viernes, 27 de agosto de 2010

Anna - Capítulo 05


Un año y medio después…

—¡Ay, Tere, maldita mi suerte! —le dijo Anna a su amiga. —¿Por qué todos a los que amo tienen que abandonarme? ¿Tengo alguna maldición o qué?
—No tengo respuesta a tu pregunta, amiga… lo siento, quisiera poder ayudarte.
—Y lo haces, gracias por estar conmigo, Teresa. No sé qué haría sin ti.

Muchas cosas habían pasado en un año y medio transcurridos desde esa conversación en el despacho de Alex. Demasiadas cosas. Estaba con los nervios de punta, alterada, ansiosa.
En respuesta a la carta que había enviado a su tío esa vez, llegó otra informándole que estaba enfermo, que no podía acudir en su ayuda. A partir de eso, fue Anna la que hacía viajes constantes ida y vuelta con mamá Chela para visitar y cuidarlo. Él no quería preocuparla, pero ella se daba cuenta que no estaba bien.
Debido al mutismo de su tío, increpó al médico a que le diga la verdad. No le había dado muchas esperanzas, a su querido tío no le quedaba mucho tiempo de vida. Y ahora, un año y medio después, su «vida prestada» —como decía el médico, que no pensó que sobreviviría tanto— se estaba apagando lentamente.
La enfermedad ya le había consumido por completo. Hacía unos cuatro meses que Anna lo había trasladado a la capital, y lo cuidaba personalmente.
Alex, su marido ahora… —¡Cada vez que lo decía no podía creerlo!— no sabía nada de la existencia del tío de Anna.
Cuando tuvieron esa importante conversación en el despacho de Alex, ambos habían puesto todas sus cartas sobre la mesa, analizaron los pro y los contras de ese matrimonio como si fuera un contrato de negocio.
Llegaron a la conclusión que a ambos les beneficiaba, siempre que entre ellos se cumplieran ciertas reglas. Las enumeraron, la tacharon, incluyeron otras, hicieron una lista y llegaron a un acuerdo beneficioso para ambos.
Se casarían, pero sería un matrimonio solo de nombre, cada uno podía hacer su vida independiente del otro. A ambos eso le daría la libertad que necesitaban. Ella, al ser una mujer casada tendría la libertad de moverse por la vida a su antojo, y él al estar casado dejarían de presionarlo para que lo haga, las viejas casamenteras ya no se fijarían en él, incluida su madre.
La mayor regla era: la discreción. Debería haber respeto entre ellos por sobre todas las cosas.
Ella tendría el control de sus bienes, aunque le dejaría a él las decisiones referentes a la empresa, aunque dejó claro que le gustaría aprender todo lo que pudiera, para algún día poder ayudarlo. A él le causó gracia esa regla, pero la aceptó, creyendo que no la cumpliría.
Se casaron pocas semanas después, en una hermosa ceremonia en la Catedral. Solo asistieron los parientes y amigos más cercanos, pero eso hizo la unión aún más íntima y solemne.
Fue allí, al terminar la ceremonia, con las palabras del sacerdote: «…puede besar a la novia», cuando Ana recibió el primer beso de Alex. Aunque fue solo un ligero roce entre labios, ella se sintió desfallecer.
Decidieron vivir en la casona de Anna, y a partir de allí se creó entre ellos una inusual camaradería, al principio se sentía incómoda al tenerlo cerca, saltaban chispas entre ellos cada vez que se veían. Huía de él siempre que podía. Ella notó que él quería acercarse a ella, pero la situación estaba clara; mejor evitar las complicaciones. Tenían un acuerdo perfecto.
Alex tenía una mente muy abierta, se podría decir que se había adelantado a su tiempo, en eso era muy parecidos, y eso hacía que las cosas entre ellos fueran más fáciles.
Para Anna no estaba muy claro que había sucedido, pero Alex llegó a la conclusión de que los constantes viajes de ella se debían a un amante clandestino que tenía, y ella no lo sacó de su error: «si él podía tener amantes, ¿por qué ella no?»…
Acudían a las reuniones sociales siempre que fuera estrictamente necesario, la gente los veía como «el matrimonio perfecto». En esas ocasiones, Alex no la dejaba sola ni un minuto a pedido de ella, y la tocaba siempre que podía: una mano en la cintura, o apoyada en su hombro, la tomaba del brazo mientras caminaban, a veces hasta le daba un casto beso en la mejilla frente a otras personas. Y siempre la miraba, eso la turbaba. Su mirada era penetrante; ella se perdía en esa mirada.

