martes, 31 de agosto de 2010

Anna - Capítulo 11

Anna bajó a la fiesta una hora después. Alex había bajado apenas terminó de vestirse. Espléndido, como siempre. Mientras se aseaba y vestía, se paseó desnudo por la habitación, sin inhibición alguna. Eso todavía asombraba a Anna, quien la miraba embobada.
Ese hombre tenía el poder de mantenerla al filo de la histeria. Sus últimas palabras: «Me debes algo y ésta noche lo reclamaré» todavía retumbaban en su cabeza. ¿Qué iba a hacer?
Se moría de ganas de darle todo lo que quería, ella también deseaba terminar lo que habían empezado, cualquiera sea el final. Pero sabía que eso la destruiría. Amaba a ese hombre, con toda su alma. Por fin pudo admitirlo, ya no podía negárselo a sí misma.
Suspiró profundamente y buscó a alguna de sus amigas entre la gente. Aunque no lo dijera en voz alta, también buscaba inconscientemente a Alex.

Mientras caminaba entre la gente, saludando con inclinaciones de la cabeza, decidió que esa noche la pasaría bien. Lo que pasara después, lo decidiría en ese momento, se sirvió una copa de champagne y se dispuso a divertirse.
¿Dónde estaba Alex?
Sintió un ligero beso en el hombro, detrás de ella. Se estremeció y se volteó para mirar al objeto de su deseo y constante estado de excitación.
Se miraron a los ojos, recordando con una simple mirada todo el placer que sentían por la reciente intimidad que habían compartido. Ella se ruborizó con solo recordarlo.
—Está hermosa, señora Constanzo. —le dijo Alex, acercó los labios a su oído y le susurró: —¿Puedo suponer que ese rubor en tu rostro está relacionado conmigo y las exquisiteces que compartimos?
Anna abrió los ojos como platos, no podía creer que tuviera la osadía de recordárselo allí, en plena fiesta y con toda esa gente rodeándolos. Un calor extremo le subió desde las entrañas a la cara, y bajó la cabeza.
—Alex… —susurró.
—Ay, cielo… —respondió Alex risueño, —eres tan exquisita cuando te cohíbes. Vamos a bailar ¿sí? —le restó importancia al asunto al ver la turbación de ella.
La tomó por la cintura, dejó apoyada la copa de Anna en una mesa cercana y prácticamente la arrastró hasta la pista de baile.
Bailaron varias piezas a lo largo de la noche, más de las que eran socialmente permitidas, pero al ser una fiesta informal no lo tuvieron en cuenta. También bailaron con otras parejas. Anna se estaba divirtiendo, las copas de ponche y champagne abundaban, y apenas terminaba una, milagrosamente tenía otra en sus manos.
Decidió ir a comer algo en el buffet preparado en el salón contiguo a la pista de baile, para ver si con eso se le pasaba el mareo. Allí se encontró con Julia y Sarah.
—Hola chicas, —saludó.
—Hola Anna, —dijeron al unísono.
—Creo que comeré algo, el champagne está subiéndome a la cabeza, —dijo con una risita tonta.
Se sirvió algunos bocadillos en un plato y volvió con sus amigas, que también estaban picoteando de todo un poco. A cierta distancia vio a la vampiresa de la señora Costa Barceló, riendo de algo que le comentaban sus dos acompañantes masculinos.
Al ver el objeto de su mirada, Sarah comentó:
—Creo que está preparando el escenario para su «fiesta privada» cuando termine ésta.
Las tres rieron.
Quizás a eso se refería Teresa al decir «otro tipo de fiestas» cuando comentó las preferencias de Alex una vez, ahora lo entendía. ¡Había tantas cosas que ignoraba! Se sentía tan tonta a veces.
—Menos mal que sus garras no apuntan hacia nuestros maridos. —Dijo Julia sintiéndose aliviada.
Pero Anna no estaba tan segura de esa afirmación, había visto bailar a la vampiresa con Alex, y ella prácticamente se le tiraba encima. Hacía arrumacos con su cara, gesticulaba con sus manos y reía sugestivamente a cada palabra que él pronunciaba. En ese momento sintió que le carcomían los celos.
Hacía un rato se habían encontrado en el cuarto de aseo de mujeres y ella la había mirado de soslayo en forma altanera, como diciendo: «no eres rival para mi, puedo tener a tu marido cuando yo quiera» e hizo un comentario despectivo a la mujer que la acompañaba: «es una pena que muchos hombres espléndidos prefieran a campesinas ignorantes»
Eso le dolió, sabía que se refería a ella, aunque no lo dijera abiertamente. Lo peor de todo es que era así como se sentía frente a Alex: una campesina ignorante. Él era tan mundano, tan sofisticado, tan seguro de sí mismo. Y ella solo era una simple niña mimada que se había criado en el campo, totalmente ajena a las excentricidades de la sociedad.
«Necesito más champagne», pensó. Y tomó otra copa de la mesa.
—Prueba el ponche, Anna, está delicioso. —le dijo Sarah.
