, mirándola sin preocuparse absolutamente de su estado de semi desnudez.
—¿No piensas sacarte el pantalón, Alex? Está mojado, —le dijo Anna frunciendo el ceño.
Él levantó una mano y le acarició la mejilla.
—Lo estás haciendo muy bien, cielo… y además, me duele todo. Necesito ayuda, —le dijo pícaramente.
—Hummm —fue toda la expresión de Anna, «voy a hacer que se avergüence», pensó, desabrochó los botones de su calza y le dijo: —A ver, levanta la cola.
—Sí, señora, —dijo Alex, y procedió a obedecerla.
Ella le sacó el pantalón de un tirón, con ropa interior incluida y él quedó totalmente desnudo a sus ojos, con una pierna extendida y la otra doblada, y las dos manos detrás de la nuca.
Anna se quedó parada frente a él, al costado de la cama, mirándolo embobada. «Es tan bello», pensó… y no tenía ni una pizca de vergüenza, le salió el tiro por la culata.
Al ver que ella se ruborizó intensamente, Alex pensó: «quizás el viejo era gordo y feo, quizás le gusta lo que está viendo»
—Anna… —susurró Alex con voz ronca.
Ella salió de su trance. Se acercó y lo tapó, sin decir una sola palabra.
—Cielo, —repitió Alex… —Ven a mi lado. Necesito tu calor.
Ella no pudo rehusarse. Necesitaba lo mismo. No quería pensar, solo quería sentir. Sentirlo a él, bien cerca.
Levantó la sábana y se metió dentro de la cama con él. Sin necesidad de preguntas, se buscaron, se abrazaron, ella apoyó una mano en su pecho y otro de los brazos en su espalda a la altura de su cintura. Él la apretó contra su torso y le acarició la espalda a través del salto de cama, otra de sus manos buscó sus nalgas y la apretó contra él para hacerle sentir su erección.
Se quedaron largo rato así, abrazados, acariciándose suavemente, hasta que él digo despacio:
—¿Te diste cuenta que hoy fue la primera vez en casi dos años que realmente nos besamos, Anna?
—Sí, es cierto —respondió ella casi en su susurro, con la cara escondida en su cuello, aspirando su aroma.
Le tomó la barbilla con los dedos y la levantó. Sus miradas se encontraron.
—Siempre nos dimos suaves besos, así, —y le dio un ligero beso en la frente, —o así, —otro ligero beso en la mejilla, —o así, —un suave beso en los labios. —Pero nunca antes nos habíamos besado así. —Y pasó la lengua por los labios entreabiertos de Anna.
Procedió a mostrarle a lo que se refería: sus labios se movieron sobre los de ella, probándola, saboreándola, tentándola y confundiéndola. Un instante después, la lengua de Alex estaba dentro de su boca. Todo su cuerpo se estremeció y tembló, cada centímetro de su piel se ruborizó. Debería estar nerviosa, pero no lo estaba. Debería apartarlo. Pero, ¡Santo cielo! no quería que parase.
Un anhelo de placer se extendió por todo su cuerpo, centrándose en su parte más íntima, desatando una punzada de calidez entre sus piernas. Sus pechos se tensaron bajo el salto de cama. Sus pezones se endurecieron.
Alex fue desatando el nudo del cinturón del salto de cama lentamente, y Anna no supo en qué momento, ni cómo, pero al cabo de un instante se encontraba desnuda en sus brazos. Sintiendo piel contra piel.
—Tócame, amor, —le pidió Alex. Ella tímidamente recorrió el pecho de él con sus dedos, luego su estómago, su cintura y su espalda. Era un placer tocarlo.
Pronto se convirtieron en una maraña de piernas y brazos mientras se besaban descontroladamente. Anna estaba inmersa en sensaciones que nunca jamás había imaginado. Ni siquiera en sus constantes fantasías nocturnas había sentido algo así. El torso, piernas y brazos de Alex estaban cubiertos de fino vello oscuro y le encantaba el roce de éste contra su suave piel.

Alex se puso encima de ella y se llevó un seno a la boca y comenzó a lamerlo, luego el otro. Mientras la lengua de él dibujaba húmedos círculos alrededor del pezón, su mano bajó más, acariciándole el estómago, las caderas y los muslos. Sus dedos siguieron hasta la cara interior del muslo y ella cerró las piernas de manera instintiva.
Esa mano subió entonces de vuelta al estómago de Anna y bajó hasta los suaves rizos que ocultaban su sexo. Ella gimió cuando Alex introdujo un dedo entre sus piernas firmemente apretadas le acarició los labios inferiores suavemente, de modo a que ella misma se rindiera y deseara abrirse para él.
Anna se sintió momentáneamente avergonzada por la humedad que había allí, pero rápidamente perdió cualquier inhibición cuando él comenzó a introducir y sacar un dedo, y sumiéndola en un mundo de sensaciones, abrió un poco las piernas.
—Ábrete para mí, cielo… necesito tocarte. Tú también los deseas.
Y Anna lo hizo, abrió sus piernas y él tuvo amplio acceso a su parte más íntima. El húmedo dedo de Alex comenzó a acariciarle el clítoris, en suaves movimientos circulares. Y ella no se apartó, deseosa de más.
La boca de Alex, que hasta ese momento jugaba con sus pezones, los lamía, les daba ligeros mordiscos, fue bajando por la base de sus pechos, introdujo la lengua en su ombligo, lamió su estómago y llegó a su entrepierna. Contemplaba embelesado su sexo mientras seguía acariciándola con los dedos, metiendo y sacando, jugueteando con su punto más sensible.
—Me encanta verte, así, amor… tan dispuesta, con tus piernas abiertas para mí. Me encanta contemplarte —y mientras hablaba suavemente, fue bajando la cabeza hasta que llegó a reemplazar sus dedos por su boca. —besarte, lamerte… mmmm.
Anna se estremeció cuando la punta aterciopelada de la lengua de Alex comenzó a acariciarle el sexo y la zona tan sensible que había encima. Comenzó a retorcerse y a arquear las caderas. Sentía algo... no sabía qué... pero había… algo más. Empujó, se retorció y arqueó las caderas. No podía estarse quieta, y Alex le agarró las nalgas, elevándola, sosteniéndola, obligándola a aceptar el placer que su lengua le proporcionaba.
—¡Alex! —gritó Anna, conmocionada.
—Sí, amor… déjate llevar. —dijo Alex en un susurro e introdujo su lengua más profundo aún, metiendo y sacando, lamiendo su clítoris y chupándolo, sorbiendo sus fluidos con avidez.
Sus músculos se tensaron más y más, y gimió histérica, incapaz de soportarlo por mucho más tiempo. Finalmente, cuando creía que iba a morir de placer, su sexo se contrajo en una enorme convulsión que la atravesó como si de una explosión se tratara, haciendo que se estremeciera y gritara el nombre de Alex por décima vez esa noche.
Él volvió a la altura de ella en la cama y la abrazó, pero mantuvo su mano quieta en el sexo de Anna, sintiendo sus últimas convulsiones. Ella había vuelto a cerrar las piernas firmemente, asustada por las sensaciones que sintió.
Retiró su mano suavemente y ella gimió y se volvió a estremecer con el roce de sus dedos en su sexo tan sensible. Él la contempló y despacio, muy despacio, apoyado en sus manos, subió encima de ella. Estaba más que preparada para él.
—Ahora vas a ser mía, cielo, —le dijo en un susurro ronco.
Con su rodilla, abrió de nuevo las piernas de Anna y…
Toc, toc, toc… 

