sábado, 28 de agosto de 2010

Anna - Capítulo 07

Era jueves a la mañana, y Anna no podía estar más nerviosa. En unos instantes viajaría con Alex, se haría pasar por su esposa en todo el sentido de la palabra. ¡Qué locura! Había cambiado de opinión cientos de veces durante la semana.
Le había escrito a Serena contándole sus planes, y Serena, en su inocencia sólo le había dicho: «¿Y eso que tiene de malo, amiga? ¿Acaso no es tu marido? ¿No hacen eso los esposos, viajar juntos a veces? ¿Cuál es tu problema?»
Teresa fue peor, cuando se lo contó empezó a gritar de contentísima:
—¡Por fin! Ya era horaaaaaa… prométeme una cosa, Anna, me lo tienes que contar «todo», ¿escuchas? ¡Todo!
—¿Te has vuelto loca? No voy a tener nada que contarte, no va a pasar nada, ¿me entiendes? Solo viajaremos juntos… y, bueno…
—Compartirán habitación, uhhh… dormirán en la misma cama, —lanzó una carcajada, —¿y tú crees que no pasará nada? ¿De qué material crees que están hechos los hombres? Amiga, ellos solo tienen una cosa en su cabeza, y eso se llama: sexo.
—Tere, ya lo hablamos. No pasará nada. Nuestro acuerdo sigue igual.
—Si tú lo dices. —Dijo no muy convencida y con una sonrisa pícara en los labios.
Anna ya tenía todo preparado, más bien, hacía días que había preparado todo.
Bajó a desayunar. Alex ya estaba en el comedor, leyendo el periódico y terminando su desayuno.
—Buenos días, Alex.
—Buen día, cielo… ¿Cómo amaneciste?
—Todo bien, ¿a qué hora salimos?
—Apenas estés lista. Ya está todo organizado.
—Estoy lista. —dijo no muy convencida.
Alex se acercó a ella, le dio un beso en la mejilla y le dijo:
—Estás muy tensa. No estés nerviosa, amor.
—No lo estoy, —mintió.
—No, y yo soy Jesucristo, —dijo Alex en son de broma, y la arrastró hacia sus brazos, presionándola contra su cuerpo y besando su cuello, aspirando su aroma a lavanda. —Mmmm, eres exquisita.
Ella rió.
—¡Me haces cosquillas, Alex!
La miró, sus bocas estaban tan cerca que podía sentir su aliento fresco.
Alex decidió arriesgarse, y pasó ligeramente su lengua por los labios de Anna. Ella dio un respingo y se apartó.
Él se lo permitió. Y como si no hubiera pasado nada, simplemente dijo:
—Tenemos que irnos ya, cielo.
«Mala jugada» pensó.


