lunes, 16 de agosto de 2010

Anna - Capítulo 02


Como la noche anterior se durmieron relativamente temprano, exhaustas por el viaje, Anna ya estaba en pie y arreglada apenas amaneció. Se vistió de negro, como correspondía a su condición actual, el único toque de color blanco era la enagua que sobresalía con puntillas en lo bajo de la falda.
Anna no era vanidosa, pero sabía que era una joven que llamaba la atención del sexo opuesto, aunque nunca sintió la tentación de probar sus atributos femeninos con nadie, aparte de que en la hacienda no había abundancia de jóvenes, y en su viaje «a la libertad» estuvo constantemente custodiada por su tío Ernesto, que era más exigente aún que su propio padre.
Tenía abundante pelo castaño rojizo en ligeras ondas hasta casi la cintura, lo dejó suelto atado con una cinta negra a modo de vincha y con la luz del sol se veían destellos de fuego, en contraste con su piel blanca y los ojos verdes creaban un conjunto impresionante. Se veía mayor que los 18 años que tenía, sobre todo debido al luto que llevaba.
Decidió dar un paseo por el parque y esperar a que Serena y tía Sofi se levantasen. Tomó la sombrilla blanca con encaje, por si tardaba más y el sol calentaba, unos trozos de pan, y avisándole a mamá Chela, —quién se apoyó en una de las ventanas a controlarla— cruzó la calle para ver a los cisnes despertar.
Se sentó en un banco frente a la laguna y arrojó algunos pedacitos de pan para ver si los cisnes se acercaban a picotear. Se sentía muy triste, demasiadas cosas le ocurrieron en un lapso demasiado corto de tiempo, y todavía no podía asimilar totalmente las consecuencias de lo que el futuro le deparaba y le imponía.
Absorta en sus pensamientos, pasaron varios minutos, no prestaba atención a lo que ocurría a su alrededor, el parque estaba en relativa calma, casi desierto, solo se veían algunos ancianos haciendo su caminata matinal antes de que el sol asomara más por el horizonte. Estaba sentada con la espalda muy recta, las manos en el regazo y la cabeza baja, una que otra lágrima arrimaba en sus ojos, pero ella no se permitía llorar.
Un suave viento arrojaba algunas hebras de su cabello hacia un lado y los tenues rayos de sol convertían su rojiza cabellera en mantos de fuego, que en contraste con su blanca y cremosa piel creaban un halo de misterio a su alrededor.
Fue así como él la vio por primera vez.
Como una diosa de negro, caoba y marfil, imponente, se levantó suavemente al ver acercarse unos cisnes y les arrojó más trocitos de pan, se movía con gracia, alta, más alta que lo habitual en una mujer, esbelta y elegante. No podía ver la expresión de sus ojos, ya que se encontraba alejado de ella, pero por su postura se la notaba triste, incluso pasó la yema de sus dedos por el ojo, como si estuviera reteniendo alguna lágrima.
Evidentemente estaba de luto, ¿Sería viuda?
La curiosidad y su atrevimiento característico lo indujeron a acercarse más a ella. Se apoyó en un árbol cercano, como a tres metros de ella, con las manos cruzadas sobre el pecho y uno de sus pies apoyados sobre el otro, en una postura como diciendo «soy yo, te estoy esperando»
Ella sintió un hormigueo en su nuca, y un calor que le recorría toda la columna vertebral, lentamente miró hacia un lado, con el corazón latiéndole más rápidamente, no vio nada, se giró atrás, solo vio a un par de adolescentes persiguiéndose, hasta que miró hacia el otro lado y lo vio.
Era el hombre más apuesto que había visto en su vida, sus grandes y entornados ojos azules con espesas pestañas la estudiaban de arriba abajo, casi con insolencia. Sus ojos reían, pero esa sonrisa no llegaba a su boca… ¡y que boca! Llevaba el pelo negro largo sujeto en una cola de caballo hasta poco más abajo del hombro, sin sombrero, con botas de montar y la camisa blanca ligeramente abierta, metida en los pantalones marrones, casi al descuido.
Nunca en toda su vida tuvo sensaciones tan intensas como en ese momento, ese hombre la desnudara con la mirada, sintió los senos pesados y un ligero calor que le bajó hasta la entrepierna, ¡Dios Santo! ¡No podía dejar de mirarlo…! Y él le sostenía la mirada de lo más campante, como retándola.
—¡Ya hay demasiado sol para que ande por la calle sin abrir la sombrilla mi niña! —Mamá Chela la sacó de su trance, estuvo perdida durante algunos segundos, hasta que miró a su niñera y asintió sin entender muy bien que hacía… —Vamos adentro niña Anna.
—Sí, mamá Chela… vamos —respondió, y miró de nuevo hacia el árbol, pero el desconocido había desparecido.
¿Y si fue un sueño? Tanta belleza de hombre solo podía ser eso, una ilusión de su pensamiento.
Pero no, apenas volvió sobre sus pasos y tomó la sombrilla del banco donde estaba sentada lo vio alejarse en sentido contrario a donde ella iba, con zancadas rápidas y seguras, como dominando todo a su paso.
«¡Qué espécimen de macho!» Al instante de pensarlo, sonrió para sus adentros. ¿Qué me pasa? Esto no es típico en mí… y siguió a mamá Chela hasta la casa.