Al principio, ninguno de los dos escuchó nada.
Toc, toc, toc…

—Tocan a la puerta, Alex. —dijo Anna, que ya saciada, estaba más atenta a los ruidos exteriores.
—¡Maldición! —rugió Alex.
—¡Tortolitos! —Era la voz de Ámbar, —la fiesta está a punto de comenzar. ¿Están listos? Ya están llegando los primeros invitados.
Los dos se miraron sin decir una palabra.
Al no oír respuesta, insistió:
—¡Alex! ¿Estás bien? Me quedé preocupada por ti.
Ambos se levantaron apresurados de la cama, ella se puso el salto de cama en un segundo.
—Todo bien, Ámbar. Estamos vistiéndonos. Bajamos enseguida. —respondió Alex ceñudo. —Se volvió hacia Anna, todavía desnudo y en un susurro dijo: —Lo siento, no pudimos acabar lo que empezamos.
«¿No?» pensó ella. ¡Dios! Hay más… todavía sentía que las piernas le temblaban y apenas podía sostenerse en pie, agarrada al poste de la cama.
—Oh, Alex…
Se acercó a ella, y le dijo al oído:
—Me encanta cuando dices mi nombre excitada, y cuando gimes. Me debes algo, amor… y ésta noche lo reclamaré.
Continuará...

