sábado, 28 de agosto de 2010

Anna - Capítulo 08

En sueños, a mitad de la noche, Anna buscaba el refugio de la otra almohada que tenía en su cama siempre, adormilada la encontró en la oscuridad y se aferró a ella, como siempre lo hacía.
Alex solo podía dormir a medias, pero al darse cuenta que Anna lo buscó a mitad de la noche y lo abrazó como si fuera a perderlo, le correspondió al abrazo, aspirando su aroma. Ambos cuerpos estaban entrelazados, incluso las piernas de ella, que habían quedado al descubierto al dormir, una de ella prácticamente lo envolvía.
¡Qué tortura! Alex estaba duro como una piedra, y ella se apretaba a él, hundía su cara en su cuello y sentía su respiración caliente. Al cabo de un rato logró controlarse y disfrutar de la calidez de ella, de tenerla abrazada tan íntimamente, de sentir sus senos apretados contra su pecho, solo con el ligero obstáculo que representaba la tela del camisón.
Se quedó dormido de nuevo.
Más entrada la noche fue Anna la que despertó a medias, y adormilada se dio cuenta que tenía prácticamente encima de ella el cuerpo pesado y cálido de Alex. En la semiinconsciencia, disfrutó del momento y hundió su rostro entre el cuello y el hombro de Alex, abrazándolo por la cintura, sintiendo su piel y sus piernas enroscadas.
«Creo que he muerto y llegado al paraíso», pensó Anna medio dormida y sonriendo satisfecha, se sumió de nuevo en un sueño profundo.
Al amanecer, Alex despertó y se dio cuenta que Anna seguía pegada a él, pero al revés, «por lo visto se mueve bastante durante la noche», pensó. La tenía abrazada de espaldas, el miembro de Alex despertó rápidamente y presionó contra las nalgas casi desnudas de Anna, cuyo camisón se le había subido hasta casi la cintura.
Durante la noche se le había desatado la cinta que sostenía el frente del camisón cerrado. Alex bajó suavemente uno de los breteles y le dio ligeros besos al hombro y cuello, acariciando suavemente su estómago por arriba de la tela del camisón.
Anna despertó lentamente, sintiendo una calidez inusual, alguien le hacía cosquillas en el cuello y el estómago. Era la gloria. Se estremeció y movió ligeramente su cuerpo para acercarse aún más a esa dureza deliciosa que sentía presionando sus nalgas.
Dio vuelta la cabeza y miró a Alex con los ojos entornados.
—Buen día, cielo —dijo Alex suavemente, como en un susurro ronco, sin dejar de acariciarla —qué hermoso despertar.
Ella dudaba de su capacidad de emitir sonido alguno.
—Mmmm, Alex… buen día. —dijo con voz tan profunda que la sorprendió, —¿cómo fue que terminamos en esta posición?
—No tengo idea, amor… solo sé que yo sigo en mi lugar de la cama, —dijo él risueño.
—Oh, lo siento. No era mi intención usurpar tu lugar. —Dijo ella, tratando de apartarse, pero él no se lo permitió.
La atrajo de nuevo hacia él, hundiendo su boca en el cuello de ella y besándola, presionando con sus manos su estómago y la base de sus senos.
—No te alejes de mi, se siente tan bien, ¿no?
—Mmmm.
Alex encontró un espacio en el camisón medio subido de ella para poder meter las manos y acariciar directamente la piel de su estómago, su cintura, sus caderas, lentamente, para no asustarla.
—Tienes la piel como si fuera de seda. —dijo en un susurro.
La otra mano encontró acceso en el escote abierto que el satén dejaba al descubierto y se apoderó de uno de sus senos. ¡Oh, Dios, que delicia! Cabía perfectamente en su mano, era suave y el pezón se sentía pequeño y excitado. Lo acarició con la punta de sus dedos, y ella gimió.
Fue el sonido más hermoso que Alex hubiera escuchado en su vida. Ella gemía por el placer que él le estaba dando. Sintió que iba a explotar.
La caricia de Alex en uno de sus senos estaba torturando a Anna. Quería más, quería algo que no sabía que era, aunque tenía una ligera idea.
Alex presionó su erección contra las nalgas de ella y fue moviéndose lentamente, sin dejar de acariciarla en ningún momento, la mano que acariciaba su estómago fue bajando y subiendo lentamente, hasta solo bajar.
Cuando ella sintió que una de las manos de Alex se dirigía directamente a su entrepierna, se alarmó. Intuitivamente sabía que si llegaban a ese punto no habría vuelta atrás.
Se soltó de su abrazo como pudo, nada elegantemente, respirando agitadamente. Se arrodilló frente a él, lo más alejada que pudo y lo miró como si no entendiera lo que había pasado.
Él tenía la respiración agitada también, y la miraba confundido, se recostó contra la almohada y se pasó ambas manos por la cara, maldiciendo en su interior.
—Prometiste, Alex… —le dijo en voz baja.
Él se acomodó mejor en la cama, cubrió con la sábana su erección que abultaba su pijama y la miró. Estaba tan hermosa, toda sonrojada, y uno de sus senos al descubierto, como él lo había dejado, con su capullo de rosa rogándole que lo besara. Sus muslos asomaban a la vista por debajo del camisón levantado. Se veía adorable, excitada y asustada.
—Prometí hacer lo que tú quisieras, cielo. Y parecía que era lo que deseabas, tu cuerpo me lo pedía.
Ella se bajó de la cama lentamente, se acomodó el camisón, sonrojada y se cubrió con el salto de cama.
—Parece que mi cuerpo es muy traicionero. Pero la razón me dice que esto no es lo correcto. Tú lo sabes.
No, él no lo sabía, pero lo dejaría así por el momento. Fue un gran avance. Estaba satisfecho a pesar de su frustración. Ella estaba bajando sus defensas.
 Sonrió para sus adentros, bajó de la cama, se acercó a ella por detrás, separó su despeinado cabello de su hombro, le dio un ligero beso en el cuello y le dijo:
—Yo sólo sé que te deseo…
Y se dispuso a asearse y vestirse, como si ella ni siquiera estuviera allí.