Alex hizo todo lo posible para que ella se relajara, incluso cuando llegaron, bien entrada la tarde y les mostraron su habitación, dejó que ella se instalara sola, que se ambientara primero.
Cuando todas las parejas llegaron, menos una que llegaría al día siguiente, se dispusieron a cenar. El ambiente era relajado, cordial y muy alegre. Los hombres del grupo eran amigos de toda la vida, por lo que tenían muchas anécdotas divertidas.
Todos los varones tenían alrededor de los treinta años, uno más o uno menos, y fueron al colegio juntos. Las mujeres tenían entre veintidós y veintiocho años, Anna era la más joven de todas, apenas con veinte años.
Trataron de no mencionar las travesuras más picantes de Alex, quizás como no la conocían muy bien, —era la más nueva en el grupo, —no querían herir sus sentimientos. Pero ella misma les dio pie a que las contaran. Al ver que Anna reía con las locuras de su marido, —aunque en el fondo se sentía colorada como un tomate —se relajaron y siguieron con las historias.
Al terminar la cena, los varones salieron a la terraza a fumar unos puros y tomarse un coñac. Las mujeres pasaron al salón a conversar.
La hicieron sentir bienvenida, todas eran maravillosas, cada una en su estilo, pero Ámbar era la más simpática de todas. Siempre la estaba haciendo reír. Era muy curiosa, por eso a veces, hasta temía sus preguntas.
Para variar, esa noche no podía ser diferente, en un momento dado se dirigió hacia Anna y le dijo:
—Anna, de verdad tienes que contarnos tu secreto.
—¿Secreto de que, Ámbar? Yo no tengo secretos. —sonrió nerviosa.
—¡De cómo mantienes tan enamorado a tu marido después de casi dos años de matrimonio! Ese hombre respira por ti… cuéntanos.
Las tres mujeres la miraron expectantes.
Anna no sabía que decir, rió tontamente. No podía decirles lo equivocada que estaban. Alex era simplemente así: cariñoso y juguetón, siempre lo fue.
—De verdad me sorprendes, Ámbar, yo no lo sé… es que… —dudó de sus palabras, tenía que decir algo que no dejara mal a Alex, y que no los dejara a los dos en evidencia, optó por la verdad a medias. —Es su naturaleza, él es muy cariñoso, siempre lo fue. Además, los dos estamos tan ocupados todo el día, casi no nos vemos, a veces incluso se pasa semanas en el campo. Realmente no sé qué decirles, chicas.
—Ese debe ser el secreto, entonces. —dijo Myriam, una de las mujeres mayores del grupo. —¡Mandemos a nuestros maridos lejos para que nos extrañen!
Todas rieron.
Pero Julia, que era la que más conocía a Alex, porque era hermana del marido de Sarah —que llegaba mañana, —y esposa de otro, no estaba tan convencida.
—Alex nunca fue cariñoso. Yo lo conozco de niño, y nunca vi que haga demostraciones de afecto a nadie. Y a ti no puede sacarte las manos de encima.
Silencio.
—Realmente lo cambiaste, nena —dijo Myriam.
Julia agregó:
—Eso es indiscutible, el Alex que todas conocíamos desapareció. No tienes idea de cómo eran antes de casarse contigo, Anna.
—Bueno, por las anécdotas que me contaron, tengo una ligera idea. —rió nerviosa. Deseaba cambiar de tema, pero no se le ocurría ninguno.
Al darse cuenta de su turbación, Ámbar acudió a su rescate:
—¡Ya sé! ¡Eres una bruja! Lo hechizaste… —dijo movilizando las manos teatralmente.
Todas rieron de nuevo.
Myriam bostezó —pidió disculpas, —y contagió a todas las demás.
—Parece que estamos todas muy cansadas por el viaje. —Dijo Myriam.
—Estoy molida. —Acotó Julia, desperezándose.
Entonces Ámbar, la anfitriona, que era la única que no tenía sueño porque ya había llegado hacía tres días, las invitó a ir a acostarse.