domingo, 29 de agosto de 2010

Anna - Capítulo 09

Anna apenas tuvo tiempo de terminar de bañarse en el pequeño cuarto de aseo que tenía la habitación, cuando Alex entró sigilosamente.
—¿Anna? —preguntó.
¡Maldición! Había dejado su salto de cama en la habitación, pensando que tendría más tiempo. «¿Qué más da?», pensó… ya la había visto sin él. Había visto más que su camisón —se sonrojó solo de pensarlo —y había tocado mucho más de lo que había visto.
—Ya voy, Alex.
Inhaló, exhaló —una, dos, tres veces —y salió del cuarto de aseo, tan rápidamente que casi cocha contra él.
—Cuidado, cielo.
—Oh, perdón.
Pasó de largo sin mirarlo y con la prisa casi tropieza con la silla del pequeño escritorio que había en la habitación. Alex oyó que maldecía y sonrió.
«Está nerviosa», pensó él. Se cambió rápidamente en la misma habitación, pero ella en ningún momento lo miró, le daba la espalda.
Cuando se acercó a la cama vio que estaba haciendo una mueca con la cara.
—¿Te duele algo, cielo?
—Todo, las piernas, la espalda —dijo Anna. —No debería haber cabalgado tanto, es la falta de costumbre. Cuando vivía en la hacienda no tenía este problema.
—Bueno, no sé si me dejarás aliviar todos tus dolores, pero por lo menos un masaje en el hombro y espalda puedo darte, tengo un ungüento especial para eso, ya lo traigo.
—Alex… no. No hace falta.
Ya estaba rebuscando en su baúl.
—Tonterías, no me cuesta nada. Acuéstate boca abajo, amor. —dijo Alex acercándose a la cama.
—Yo… no creo, eh… —no podía dejar de mirar su torso desnudo embobada.
—Vamos, deja de balbucear… date la vuelta. —Estaba adorable, con sus grandes ojos verdes mirándolo asustada. —Si te portas bien, dejaré que me hagas lo mismo, —Alex rió.
Anna se puso boca abajo, con las manos a los costados.
El se sentó a su lado en el borde de la cama, metió la mano por su cuello y desató la cinta que mantenía el camisón cerrado. Para tranquilizarla, le explicó:
—Voy a tener que bajarte un poco el camisón, cielo. Para poder masajearte el hombro. No te preocupes.
—Mmmm… —fue todo lo que Anna pudo decir, al sentir sus manos hurgando en el frente de su camisón. Debería pararlo ahora. Pero ¡Oh, santo cielo! Deseaba tanto sentir sus caricias de nuevo. Que poca voluntad tenía en lo que a éste hombre se refería.
Solo bajó un poco el camisón —«por ahora», pensó el —se aplicó un poco de la crema en las manos y empezó a masajearla por la base de la cabeza y el cuello. La piel de Anna era tan suave, toda ella era tan delicado, que temía que sus grandes y pesadas manos le hicieran daño, así que lo hizo suavemente.
—Avísame si puedes soportar más presión.
—Oh, Alex… se siente tan bien. —susurró satisfecha.
—Me alegro que te guste. Te sentirás mucho mejor después de esto. Ahora cierra los ojos y relájate. Solo disfrútalo, amor.
Y sus manos siguieron haciendo maravillas en su cuello y hombros, sin que ella se diera cuenta fue bajando un poco más el camisón y siguió el masaje en su espalda. Anna solo estaba concentrada en las sensaciones que esas manos grandes y poderosas le estaban causando. A veces lo hacía con la palma, presionando los músculos adoloridos, otras con las yemas de los dedos.
En dos o tres ocasiones hasta creyó sentir sus labios que se posaban por lugares en los que se daba cuenta que particularmente le dolía.
Al masajear la columna vertebral, fue bajando más y más el camisón hasta la cintura, y dejó al descubierto toda la espalda, cremosa, suave, hermosa. Tenía una cintura esbelta. Cubrió su cintura con ambas manos y fue subiendo por los costados de la columna, presionando suavemente.
Anna gimió.
Ella sabía que eso no estaba bien, estaba prácticamente desnuda frente a él, pero deseaba más, deseaba que metiera sus manos por delante y le tocara los senos, como hizo anoche. Deseaba que la viera desnuda —se sonrojó de solo pensarlo —increíblemente no se sentía cohibida al estar así con él.
Parecían solo unos segundos, pero ya habían pasado más de diez minutos. Él sintió que ella estaba preparada para dar el siguiente paso, que no se rehusaría, estaba totalmente excitada, podía sentirlo.
Lentamente, la volteó hacia el frente, y quedó acostada de espaldas en la cama. Él le dio suaves besos en la frente, en la nariz y en los labios, mientras la acomodaba entre las almohadas.
Estaba desnuda de cintura para arriba, podía ver su estómago suavemente redondeado, contempló sus senos perfectos, de un tamaño ideal para caber en sus manos, ni demasiado grandes, ni pequeños, firmes y turgentes. Sus pezones rosados, excitados por la expectación.
¡Santo cielo! Era tan hermosa, que casi le dolía. Su miembro estaba tan duro que parecía que iba a explotar. Pero decidió que debía mantener la calma, darle más de lo que ella quería. Estaba disfrutando con el masaje, quizás le permitiera llegar a otras partes.
Pasó sus dedos con movimientos circulares por sus pezones y ella gimió. Se acercó lentamente y posó sus labios en uno de ellos, con una caricia suave, sacó la lengua y le lamió suavemente, ella se estremeció. Hizo lo mismo con el otro pezón, y sintió que se encorvaba hacia adelante, como ofreciéndoselos. Eso fue suficiente para él, no pudo aguantar más en introdujo todo su pezón en la boca y empezó a chuparlo.
Al ver que ella se tensaba, se apartó y la miró.
Ella lo estaba observando, con sus ojos tan abiertos que parecía que iban a salírseles de las órbitas.
—No puedo… —dijo casi en un susurro.
—¿Qué pasa, amor? ¿No te gusta?
—No es eso, al contrario… pero no puedo permitir que sigas adelante.
—¿Por qué no? Ambos lo deseamos… ¿qué tiene de malo?
«Todo», —pensó ella —pronto iban a divorciarse, él tenía a su amante o sus amantes, solo Dios sabía cuántas. Ella no quería ser una más del montón. No quería tener ese tipo de recuerdos que la torturaran toda la vida. Saber que lo había tenido, que había sido suyo y lo había perdido. Mientras todo fuera platónico, sería más fácil la separación.
—Creo que lo sabes… —dijo ella, pensando en los motivos antes citados, creyendo que para él su razonamiento también tendría sentido.
Pero la sorprendió preguntándole:
—¿Es él, no? ¿Todavía lo amas?
Ella se incorporó en la cama, abrazándose para tapar sus senos descubiertos, totalmente desconcertada por la conclusión a la que Alex había llegado. No entendía a qué se refería.
—¿Él? ¿A qué te refieres?
Alex se levantó, fue hasta el extremo de la cama y le dijo, casi con rabia:
—Al viejo con el que te veías, el que te «abandonó», —dijo casi escupiendo esa última palabra.
—T-tí… digo, ¿Ernesto?
—No sé cómo se llama.
—Oh, Alex… —sabía que lo que iba a decir él lo interpretaría totalmente de otra forma y que le caería mal, pero era la pura verdad: —yo nunca dejaré de amarlo… y nunca lo voy a olvidar.
—Entiendo. —dijo Alex bruscamente. —Buenas noches, Anna.
Apagó la luz y se acostó de espaldas a ella.
Anna acomodó su camisón, si tuviera lágrimas que derramar, ya estaría llorando. Pero después de tantas pérdidas en su vida, de tanto llanto, se sentía como un desierto. Puso su almohada entre ellos y también le dio la espalda.
Sería una larga noche.