El día estaba radiante.
Desayunaron a medida que se levantaban, no había reglas ni horarios, todo era muy relajado. Todo lo contrario a como ella se sentía.
Recibieron a la última pareja que llegó. Como venían de un sitio más cercano, llegaron a mitad de la mañana, dispuestos a disfrutar del día y de un fin de semana en compañía de sus amigos.
Entre todos decidieron salir a cabalgar. Jaime y Ámbar Allegro eran propietarios de caballos de purasangre. Todos dispuestos para su elección, como ella no montaba hacía bastante tiempo, se decidió —aconsejada por Alex, —por una magnífica yegua no tan grande como los demás.
La ayudó a montar y emprendieron camino.
Era un grupo muy homogéneo y muy alegre. Se hacían bromas entre ellos, jugaban carrera, incluso algunas de las mujeres. Ella, como había perdido el entrenamiento, lo tomó más relajadamente. Sabía que si abusaba esa noche se encontraría totalmente adolorida.
Se veía cerca un pequeño bosque, como un oasis dentro del desierto, lo rodearon y llegaron a un hermoso arroyo de aguas cristalinas.
—Fin del primer tramo, —dijo Ámbar. —éste lugar parece perfecto para almorzar, ¿no creen? Tenemos el arroyo para refrescarnos, y los árboles para protegernos del sol.
Todos asintieron, felicitando la elección del lugar.
Estaban bien surtidos, había carne y pollo frío, variedad de queso y jamones, pan casero, ensalada de papas y arroz y vino en abundancia. De postre frutas variadas.
Los dos criados que habían traído la comida extendieron los manteles en el pasto con todas las delicias que trajeron y todos se dispusieron a almorzar. La conversación era fluida y las bromas continuaron. Alex y Federico, otro de los amigos, marido de Julia, parecían ser el foco de todas las bromas, por las locuras que habían cometido en su adolescencia y juventud.
Julia reía, poniendo los ojos en blanco por las bromas que le hacían a su marido. Ya estaba acostumbrada, llevaban cuatro años de casados.
Alex estaba apoyado de espaldas por el tronco de un árbol, y le hizo una seña a Anna para que se acercara más a él.
Ella dudó, pero sabiendo que estaban entre amigos y él no intentaría nada raro, se acercó a él. La acomodó entre sus piernas y la rodeó con los brazos, apoyando la cara en el hombro de Anna y dándole ligeros besos en la mejilla.
—Hummm, los tortolitos, —dijo Myriam.
Todos rieron. Y la pareja recién llegada, que eran prácticamente recién casados, pero habían tenido un noviazgo bastante largo, se apartaron un poco del grupo para descansar.
Al ver que cada pareja se había acomodado a hacer la siesta en lugares diferentes, Alex aprovechó y mordisqueó el lóbulo de la oreja de Anna.
Ella rió.
—Me haces cosquillas, Alex.
—No es cosquilla, amor. —le dijo en un susurro. —Es deseo.
A veces Anna parecía extremadamente inocente. Como si «el viejo» no hubiera existido. No iba a pensar en eso, la sola idea de visualizar el delicioso cuerpo de Anna entrelazado con ese hombre, le producía nauseas.