Ya en el dormitorio, se movió nerviosa por toda la habitación. Se aseó y se cambió rápidamente, de modo a que cuando Alex llegara, ella ya estuviera recatadamente cubierta.
Se había puesto un camisón de satén color ocre claro con encajes a tono y el salto de cama a juego. Era un conjunto recatado, largo hasta el piso, con una cinta en el cuello, que si se desataba dejaba al descubierto el nacimiento de sus pechos. Se apresuró a atarlo.
El salto de cama era amplio, ocultaba todo a la vista. Se lo sacó y lo dejó apoyado en los pies de la cama, por si lo necesitaba. Lo que Anna no sabía era que el material del camisón se pegaba a su cuerpo al moverse y se vislumbraba toda su adorable y fina silueta.
Cuando se disponía a acostarse, entró Alex.
Se quedó embobado mirándola. Se acercó.
—Vaya… estás hermosa, cielo. Pareces una diosa.
La miraba intensamente. A Anna se le erizaron los vellos del brazo, y sintió ese escalofrío ya tan familiar que le recorría la espalda e iba desde sus senos a la entrepierna.
Sus pezones se endurecieron, y él vio el cambio en la textura de su camisón. Sonrió.
Ella lo deseaba también, estaba seguro. O más bien, deseaba que fuera así. Si ella no le permitía hacerle el amor durante este fin de semana, estas cinco noches serían una tortura.
Sin acercarse más empezó a desvestirse, se sacó la chaqueta y estiró la camisa fuera de los pantalones. Luego las botas.
Ella seguía parada como hipnotizada, sin poder moverse. ¡Dios! Se iba a desvestir delante de ella y no podía moverse ni dejar de mirarlo.
Cuando empezó a desabotonarse la camisa, él habló, y la sacó de su trance.
—Cielo, espero que no te moleste que duerma solo con el pantalón del pijama. Normalmente me gusta dormir desnudo, pero sé que eso te incomodaría.
Con más confianza de la que sentía, respondió:
—No me molesta, Alex. Puedes hacer lo que quieras. —Al darse cuenta lo que sus palabras daban a entender, agregó: —Me refiero a que duermas con que el pijama.
El sonrió, y ella se apresuró a acostarse, taparse hasta la barbilla y darle la espalda, para que tenga intimidad al cambiarse.
Tenía los ojos cerrados, casi apretados, cuando sintió que la cama cedía del lado de Alex. Su corazón empezó a palpitar alocadamente. El silencio se hacía insoportable.
Algo tenía que decir, y lo primero que se le ocurrió fue:
—¿Sabes que me sorprendí mucho cuando Ámbar me dijo que habías cambiado mucho desde que nos casamos y quería saber mi secreto?
—¿Secreto de qué? —preguntó Alex, volteándose hacia ella y apoyando su cabeza en una de sus manos. Los dos estaban frente a frente. Ella tapada y él con la sábana por la cintura.
La noche era clara, y la luz de la luna le permitió ver que ella le hablaba con los ojos cerrados. La cama no era tan grande como para que no sintiera el calor que emanaba de su cuerpo, estaban tan cerca que si extendía apenas la mano podría tocarla. Pero no quería echarlo a perder todo la primera noche juntos.
Era ella la que debía decidir los pasos a seguir, el sólo le mostraría el camino y le daría a entender que estaba dispuesto. Se lo había prometido, le había dicho que pasaría sólo lo que ella quisiera.
—De cómo tenerte tan enamorado, ¡si ellas supieran!—rió tontamente.
—¿Y qué le contestaste? —dijo Alex sorprendido de que las esposas de sus amigos se hayan dado cuenta de lo que él guardaba tan celosamente, y le pidió: —Abre los ojos, cielo.
Ella lo hizo, y pudo ver su torso desnudo, cubierto de un ligero vello, más espeso en el pecho y que bajaba se perdía dentro del pijama. Sus hombros eran anchos y poderosos, y su estómago plano. No era un hombre flaco, pero no tenía un gramo de más en su cuerpo.
Era perfecto, y ella se moría de ganas de tocarlo.
Como no le respondía, volvió a preguntar:
—No me respondiste, ¿qué le contestaste? —dijo acercándose un poco más a ella.
—Llegaron a la conclusión que era una bruja.
—¿Quién?
—¡Yo! Que yo soy una bruja…
—¿Y me lanzaste un hechizo? —rió Alex.
El ambiente risueño hizo que Anna le siguiera el juego.
—Sí, exactamente. ¿Te gustaría que lo intente?
—¿Hechizarme?
—Sí.
—No es necesario, cielo… ya lo estoy. Puedes hacer de mi lo que quieras, soy tu esclavo. —Entonces tomó una de las manos de Anna y la puso sobre su pecho desnudo. Se acercó lentamente y posó sus labios sobre los de ella, sin presionar demasiado, solo unas leves caricias, casi como el toque de una pluma. Combinando sus alientos al respirar.
Entonces ella le sorprendió al apartarse lentamente y decir:
—Buenas noches, Alex. Que descanses.
—Cobarde. —le dijo en tono de broma. —Buenas noches, amor… que descanses tú también. —«Yo no voy a poder pegar un ojo», pensó.
Y ella le dio la espalda.
Otra noche de frustración.
 
Continuará...

1 comentarios:

Mayte dijo...

Hayyy que barbara teniendo a semejante guaperron y dormirse jajaja voy por mas jejeje

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