A la mañana siguiente se despertó sola en la cama. Eso no la sorprendió, Alex debía seguir enojado.
Se bañó, se vistió y fue a desayunar. Vio que todos ya lo habían hecho y se dispuso a servirse sola, no tenía mucha hambre, solo tomó un té con tostadas y mantequilla. El día estaba nublado, la noche anterior había llovido y ella ni siquiera se había dado cuenta.
La casa tenía un ambiente festivo, se fijó que los criados iban de aquí para allá organizando actividades. Escuchó risas y conversaciones provenientes de uno de los salones y fue a mirar que ocurría.
Encontró a tres de las mujeres preparando arreglos de mesa y adornos en papel de seda, cintas de satén y flores naturales.
—¡Buen día! ¿Qué ocurre aquí? —preguntó Anna con más alegría de la que sentía.
—¡Buenas noches! —Contestó Myriam risueña en son de broma, —parece que tuviste una velada agitada después de retirarte. No me sorprende, Alex aprovechó la primera oportunidad que encontró para correr detrás de ti.
Todas rieron.
—Estamos organizando la fiesta de esta noche, querida. —dijo Julia.
—¿No recuerdas? Hoy es el aniversario de casamiento de Ámbar y Jaime —le recordó Sarah.
En ese momento llegó la homenajeada al salón diciendo:
—¡Anna, despertaste por fin!
—¡Felicidades, Ámbar! —Dijo Anna, —hoy es el gran día, ¿no?
—Sí, mi querida… y por desgracia para mí se sumó a la fiesta la odiosa de mi cuñada. —dijo con un mohín de repugnancia en la cara. —Vino sola sin su marido, como es su costumbre para arruinarme el día.
—Vamos, Ámbar, no debe ser tan mala, —dijo Julia, compasiva.
—¡Já! Te aconsejo que cuides de tu marido, porque esa vampiresa no deja hueso sin roer. Menos mal que el mío es su hermano.
Unas rieron, otras pusieron cara de espanto.
A Anna solo le interesaba saber dónde estaba Alex, y si seguía enojado con ella. No lo vio en todo lo que quedaba de la mañana.
Cerca del mediodía decidieron que necesitaban más flores para los arreglos de mesa, así que Sarah, Ámbar y Anna fueron hasta el invernadero para elegirlas.
Para llegar al invernadero, había que pasar por el frente de las caballerizas, cuyos grandes portones estaban abiertos de par en par.
—Miren, ¿No es ese Alex?, —preguntó Sarah, mirando dentro de los establos.
—Mmmm, sip —dijo Ámbar, y me parece, querida Anna, que el elegido hoy es tu marido. Mira, allí está con él, la vampiresa lo persiguió desde que llegó.
Anna la miró con una media sonrisa nerviosa, sin saber qué decir.
—¿No vas a hacer nada? —preguntó Sarah.
Anna estaba confundida, no sabía qué es lo que se esperaba de ella en estos casos. Nunca se había visto en una situación como aquella. Se suponía que él era libre de hacer lo que se le antojaba.
Pero este fin de semana era diferente. Estaban juntos, tenía que hacer algo de modo a que sus amigos no piensen que estaban peleados. «Qué rápido se consuela», pensó Anna y con recelo preguntó:
—¿Qué puedo hacer?
—¡Marca tu territorio, Anna! —dijo Ámbar anonadada. —¿No eres celosa?
Anna suspiró y se dirigió a grandes pasos hacia las caballerizas, seguida de cerca por las dos mujeres.
Alex estaba de espaldas con la mano en las bridas de uno de los purasangre, y con la otra sostenía un cepillo para crin. «La vampiresa», cuyo nombre todavía no se había enterado, estaba frente a él, hablándole.
Anna se acercó silenciosamente por detrás y tomando a Alex del brazo, le dijo:
—Hola amor, ¿me extrañaste?
Alex se dio la vuelta sorprendido y desconcertado por las dulces palabras de Anna. Luego miró hacia atrás de ella y vio a las dos mujeres.
«Confabulación femenina», pensó. Y le siguió la corriente, a pesar de que todavía estaba molesto por la forma en que se estaban desarrollando sus planes. Con una sonrisa pícara, le dijo:
—Por supuesto, cielo… siempre. —La miró con ternura y le pasó un brazo por el hombro.
La rubia y despampanante vampiresa miró a ambos abrazados y frunció el ceño, sin emitir sonido. Era evidente que estaba molesta por la interrupción.
Alex miró a su acompañante diciendo:
—Perdón, querida… eh, permíteme presentarte a la hermana de Jaime, es la señora Juana Costa Barceló. Es experta en caballos, su marido también se dedica a criar purasangres. Me estaba dando algunos consejos interesantes.
—Hola, —dijo la vampiresa, solo «hola», nada más.
—Mucho gusto, señora Costa, —dijo Anna mirándola fijamente —pero que yo sepa «mi marido» es un experto también, y monta como los dioses.
La inocencia de Anna no le permitió darse cuenta del doble sentido de la frase, pero sus amigas, que estaban escuchando atentas detrás de ellos, se taparon la boca para no reír a carcajadas. Alex abrió los ojos como platos.
—Lo hace muy bien, por cierto, —aseveró la vampiresa, dándole a entender que sabía de que hablaba Anna.
—Dígamelo a mí. —la miró fijamente y se aferró a la cintura de Alex.
Alex contempló todo ese intercambio estupefacto. ¿Estaría celosa de verdad o solo era un teatro?
—Bueno, Alex, señoras… —dijo Juana —mi hermano me encargó una tarea y todavía no pude hacerla. Con su permiso me retiro.
Apenas salió del establo, Ámbar y Sarah se acercaron a la pareja, que todavía seguía abrazada.
—¿Qué fue todo eso, Anna? —le dijo Alex, —¿Acaso te pusiste celosa, amor?
Anna rió y apoyó su cabeza en el hombro de Alex, no sabiendo si debía o no echar la culpa a sus dos amigas. Pero no necesitó hacerlo, Ámbar los interrumpió:
—Admito que fue mi culpa, ¡Pero estuviste genial, Anna! —y rió a carcajadas también.
—Ella no suele ser celosa, yo admito también que me encantó. —Alex rió satisfecho.
—Bueno, no le das motivos, ¿no? —interrumpió Sarah.
—Por supuesto que no, —la abrazó y le dio un beso en la frente. Anna, que lo había abrazado antes, se sentía en la gloria. «No parecía enojado por lo de la noche anterior»

Continuará...