La abrazó más fuerte y le dijo:
—Descansemos un rato.
—Mmmm, —dijo Anna, medio adormilada ya, acurrucándose en el pecho de su marido.
Fue un día perfecto, y una noche también maravillosa.
Alex aprovechaba cada ocasión que tenía para tocarla, ligeros roces, la apoyaba contra él, la abrazaba, le daba besos en la mejilla y comisura de los labios. Le decía palabras cariñosas al oído. Parecía como si estuviera preparando el escenario para un gran estreno. En síntesis, la mantenía en constante estado de excitación.
La cena estuvo deliciosa, la reunión posterior también, jugaron cartas y juegos de mesa, todo mezclado con excelente vino en abundancia, se divirtieron hasta casi medianoche, cuando todos empezaron a bostezar y desperezarse.
Anna, que estaba adolorida de la cabalgata del día, ya quería ir a acostarse. Entonces le dijo a Alex en un susurro al oído:
—Alex, me voy a acostar ya. Estoy muy cansada y me duelen músculos que ni siquiera sabía que existían.
Él la miró a los ojos, sus caras estaban muy juntas, y le dijo:
—Te acompaño, amor…
—No es necesario, en serio. Prefiero estar un rato a solas.
—Como quieras, —le dijo Alex, comprendiendo que necesitaba tiempo para cambiarse y asearse. Le dio un ligero beso en la nariz.
Anna se despidió del grupo, agradeciendo el hermoso día y salió de la habitación con su característico andar tan femenino y delicado.
Alex se quedó mirándola hasta que desapareció de su vista.
Lo que Anna ya no escuchó fueron las bromas que sus amigos le hicieron al verlo embobado mirando retirarse a su esposa.
—¿Qué esperas, Alex? Ve tras ella, no te queremos aquí con esa cara de carnero degollado y babeando por una pollera. —dijo Jaime riendo.
Cada uno dio su opinión:
—Mira sus ojitos, le brillan de la emoción con solo mirar a su mujercita contonear las caderas, —dijo Samuel, el marido de Sarah, riendo a carcajadas.
—Alex Constanzo, el mayor calavera de nuestro grupo, embobado por una mujer, ¿quién lo diría, no? —dijo Federico.
—Hablando de calaveras, —dijo Juan, el marido de Myriam, —tú no te quedabas atrás en tú época, Fede.
Por suerte, la conversación recayó en Federico, el compañero de juergas de Alex, y ambos fueron objeto de las burlas en ese momento.
Alex, increíblemente, no se sentía mal por la situación. «Es impresionante como la mujer adecuada puede cambiar totalmente la perspectiva de un hombre» pensó.
Aceptó las burlas con una sonrisa, sin sentirse cohibido. Sólo esperaba el momento adecuado para ir a meterse a la cama con Anna, sentir su calor y acariciar su adorable cuerpo… ¿Ya se habría cambiado?
 
Continuará...

1 comentarios:

Mayte dijo...

hayyyy me da un infarto siguelaaaaa que valla tras ellaaaa plisss y que .....jejeje eso lo escribes tu jajaja un abrazote amiga me han encantado

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