—¿Sí? Lo haré, cuando termine esta copa. —aseguró Anna, preguntándose por milésima vez en la noche dónde estaría Alex. Cuando no lo veía durante un rato, lo buscaba con la mirada. Sólo para saber dónde estaba. Le gustaba mirarlo, era un placer a la vista.
—Si estás buscando a tu marido, —dijo Julia con una sonrisa pícara, —acaba de salir a la terraza, presumo que a fumar.
—Gr-gracias, terminaré estos bocaditos y lo buscaré. —sentía que la lengua se le trababa por momentos. —Me llevaré un vaso de ponche para probarlo, me va a venir bien un poco de aire fresco después de taaaaanto baile. —dijo gesticulando teatralmente.
Se sentía mareada con tanta bebida. Debía parar, pero era tan delicioso y burbujeante.
—¿Estás mareada, Anna? —Preguntó Julia, dándose cuenta de que le costaba hablar. —Quizás debas parar con el ponche.
—No te preocupes, estoy bien. Voy a buscar a Alex.
Y se dirigió ligeramente tambaleante hacia la terraza.
Lo que encontró allí no le gustó.
La vampiresa había seguido a Alex y estaba prácticamente encima de él al final de la terraza. Se notaba a leguas que él trataba de sacársela de encima de forma educada, ella tenía ambas manos apoyadas en el pecho de Alex, y con ojos entornados acercaba su boca a la de él. Él retrocedió hasta donde pudo, pero se encontró con las barandas de balaustres que impedían su movimiento, en una de sus manos tenía un puro encendido, y con la otra intentó apartarla suavemente.
Anna enfureció, la sangre se le subió a la cara, y enferma de celos, sin pensarlo dos veces se acercó a grandes zancadas, empujó a la mujer lejos de Alex y prácticamente le gritó:
—¡¿Qué te crees, vampiresa disoluta?! No te metas con mi marido, ve a buscar a otro hombre disponible para tu «fiesta privada». Toda la noche te la pasaste coqueteando con cualquier pantalón que se te cruzaba. Deja a «mi hombre» en paz, ¿Entiendes lo que digo? O te la verás conmigo, —y la amenazó señalándola con un dedo, —voy a arrancarte cada uno de los pelos de esa rubia cabeza teñida que tienes.
Alex estaba estupefacto con la reacción de Anna. La tomó de ambos brazos y la atrajo hacia él, para evitar que cumpla su promesa.
La vampiresa retrocedió, compuso su vestido y peinado, miró a ambos con asco, diciendo:
—Se merecen el uno al otro. Y tú, Alex, ya no eres ni la sombra del hombre que conocí. Puedes quedártelo, campesina tonta. —Dio media vuelta y volvió al salón.
Al darse cuenta de lo que había hecho, Anna se horrorizó y se llevó una mano a sus labios, asombrada.
—Bueno, bueno, cielo… sabía que tenías carácter, pero esto es absolutamente sorpresivo para mí —dijo Alex riéndose a carcajadas, aparentemente satisfecho.
Nunca entendería a los hombres, debería estar asqueado por su reacción.
—Oh, Alex, lo siento… no debería haberme metido. Debo estar más borracha de lo que pensé, lo siento… —ella pensó que no tenía derecho a meterse en su vida, tenían un acuerdo, volvió a disculparse: —siento si arruiné tus planes.
Él levantó su barbilla con un dedo, para que lo mire y le dijo con dulzura:
—Amor, mi único plan esta noche eres tú.
Y la besó, sujetándole la cabeza con firmeza con una mano mientras que con la otra le rodeaba la cintura, atrayéndola con fuerza hacia el floreciente empuje de su virilidad. Anna tenía los labios húmedos y dulces, con sabor a champagne. Se relajó en sus brazos y correspondió al beso sin inhibición alguna.
Alex le separó los labios y le introdujo la lengua para saborearla más profundamente. El calor se apoderó de ella en forma de olas salvajes que la hicieron desear más. La sujetó entre las piernas, reteniéndola con fuerza con los poderosos músculos de los muslos. Sintió la dura pared de su pecho contra los senos y escuchó el acelerado latido de su corazón.
—Alex… me vuelves loca, —dijo en un susurro.
—Y tu a mí, amor… tócame, siente lo que me haces, —le dijo, llevando una de sus manos a la gruesa cresta que se apretaba contra su vientre. Anna lo acarició tentativamente. —¿Ves, amor? ¿Ves lo que me haces? Me tienes pendiente de un hilo. Necesito estar dentro tuyo, quiero poseerte de todas las formas posibles… te deseo con desesperación.
—Alex, pueden vernos. —dijo Anna consciente de dónde se encontraban.
Él gruñó.
—Lo sé, amor… pero ya ni siquiera puedo pensar. ¿Vamos a la habitación?
Asustada, no sintiéndose preparada para lo que sus palabras insinuaban, dijo lo primero que se le ocurrió:
—No podemos retirarnos todavía,  la fiesta está en su apogeo.
Otro gruñido.
—Me llevarás a la locura, —dijo apartándose. —Deja que me reponga y volvemos adentro.