sábado, 28 de agosto de 2010

Anna - Capítulo 08

En sueños, a mitad de la noche, Anna buscaba el refugio de la otra almohada que tenía en su cama siempre, adormilada la encontró en la oscuridad y se aferró a ella, como siempre lo hacía.
Alex solo podía dormir a medias, pero al darse cuenta que Anna lo buscó a mitad de la noche y lo abrazó como si fuera a perderlo, le correspondió al abrazo, aspirando su aroma. Ambos cuerpos estaban entrelazados, incluso las piernas de ella, que habían quedado al descubierto al dormir, una de ella prácticamente lo envolvía.
¡Qué tortura! Alex estaba duro como una piedra, y ella se apretaba a él, hundía su cara en su cuello y sentía su respiración caliente. Al cabo de un rato logró controlarse y disfrutar de la calidez de ella, de tenerla abrazada tan íntimamente, de sentir sus senos apretados contra su pecho, solo con el ligero obstáculo que representaba la tela del camisón.
Se quedó dormido de nuevo.
Más entrada la noche fue Anna la que despertó a medias, y adormilada se dio cuenta que tenía prácticamente encima de ella el cuerpo pesado y cálido de Alex. En la semiinconsciencia, disfrutó del momento y hundió su rostro entre el cuello y el hombro de Alex, abrazándolo por la cintura, sintiendo su piel y sus piernas enroscadas.
«Creo que he muerto y llegado al paraíso», pensó Anna medio dormida y sonriendo satisfecha, se sumió de nuevo en un sueño profundo.
Al amanecer, Alex despertó y se dio cuenta que Anna seguía pegada a él, pero al revés, «por lo visto se mueve bastante durante la noche», pensó. La tenía abrazada de espaldas, el miembro de Alex despertó rápidamente y presionó contra las nalgas casi desnudas de Anna, cuyo camisón se le había subido hasta casi la cintura.
Durante la noche se le había desatado la cinta que sostenía el frente del camisón cerrado. Alex bajó suavemente uno de los breteles y le dio ligeros besos al hombro y cuello, acariciando suavemente su estómago por arriba de la tela del camisón.
Anna despertó lentamente, sintiendo una calidez inusual, alguien le hacía cosquillas en el cuello y el estómago. Era la gloria. Se estremeció y movió ligeramente su cuerpo para acercarse aún más a esa dureza deliciosa que sentía presionando sus nalgas.
Dio vuelta la cabeza y miró a Alex con los ojos entornados.
—Buen día, cielo —dijo Alex suavemente, como en un susurro ronco, sin dejar de acariciarla —qué hermoso despertar.
Ella dudaba de su capacidad de emitir sonido alguno.
—Mmmm, Alex… buen día. —dijo con voz tan profunda que la sorprendió, —¿cómo fue que terminamos en esta posición?
—No tengo idea, amor… solo sé que yo sigo en mi lugar de la cama, —dijo él risueño.
—Oh, lo siento. No era mi intención usurpar tu lugar. —Dijo ella, tratando de apartarse, pero él no se lo permitió.
La atrajo de nuevo hacia él, hundiendo su boca en el cuello de ella y besándola, presionando con sus manos su estómago y la base de sus senos.
—No te alejes de mi, se siente tan bien, ¿no?
—Mmmm.
Alex encontró un espacio en el camisón medio subido de ella para poder meter las manos y acariciar directamente la piel de su estómago, su cintura, sus caderas, lentamente, para no asustarla.
—Tienes la piel como si fuera de seda. —dijo en un susurro.
La otra mano encontró acceso en el escote abierto que el satén dejaba al descubierto y se apoderó de uno de sus senos. ¡Oh, Dios, que delicia! Cabía perfectamente en su mano, era suave y el pezón se sentía pequeño y excitado. Lo acarició con la punta de sus dedos, y ella gimió.
Fue el sonido más hermoso que Alex hubiera escuchado en su vida. Ella gemía por el placer que él le estaba dando. Sintió que iba a explotar.
La caricia de Alex en uno de sus senos estaba torturando a Anna. Quería más, quería algo que no sabía que era, aunque tenía una ligera idea.
Alex presionó su erección contra las nalgas de ella y fue moviéndose lentamente, sin dejar de acariciarla en ningún momento, la mano que acariciaba su estómago fue bajando y subiendo lentamente, hasta solo bajar.
Cuando ella sintió que una de las manos de Alex se dirigía directamente a su entrepierna, se alarmó. Intuitivamente sabía que si llegaban a ese punto no habría vuelta atrás.
Se soltó de su abrazo como pudo, nada elegantemente, respirando agitadamente. Se arrodilló frente a él, lo más alejada que pudo y lo miró como si no entendiera lo que había pasado.
Él tenía la respiración agitada también, y la miraba confundido, se recostó contra la almohada y se pasó ambas manos por la cara, maldiciendo en su interior.
—Prometiste, Alex… —le dijo en voz baja.
Él se acomodó mejor en la cama, cubrió con la sábana su erección que abultaba su pijama y la miró. Estaba tan hermosa, toda sonrojada, y uno de sus senos al descubierto, como él lo había dejado, con su capullo de rosa rogándole que lo besara. Sus muslos asomaban a la vista por debajo del camisón levantado. Se veía adorable, excitada y asustada.
—Prometí hacer lo que tú quisieras, cielo. Y parecía que era lo que deseabas, tu cuerpo me lo pedía.
Ella se bajó de la cama lentamente, se acomodó el camisón, sonrojada y se cubrió con el salto de cama.
—Parece que mi cuerpo es muy traicionero. Pero la razón me dice que esto no es lo correcto. Tú lo sabes.
No, él no lo sabía, pero lo dejaría así por el momento. Fue un gran avance. Estaba satisfecho a pesar de su frustración. Ella estaba bajando sus defensas.
 Sonrió para sus adentros, bajó de la cama, se acercó a ella por detrás, separó su despeinado cabello de su hombro, le dio un ligero beso en el cuello y le dijo:
—Yo sólo sé que te deseo…
Y se dispuso a asearse y vestirse, como si ella ni siquiera estuviera allí.