Con el ajetreo del desayuno, los planes a realizar ese día y las conversaciones de sus huéspedes, se olvidó momentáneamente del Dios de pelo negro y ojos azules que le hizo temblar de pies a cabeza esa mañana.
Junto con mamá Chela fue al despacho del abogado esa mañana a solicitarle que le prepare una entrevista con el «bastardo desgraciado» que quería aprovecharse de ella y apoderarse de su fortuna.
Porque eso es lo que Anna veía desde su perspectiva. Ella podía contratar a alguien para que se ocupara de sus finanzas, no necesitaba un marido que se apodere de su herencia, podía aprender, y más adelante quizás hasta involucrarse en el negocio de su padre, ¿Por qué no? No era ninguna tonta.
Sabía que la mayoría de la gente tenía un mal concepto de ella, la veían como una niña malcriada y consentida, que siempre tuvo todo lo que quiso y que manejó siempre a su padre a su antojo.  Puede que sea cierto, pero eso no la hacía una tonta.
«Tengo que escribir al tío Ernesto», —pensó frunciendo el ceño— quizás él pueda ayudarme a resolver todo esto.
El abogado le prometió que le conseguiría una cita lo antes posible y se despidió de él sin más preámbulo.
De ahí pasó a dejar una nota a la casa de su querida amiga Teresa Mercado, hija de un comerciante muy amigo de su padre, que solía pasar los veranos en la hacienda cuando ella y Serena eran más pequeñas.
Pero era demasiado temprano para que Teresa esté despierta, desde que hizo su debut en sociedad, se pasaba todas las noches de fiesta en fiesta y dormía hasta el mediodía, según les contaba en las extensas cartas que se enviaba a sus dos amigas «del campo», como ella las llamaba, por no decir «campesinas», que sonaba muy mal.
Estaba prometida al hijo de un banquero, poco agraciado pero muy inteligente, que según ella «no le inspiraba lujuria»… ¿Será que ella sabía lo que eso  significaba cuando lo escribió? Porque Anna y Serena tuvieron que buscarlo en el diccionario.
Terminados sus trámites volvió a la casa y encontró a Serena y su madre esperándola para almorzar.
Debido al calor de la tarde, hicieron una siesta reparadora y luego se sentaron en la galería del patio interior de la vivienda a conversar, hasta que escucharon unos gritos provenientes del zaguán:
—¡Amigas del Campo! Es un placer tenerlas por aquí… ¿Cómo están?
Era Teresa, quién hacía su entrada triunfal, muy segura de sí misma como siempre y acaparando todas las miradas.
Las tres eran tan diferentes que era imposible confundirlas. Teresa tenía el pelo tan negro como Serena lo tenía rubio, Teresa era voluptuosa y llena de curvas mientras Serena era espigada y casi plana, aunque ambas tenían más o menos la misma estatura, en ese caso era Anna la que las superaba. Por lo demás, Anna, con su pelo  color caoba, era un término medio en todo entre ellas dos.
Las tres se abrazaron y empezaron a hablar al unísono:
—¡Ya te extrañábamos! —decía Serena.
—¡Menos mal que viniste! Ya pensábamos que Morfeo te había acaparado… —replicó Anna.
—¡Ayyy, chicas, las quiero! —decía Teresa, con voz emocionada. —Las extrañé un montón.