La fiesta continuó, pero solo se apartaron uno del otro cuando Anna era invitada a bailar, el resto de la noche lo pasaron juntos, bailando, mirándose, tocándose en las ocasiones que podían.
Ella estaba diferente, pensó Alex, más abierta, más dispuesta. Se dio cuenta del motivo cuando, viéndola venir de la pista de baile, se tambaleó ligeramente hacia un costado, luego pasó un mozo y ella tomó otra copa de champagne de la bandeja, casi vaciándola de un trago.
¿Cuánto habría bebido?
Cuando llegó hasta él, posó una de sus manos sobre su pecho y acercando su boca al oído, le dijo casi en un susurro:
—Eres el hombre más hermoso de éste salón, ¿lo sabes?... ¿qué digo? —gesticuló teatralmente. —El más apuesto del muuuundo.
Él la miró con el ceño fruncido.
—Anna, ¿Cuánto has bebido? —le dijo, sacándole la copa de champagne de sus manos.
—Ay, «amor»… hip, —Anna tenía hipo, —eso no importa, lo importante… hip,  es que ¡estoy fe-feliz!
¡Santo Cielo! En vez de una mujer dispuesta, ahora tenía a una borracha indispuesta. Lo único que le faltaba.
—Vamos, cielo. —le dijo al oído, tomándola firmemente de un brazo y arrastrándola tambaleante. —La fiesta ya está terminando y no estás en condiciones de seguir aquí.
—Nooo, Alex… hip.
—Por supuesto que sí.
La guió todo el camino, ella rezongaba porque quería seguir divirtiéndose, prácticamente la empujó por la escalera, como ella se negaba poco elegantemente, la levantó y la llevó en brazos el resto del camino.
Ella aprovechó la posición, pasó una de sus manos por su hombro y con la otra le desató el pañuelo que llevaba al cuello como corbata, desabrochó los primeros botones de su camisa e introdujo la mano dentro, acariciándole el pecho y besándole el cuello ¡con lengua incluida! Le dio ligeros mordiscos en la oreja.
«No sientas», se aconsejó Alex a sí mismo.
Apenas entraron, Alex cerró la puerta con el pie y la bajó al piso.
—¿Puedes mantenerte parada sola?
—¡Claro cielooo!... hip. —se apoyó en el poste de la cama. —¿Me ayudas? —y le mostró la parte trasera de su vestido, para que lo desabrochara.
Él procedió a desabotonarle y cuando el vestido cayó al suelo, se dispuso a desvestirse él. Se despojó del saco y se sentó en la cama para sacarse las botas, cuando vio que ella se ponía frente a él.
La miró embobado. Estaba gloriosa, descalza, con medias hasta la mitad del muslo y la ropa interior.
Medio tambaleante y con risitas tontas de por medio, Anna procedió a sacarse las medias, una a una, despacio. Poco elegantemente, debido a lo mareada que estaba, logró sacarse hasta la última prenda que llevaba, esparciéndolas por el piso en torno a ella.
Y allí, desnuda, en toda su gloria, con los brazos a los costados, una de las piernas ligeramente frente a la otra, sus rosados pezones endurecidos y sus rizos tentadores, mirándolo fijamente con los ojos entornados, le dijo:
—¿No te debía yo algo, amor?
«¡Santo cielo, que tortura!», pensó él, total y absolutamente excitado.
—Sí, mi amor, —le dijo acercándose a ella. La tomó de las manos, le dio un dulce beso en la frente, y con una palmada en la cola, la envió hacia la cama.
Con un respingo, ella subió al colchón, deleitándolo con la hermosa vista de su trasero contorneándose. Él terminó de desnudarse y se acostó a su lado.
Inmediatamente se reunió con él y lo abrazó, metiendo una de sus piernas entre las de Alex, y presionando sus senos desnudos contra el duro pecho cubierto de suave vello.
—Oh, Alex… por fin. —le dijo ella en un susurro.
—Sí, mi amor… por fin, ponte de espaldas a mí y déjame que te abrace y te acaricie.
No podía aprovecharse de ella en ese estado, eso lo tenía claro.
—Pe-pero quiero verte. —le dijo con esos grandes ojos verdes mirándola desconcertada… y mareada.
—Y me verás, cielo… hazme caso, te gustará.
La volteó suavemente, acercó su cuerpo al de ella y procedió a darle ligeros besos en el hombro, a acariciarle los senos, el estómago, la cintura, las caderas, los muslos… suavemente con los dedos, como si de plumas se tratara. Ella se relajó en sus brazos, y sintió que estaba como en un carrusel, la cabeza le daba vueltas. Respiró profundamente, y disfrutando de las caricias de Alex en su sensibilizada piel, fue quedándose dormida.
Cuando Alex sintió su respiración acompasada, los cubrió a ambos con la sábana. Suspirando y abrazándola, pensó:
«Otra noche de insomnio»
Continuará...

1 comentarios:

Mayte dijo...

arg odiooo a la vampiresa arrastrada y rogona mira que llamarla campesina en fin uff,hay mira que los nervios le dieron de a feo tomar asi jijiji...hay y alex hayyyy que caballeroso ni duda cave que siente un profundo amor me encanto guapa saluditos con cariño

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