El día estaba radiante.
Desayunaron a medida que se levantaban, no había reglas ni horarios, todo era muy relajado. Todo lo contrario a como ella se sentía.
Recibieron a la última pareja que llegó. Como venían de un sitio más cercano, llegaron a mitad de la mañana, dispuestos a disfrutar del día y de un fin de semana en compañía de sus amigos.
Entre todos decidieron salir a cabalgar. Jaime y Ámbar Allegro eran propietarios de caballos de purasangre. Todos dispuestos para su elección, como ella no montaba hacía bastante tiempo, se decidió —aconsejada por Alex, —por una magnífica yegua no tan grande como los demás.
La ayudó a montar y emprendieron camino.
Era un grupo muy homogéneo y muy alegre. Se hacían bromas entre ellos, jugaban carrera, incluso algunas de las mujeres. Ella, como había perdido el entrenamiento, lo tomó más relajadamente. Sabía que si abusaba esa noche se encontraría totalmente adolorida.
Se veía cerca un pequeño bosque, como un oasis dentro del desierto, lo rodearon y llegaron a un hermoso arroyo de aguas cristalinas.
—Fin del primer tramo, —dijo Ámbar. —éste lugar parece perfecto para almorzar, ¿no creen? Tenemos el arroyo para refrescarnos, y los árboles para protegernos del sol.
Todos asintieron, felicitando la elección del lugar.
Estaban bien surtidos, había carne y pollo frío, variedad de queso y jamones, pan casero, ensalada de papas y arroz y vino en abundancia. De postre frutas variadas.
Los dos criados que habían traído la comida extendieron los manteles en el pasto con todas las delicias que trajeron y todos se dispusieron a almorzar. La conversación era fluida y las bromas continuaron. Alex y Federico, otro de los amigos, marido de Julia, parecían ser el foco de todas las bromas, por las locuras que habían cometido en su adolescencia y juventud.
Julia reía, poniendo los ojos en blanco por las bromas que le hacían a su marido. Ya estaba acostumbrada, llevaban cuatro años de casados.
Alex estaba apoyado de espaldas por el tronco de un árbol, y le hizo una seña a Anna para que se acercara más a él.
Ella dudó, pero sabiendo que estaban entre amigos y él no intentaría nada raro, se acercó a él. La acomodó entre sus piernas y la rodeó con los brazos, apoyando la cara en el hombro de Anna y dándole ligeros besos en la mejilla.
—Hummm, los tortolitos, —dijo Myriam.
Todos rieron. Y la pareja recién llegada, que eran prácticamente recién casados, pero habían tenido un noviazgo bastante largo, se apartaron un poco del grupo para descansar.
Al ver que cada pareja se había acomodado a hacer la siesta en lugares diferentes, Alex aprovechó y mordisqueó el lóbulo de la oreja de Anna.
Ella rió.
—Me haces cosquillas, Alex.
—No es cosquilla, amor. —le dijo en un susurro. —Es deseo.
A veces Anna parecía extremadamente inocente. Como si «el viejo» no hubiera existido. No iba a pensar en eso, la sola idea de visualizar el delicioso cuerpo de Anna entrelazado con ese hombre, le producía nauseas.
La abrazó más fuerte y le dijo:
—Descansemos un rato.
—Mmmm, —dijo Anna, medio adormilada ya, acurrucándose en el pecho de su marido.
Fue un día perfecto, y una noche también maravillosa.
Alex aprovechaba cada ocasión que tenía para tocarla, ligeros roces, la apoyaba contra él, la abrazaba, le daba besos en la mejilla y comisura de los labios. Le decía palabras cariñosas al oído. Parecía como si estuviera preparando el escenario para un gran estreno. En síntesis, la mantenía en constante estado de excitación.
La cena estuvo deliciosa, la reunión posterior también, jugaron cartas y juegos de mesa, todo mezclado con excelente vino en abundancia, se divirtieron hasta casi medianoche, cuando todos empezaron a bostezar y desperezarse.
Anna, que estaba adolorida de la cabalgata del día, ya quería ir a acostarse. Entonces le dijo a Alex en un susurro al oído:
—Alex, me voy a acostar ya. Estoy muy cansada y me duelen músculos que ni siquiera sabía que existían.
Él la miró a los ojos, sus caras estaban muy juntas, y le dijo:
—Te acompaño, amor…
—No es necesario, en serio. Prefiero estar un rato a solas.
—Como quieras, —le dijo Alex, comprendiendo que necesitaba tiempo para cambiarse y asearse. Le dio un ligero beso en la nariz.
Anna se despidió del grupo, agradeciendo el hermoso día y salió de la habitación con su característico andar tan femenino y delicado.
Alex se quedó mirándola hasta que desapareció de su vista.
Lo que Anna ya no escuchó fueron las bromas que sus amigos le hicieron al verlo embobado mirando retirarse a su esposa.
—¿Qué esperas, Alex? Ve tras ella, no te queremos aquí con esa cara de carnero degollado y babeando por una pollera. —dijo Jaime riendo.
Cada uno dio su opinión:
—Mira sus ojitos, le brillan de la emoción con solo mirar a su mujercita contonear las caderas, —dijo Samuel, el marido de Sarah, riendo a carcajadas.
—Alex Constanzo, el mayor calavera de nuestro grupo, embobado por una mujer, ¿quién lo diría, no? —dijo Federico.
—Hablando de calaveras, —dijo Juan, el marido de Myriam, —tú no te quedabas atrás en tú época, Fede.
Por suerte, la conversación recayó en Federico, el compañero de juergas de Alex, y ambos fueron objeto de las burlas en ese momento.
Alex, increíblemente, no se sentía mal por la situación. «Es impresionante como la mujer adecuada puede cambiar totalmente la perspectiva de un hombre» pensó.
Aceptó las burlas con una sonrisa, sin sentirse cohibido. Sólo esperaba el momento adecuado para ir a meterse a la cama con Anna, sentir su calor y acariciar su adorable cuerpo… ¿Ya se habría cambiado?
 
Continuará...