—Aquí estaré siempre que me necesites, amiga. —le dijo Tere.
—Lo sé, gracias… no sé qué haría sin ti. Pronto voy a quedarme totalmente sola en el mundo.
—No digas tonterías, me tienes a mí, a Sere, a tía Sofi, a mamá Chela, a Petri, muchos amigos que hiciste durante este tiempo que estás viviendo en la capital, y lo que es más importante: lo tienes a Alex, es tu marido. Deberías confiar en él.
—Solo a medias, Tere… sabes cuál es la situación entre nosotros, tú y Sere son las únicas que lo saben. Y para colmo, él cree que tío Ernesto es mi amante, no sé muy bien cuando o cómo llegó a esa conclusión, pero no lo desmentí. Es una buena protección contra sus encantos.
—Anna, creo que a veces estás tan ciega, ese hombre está embobado contigo. Si vieras cómo te mira cuando no lo ves… ojalá alguien me mirara así, creo que me derretiría en el intento.
—No digas tonterías, Tere… tú misma sabes que es un mujeriego, me lo dijiste, me advertiste antes de casarme. ¿Por qué habría de cambiar ahora?
—Bueno, desde que se casaron no he oído nada sobre él. Se porta como un marido ejemplar.
—Eso es solo en apariencias, amiga… es el acuerdo al que llegamos. Respeto y discreción.
—Si tú lo dices… —dijo su amiga suspirando.
En eso llegó el objeto de su conversación, con paso elegante y decidido se acercó a ellas, las saludó y le dio un ligero beso en la mejilla a Anna, diciendo:
—Cielo, ¿ya estás lista?
—Sí, Alex… estamos listas. Tere nos acompañará.
—Me alegro, dos mujeres hermosas a mi cuidado. Un placer inusual.  Mis queridas damas, soy todo de ustedes. —les dijo pícaramente, ofreciéndoles un brazo a cada una.
Ambas rieron como tontas y lo acompañaron, orgullosas de ir del brazo de tan atento caballero.