Luego de saludarla, doña Sofía se retiró silenciosamente para dejar a las tres amigas conversar. Tomaron el té con pastas y se pusieron al día en un montón de temas, aunque Anna todavía no abordó el más importante de todos: su compromiso.
—Siento mucho lo del tío Guillermo, Anna. Mis padres no pudieron llevarme cuando sucedió. Papá estaba de viaje y los hijos de mi hermano Juan Francisco quedaron al cuidado de mamá, ya que él también viajó con su señora a Europa. Pero bueno, eso ya te lo conté por carta. ¿Qué tal estás ahora? ¿Cómo te sientes? —le preguntó preocupada.
—¿Qué te puedo decir, Tere? Estoy triste, me he quedado absolutamente  sola, si no fuera por mi tío Ernesto no tengo a nadie más en este mundo.
Ambas amigas la interrumpieron al unísono.
—¿Cómo dices? ¿Qué?
—¿Y nosotras que somos?
—Me refiero a los parientes, ustedes tienen a sus padres, no saben lo que es quedarse totalmente desamparada en la vida. Saben que siempre pueden contar con el apoyo de ellos, no solo monetario, sino emocional. Yo no, y mi tío está lejos. —Hacía un esfuerzo sobrehumano para no ponerse a llorar ahí mismo— Y para colmo de los males, Tere, todavía no sabes la última novedad…
Al ver la expresión angustiada y triste de su amiga, Tere dijo con los ojos bien abiertos:
—No sé si quiero oírlo…
Anna suspiró profundamente y se echó para atrás en la mecedora donde estaba sentada, cubriéndose la cara con las dos manos y bajándolas de nuevo lentamente para anunciar:
—Mi padre ha dejado toda mi herencia en fideicomiso a su abogado, y solo puedo acceder a ella a los 25 años si me caso. Si no, dependo de él toda la vida. Y me ha comprometido en matrimonio al hijo de su socio de negocios, en ese caso si me caso con el «bastardo desgraciado», la herencia es mía y puedo hacer con ella lo que se me antoja. Pero por supuesto, con el permiso de "mi maridito", —se levantó de la mecedora y dio unos pasos hasta apoyarse en el pilar de la galería y continuó: —no sea que yo, la muy tonta lo despilfarre en vestidos, viajes y fiestas… bueno, esto último es una acotación mía, como te habrás dado cuenta.
Por un momento Teresa se quedó muda de la sorpresa, y luego preguntó:
—Y el «bastardo desgraciado»… ¿Qué gana con todo esto?
—Los dos, padre e hijo ganan el control absoluto de la empresa si nos casamos, ya que el abogado queda fuera de todo.
—Es increíble viniendo de tu padre, que siempre te ha consentido… —dijo Teresa.
Y Serena, que hasta entonces no dijo nada, replicó:
—Yo hasta ahora no puedo creerlo, Don Guillermo siempre fue muy indulgente con Anna, nunca la obligó a nada.
—No sé qué decirte, amiga —dijo Teresa. —pero… ¿Cuál es el nombre del «bastardo desgraciado» si se puede saber?
Y Serena se dio cuenta en ese momento que ella tampoco lo sabía, ambas la miraron detenidamente, esperando la respuesta.
Anna se acercó a ellas y les dijo:
—Alexander Constanzo.


Continuará...

1 comentarios:

Mayte dijo...

hayyyyyyy que emocion mi mente esta trabajando a mil por hora la sigo saludos

Publicar un comentario