Anna - Capítulo 07

Era jueves a la mañana, y Anna no podía estar más nerviosa. En unos instantes viajaría con Alex, se haría pasar por su esposa en todo el sentido de la palabra. ¡Qué locura! Había cambiado de opinión cientos de veces durante la semana.
Le había escrito a Serena contándole sus planes, y Serena, en su inocencia sólo le había dicho: «¿Y eso que tiene de malo, amiga? ¿Acaso no es tu marido? ¿No hacen eso los esposos, viajar juntos a veces? ¿Cuál es tu problema?»
Teresa fue peor, cuando se lo contó empezó a gritar de contentísima:
—¡Por fin! Ya era horaaaaaa… prométeme una cosa, Anna, me lo tienes que contar «todo», ¿escuchas? ¡Todo!
—¿Te has vuelto loca? No voy a tener nada que contarte, no va a pasar nada, ¿me entiendes? Solo viajaremos juntos… y, bueno…
—Compartirán habitación, uhhh… dormirán en la misma cama, —lanzó una carcajada, —¿y tú crees que no pasará nada? ¿De qué material crees que están hechos los hombres? Amiga, ellos solo tienen una cosa en su cabeza, y eso se llama: sexo.
—Tere, ya lo hablamos. No pasará nada. Nuestro acuerdo sigue igual.
—Si tú lo dices. —Dijo no muy convencida y con una sonrisa pícara en los labios.
Anna ya tenía todo preparado, más bien, hacía días que había preparado todo.
Bajó a desayunar. Alex ya estaba en el comedor, leyendo el periódico y terminando su desayuno.
—Buenos días, Alex.
—Buen día, cielo… ¿Cómo amaneciste?
—Todo bien, ¿a qué hora salimos?
—Apenas estés lista. Ya está todo organizado.
—Estoy lista. —dijo no muy convencida.
Alex se acercó a ella, le dio un beso en la mejilla y le dijo:
—Estás muy tensa. No estés nerviosa, amor.
—No lo estoy, —mintió.
—No, y yo soy Jesucristo, —dijo Alex en son de broma, y la arrastró hacia sus brazos, presionándola contra su cuerpo y besando su cuello, aspirando su aroma a lavanda. —Mmmm, eres exquisita.
Ella rió.
—¡Me haces cosquillas, Alex!
La miró, sus bocas estaban tan cerca que podía sentir su aliento fresco.
Alex decidió arriesgarse, y pasó ligeramente su lengua por los labios de Anna. Ella dio un respingo y se apartó.
Él se lo permitió. Y como si no hubiera pasado nada, simplemente dijo:
—Tenemos que irnos ya, cielo.
«Mala jugada» pensó.


Alex hizo todo lo posible para que ella se relajara, incluso cuando llegaron, bien entrada la tarde y les mostraron su habitación, dejó que ella se instalara sola, que se ambientara primero.
Cuando todas las parejas llegaron, menos una que llegaría al día siguiente, se dispusieron a cenar. El ambiente era relajado, cordial y muy alegre. Los hombres del grupo eran amigos de toda la vida, por lo que tenían muchas anécdotas divertidas.
Todos los varones tenían alrededor de los treinta años, uno más o uno menos, y fueron al colegio juntos. Las mujeres tenían entre veintidós y veintiocho años, Anna era la más joven de todas, apenas con veinte años.
Trataron de no mencionar las travesuras más picantes de Alex, quizás como no la conocían muy bien, —era la más nueva en el grupo, —no querían herir sus sentimientos. Pero ella misma les dio pie a que las contaran. Al ver que Anna reía con las locuras de su marido, —aunque en el fondo se sentía colorada como un tomate —se relajaron y siguieron con las historias.
Al terminar la cena, los varones salieron a la terraza a fumar unos puros y tomarse un coñac. Las mujeres pasaron al salón a conversar.
La hicieron sentir bienvenida, todas eran maravillosas, cada una en su estilo, pero Ámbar era la más simpática de todas. Siempre la estaba haciendo reír. Era muy curiosa, por eso a veces, hasta temía sus preguntas.
Para variar, esa noche no podía ser diferente, en un momento dado se dirigió hacia Anna y le dijo:
—Anna, de verdad tienes que contarnos tu secreto.
—¿Secreto de que, Ámbar? Yo no tengo secretos. —sonrió nerviosa.
—¡De cómo mantienes tan enamorado a tu marido después de casi dos años de matrimonio! Ese hombre respira por ti… cuéntanos.
Las tres mujeres la miraron expectantes.
Anna no sabía que decir, rió tontamente. No podía decirles lo equivocada que estaban. Alex era simplemente así: cariñoso y juguetón, siempre lo fue.
—De verdad me sorprendes, Ámbar, yo no lo sé… es que… —dudó de sus palabras, tenía que decir algo que no dejara mal a Alex, y que no los dejara a los dos en evidencia, optó por la verdad a medias. —Es su naturaleza, él es muy cariñoso, siempre lo fue. Además, los dos estamos tan ocupados todo el día, casi no nos vemos, a veces incluso se pasa semanas en el campo. Realmente no sé qué decirles, chicas.
—Ese debe ser el secreto, entonces. —dijo Myriam, una de las mujeres mayores del grupo. —¡Mandemos a nuestros maridos lejos para que nos extrañen!
Todas rieron.
Pero Julia, que era la que más conocía a Alex, porque era hermana del marido de Sarah —que llegaba mañana, —y esposa de otro, no estaba tan convencida.
—Alex nunca fue cariñoso. Yo lo conozco de niño, y nunca vi que haga demostraciones de afecto a nadie. Y a ti no puede sacarte las manos de encima.
Silencio.
—Realmente lo cambiaste, nena —dijo Myriam.
Julia agregó:
—Eso es indiscutible, el Alex que todas conocíamos desapareció. No tienes idea de cómo eran antes de casarse contigo, Anna.
—Bueno, por las anécdotas que me contaron, tengo una ligera idea. —rió nerviosa. Deseaba cambiar de tema, pero no se le ocurría ninguno.
Al darse cuenta de su turbación, Ámbar acudió a su rescate:
—¡Ya sé! ¡Eres una bruja! Lo hechizaste… —dijo movilizando las manos teatralmente.
Todas rieron de nuevo.
Myriam bostezó —pidió disculpas, —y contagió a todas las demás.
—Parece que estamos todas muy cansadas por el viaje. —Dijo Myriam.
—Estoy molida. —Acotó Julia, desperezándose.
Entonces Ámbar, la anfitriona, que era la única que no tenía sueño porque ya había llegado hacía tres días, las invitó a ir a acostarse.