Pero su alegría no duró mucho. El tío Ernesto murió tres días después. Serena vino a acompañar a su amiga en éste triste momento. Alex estaba de viaje, por lo que no se llegó a enterar de nada hasta su vuelta.
Al ingresar a la casona sintió que algo estaba mal. Todo estaba muy silencioso. El carruaje de Teresa estaba en la puerta, con el cochero esperando. No se las veía por ningún lado, y ya era bastante tarde.
Las tres amigas estaban en el dormitorio de Anna tratando de consolarla. El entierro había sido esa tarde, y ella ni siquiera podría vestirse de luto por su tío, ya que no existía explicación alguna para vestir de negro. La ceremonia fue sencilla y solo asistieron las tres amigas, mamá Chela, la enfermera que lo había cuidado y los criados del tío Ernesto que lo acompañaron hasta la capital.
Alex avanzó por el pasillo que llevaba a los dormitorios y se acercó a la puerta de Anna. Escuchó sollozos desconsolados.
No tenía derecho a interrumpir… «¡Mierda, por supuesto que tenía todo el derecho del mundo! Era su marido…» así que tocó a la puerta suavemente.
 Teresa asomó en la puerta, con el rostro desencajado.
—¡Alex! Qué bueno que llegaste…
—¿Qué ocurre Teresa? —vio a Anna abrazada a Serena, sollozando y desesperó— ¿Qué le pasó a Anna?
—Pasa, Alex… te necesita en estos momentos, —fue toda la explicación que Teresa le dio.
Alex entró a la habitación y vio a Anna con los ojos llenos de tristeza, rojos de tanto llorar, y se le partió el corazón. Llevaba puesto su camisón, y parecía casi una niña, desvalida y solitaria.
Se acercó a la cama. Anna abrió mucho los ojos al verlo, nunca antes había entrado a su habitación. Teresa hizo una seña a Serena para que se apartara, y Alex aprovechó y se sentó en la cama al lado de Anna, la tomó de la mano y dulcemente le preguntó:
—Cielo, ¿qué te pasa? ¿qué ocurre? ¿por qué estás llorando?
Anna levantó la vista y lo miró con los ojos entornados, miró luego a sus amigas, como pidiéndoles auxilio.
Pero Teresa, a pesar de ser la más joven de todas, era la más despierta  e intuitiva. Tomó a Serena del codo y dijo:
 —Anna, tenemos que irnos, estás en buena compañía ahora. Yo vendré mañana temprano. Fuerza, amiga.
—Eh… yo… —Titubeó Serena.
Pero su amiga no le permitió decir nada y prácticamente la arrastró fuera de la habitación.
«Una joven sensata» —pensó Alex. Sabía que en Teresa tenía una aliada. Se volvió hacia Anna:
—Cielo, contéstame por favor. No puedo verte así. Puedes confiar en mí. Aparte de ser tu esposo, somos amigos, ¿no? —al ver que ella solo lo miraba con esos grandes ojos verdes llenos de tristeza, le dijo: —Quiero ayudarte, corazón. Sabes que puedes contar conmigo siempre… confía en mi.
Solo pudo decir en un susurro:
—Alex, abrázame…
Y él la tomó en sus brazos, ella apoyó la cabeza en su hombro y sollozó. Él rodeó su cuerpo tembloroso con sus manos y la acunó hasta que los sollozos se convirtieron en un constante hipido.
—¿Estás más tranquila, cielo?
—Sí… —respiró profundamente, —Gracias Alex…
—Cuéntame, ¿qué te pasa?
Y sin querer, sintiéndose segura en sus brazos, le dijo:
—Me he quedado sola, Alex… no tengo a nadie en el mundo. —le dijo, un poco más calmada.
—¿A qué te refieres? Yo vi a tres personas esta noche contigo, incluyéndome, ¿cómo puedes decir que estás sola? Nosotros estaremos contigo, Anna… siempre.
—No, no puedes asegurarme eso… todas las personas que he amado en la vida se fueron, me abandonaron. Y ahora también él me abandonó, para siempre… sniff.
«¿Él? ¿De quién hablaba?» —pensó Alex —debía referirse al «viejo» con el que salía. Una vez la había visto bajar de un carro en la que ella estaba. Le dio nauseas pensar que ese hombre podía tocarla, y sintió una enorme rabia crecer en él. Pero sabía que no podía hacer nada. Habían llegado a un acuerdo y tenía que respetarlo.
La abrazaba con ternura, masajeándole la espalda suavemente, casi podía sentir su piel debajo del camisón tan fino. Pero no debía pensar en eso ahora, no era el momento. Solo tenía que consolarla, estar con ella, apoyarla.
—Cielo, no creo que ese hombre merezca tus lágrimas. —en ningún momento se le ocurrió que ella se refería a que había muerto, pensó que solo la abandonó. —Tranquilízate, amor…
En ese momento entró mamá Chela, y se quedó parada en el umbral de la puerta, sin saber qué hacer. Nunca había visto al señor Alex en la habitación de Anna, menos aún abrazados tan íntimamente.
—Perdón, señor Alex… yo…
—Mamá Chela, por favor, ¿puedes traerle un té  de tilo? Necesita tranquilizarse.
—Tengo algo mejor que eso, señor… se lo traeré inmediatamente.
—Gracias.
Anna seguía abrazada a él, con la cabeza apoyada en su hombro. Él le levantó la barbilla y se miraron. Le dio un ligero beso en la frente y en la nariz, le apoyó la cabeza en su pecho y volvió a abrazarla, acariciarle la espalda y acunarla con dulzura.
Enseguida mamá Chela le trajo el té.
—Puedes retirarte, mamá Chela. Yo la acompaño hasta que se duerma.
—Señor Alex, creo que…
Alex le interrumpió:
—Soy su esposo, tengo derecho a estar aquí. Puedes retirarte. —le dijo suavemente, pero con firmeza.
Se aseguró de que tomara hasta la última gota del té y la arropó en la cama. Anna tenía la punta de la nariz roja de tanto llanto. Pero él la veía adorable. ¡Dios, era tan hermosa! Le acarició el pelo con suavidad, le tocó la mejilla y se apartó un poco de ella.
—Alex… —dijo Anna casi en un susurro.
—¿Sí, cielo?
—No me dejes…
—Me quedaré hasta que te duermas, amor… no te preocupes. Hazme un lugarcito, me acostaré a tu lado.
Se quitó las botas y la chaqueta rápidamente y se acostó a su lado.
La atrajo hacia él y la abrazó. Anna enterró la cara en el cuello de Alex y absorbió su fresco aroma. Era la gloria estar así en sus brazos, en ese abrazo tan íntimo, podía sentir su calor atravesar el fino tejido de su camisón, podía sentir todos sus músculos… y era maravilloso.
Esa noche no tenía que inventarse una historia para dormir. Esa noche su fantasía de carne y hueso compartía su cama… y la abrazaba, le daba ligeros besos en la frente, nariz y comisura de los labios. Le susurraba palabras tranquilizadoras.
Hasta que se rindió al sueño.
Él sintió el momento en que su respiración se volvió regular.
Pensó en que había hecho todo mal con ella. Sus planes eran diferentes al principio. Él pretendía seducirla y hacerla su esposa en todo el sentido de la palabra, pero ella nunca permitió que se acercara lo suficiente.
Cada día a su lado había sido una tortura a sus sentidos. Saberla tan cerca y no poder avanzar.
Con esos pensamientos, se hizo una promesa a sí mismo:
«Voy a conseguir que me ames, Anna… tanto como te amo yo»

Continuará...

1 comentarios:

Mayte dijo...

GraPe hooo que tristeza lo del tio me parecia muy simpatico,pero creo un gran enredo que no le dijera a quien visitaba je je los celos son magnificos me encanto la desicion que toma de conquistarla se ve que ya la quiere espero ansiosa el siguiente capi plisss siguelaaa..un beso y saludos con cariño

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