Ya en el dormitorio, se movió nerviosa por toda la habitación. Se aseó y se cambió rápidamente, de modo a que cuando Alex llegara, ella ya estuviera recatadamente cubierta.
Se había puesto un camisón de satén color ocre claro con encajes a tono y el salto de cama a juego. Era un conjunto recatado, largo hasta el piso, con una cinta en el cuello, que si se desataba dejaba al descubierto el nacimiento de sus pechos. Se apresuró a atarlo.
El salto de cama era amplio, ocultaba todo a la vista. Se lo sacó y lo dejó apoyado en los pies de la cama, por si lo necesitaba. Lo que Anna no sabía era que el material del camisón se pegaba a su cuerpo al moverse y se vislumbraba toda su adorable y fina silueta.
Cuando se disponía a acostarse, entró Alex.
Se quedó embobado mirándola. Se acercó.
—Vaya… estás hermosa, cielo. Pareces una diosa.
La miraba intensamente. A Anna se le erizaron los vellos del brazo, y sintió ese escalofrío ya tan familiar que le recorría la espalda e iba desde sus senos a la entrepierna.
Sus pezones se endurecieron, y él vio el cambio en la textura de su camisón. Sonrió.
Ella lo deseaba también, estaba seguro. O más bien, deseaba que fuera así. Si ella no le permitía hacerle el amor durante este fin de semana, estas cinco noches serían una tortura.
Sin acercarse más empezó a desvestirse, se sacó la chaqueta y estiró la camisa fuera de los pantalones. Luego las botas.
Ella seguía parada como hipnotizada, sin poder moverse. ¡Dios! Se iba a desvestir delante de ella y no podía moverse ni dejar de mirarlo.
Cuando empezó a desabotonarse la camisa, él habló, y la sacó de su trance.
—Cielo, espero que no te moleste que duerma solo con el pantalón del pijama. Normalmente me gusta dormir desnudo, pero sé que eso te incomodaría.
Con más confianza de la que sentía, respondió:
—No me molesta, Alex. Puedes hacer lo que quieras. —Al darse cuenta lo que sus palabras daban a entender, agregó: —Me refiero a que duermas con que el pijama.
El sonrió, y ella se apresuró a acostarse, taparse hasta la barbilla y darle la espalda, para que tenga intimidad al cambiarse.
Tenía los ojos cerrados, casi apretados, cuando sintió que la cama cedía del lado de Alex. Su corazón empezó a palpitar alocadamente. El silencio se hacía insoportable.
Algo tenía que decir, y lo primero que se le ocurrió fue:
—¿Sabes que me sorprendí mucho cuando Ámbar me dijo que habías cambiado mucho desde que nos casamos y quería saber mi secreto?
—¿Secreto de qué? —preguntó Alex, volteándose hacia ella y apoyando su cabeza en una de sus manos. Los dos estaban frente a frente. Ella tapada y él con la sábana por la cintura.
La noche era clara, y la luz de la luna le permitió ver que ella le hablaba con los ojos cerrados. La cama no era tan grande como para que no sintiera el calor que emanaba de su cuerpo, estaban tan cerca que si extendía apenas la mano podría tocarla. Pero no quería echarlo a perder todo la primera noche juntos.
Era ella la que debía decidir los pasos a seguir, el sólo le mostraría el camino y le daría a entender que estaba dispuesto. Se lo había prometido, le había dicho que pasaría sólo lo que ella quisiera.
—De cómo tenerte tan enamorado, ¡si ellas supieran!—rió tontamente.
—¿Y qué le contestaste? —dijo Alex sorprendido de que las esposas de sus amigos se hayan dado cuenta de lo que él guardaba tan celosamente, y le pidió: —Abre los ojos, cielo.
Ella lo hizo, y pudo ver su torso desnudo, cubierto de un ligero vello, más espeso en el pecho y que bajaba se perdía dentro del pijama. Sus hombros eran anchos y poderosos, y su estómago plano. No era un hombre flaco, pero no tenía un gramo de más en su cuerpo.
Era perfecto, y ella se moría de ganas de tocarlo.
Como no le respondía, volvió a preguntar:
—No me respondiste, ¿qué le contestaste? —dijo acercándose un poco más a ella.
—Llegaron a la conclusión que era una bruja.
—¿Quién?
—¡Yo! Que yo soy una bruja…
—¿Y me lanzaste un hechizo? —rió Alex.
El ambiente risueño hizo que Anna le siguiera el juego.
—Sí, exactamente. ¿Te gustaría que lo intente?
—¿Hechizarme?
—Sí.
—No es necesario, cielo… ya lo estoy. Puedes hacer de mi lo que quieras, soy tu esclavo. —Entonces tomó una de las manos de Anna y la puso sobre su pecho desnudo. Se acercó lentamente y posó sus labios sobre los de ella, sin presionar demasiado, solo unas leves caricias, casi como el toque de una pluma. Combinando sus alientos al respirar.
Entonces ella le sorprendió al apartarse lentamente y decir:
—Buenas noches, Alex. Que descanses.
—Cobarde. —le dijo en tono de broma. —Buenas noches, amor… que descanses tú también. —«Yo no voy a poder pegar un ojo», pensó.
Y ella le dio la espalda.
Otra noche de frustración.
 
Continuará...