jueves, 2 de septiembre de 2010

Anna - Capítulo 12

A mitad de la noche Anna despertó gimiendo con un fuerte dolor de cabeza.
—Ohhhh… Dios Santo. —Susurró. Sentía que tenía el peso del mundo entero sobre su cabeza.
Alex, que la tenía abrazada de espaldas a él, despertó cuando la sintió moverse y quejarse.
—¿Estás bien, cielo? —le preguntó preocupado, acariciándole suavemente el pelo.
—Mi cabeza me va a explotar, Alex… mmmmm.
—Voy a ver que tengo para eso, amor… mamá Chela nos llenó de potajes para cualquier eventualidad… espérame. —Se levantó rápidamente y fue a hurgar en el baúl. Tomó un vaso del escritorio, donde había una jarra con agua y se la trajo.
Se sentó a su lado, gloriosamente desnudo, la incorporó y le dio el medicamento. Ella gimió al moverse, y la sábana que la cubría se desplazó hasta su estómago, dejando al descubierto sus hermosos y cremosos senos.
Él suspiró.
Ella, medio adormilada como estaba, no era consciente de su desnudez. Pero aparentemente, el miembro de Alex no respetaba a una mujer enferma. Se había despertado totalmente. «Tiene cerebro propio», pensó Alex con un estremecimiento.
Una vez que tomó la medicina, la recostó suavemente, la cubrió de nuevo, le dio un beso en la frente con dulzura y se acostó de nuevamente a su lado. Ella no se acercó y él tampoco la buscó.
Luego de unos minutos de silencio, Anna, al darse cuenta que estaba desnuda bajo las sábanas, se asustó. A partir de cierto momento de la noche todo lo ocurrido estaba envuelto como en una nebulosa. Esperando no haber hecho nada de lo que pueda arrepentirse, preguntó en voz baja:
—¿Qué pasó, Alex?
—¿Que pasó de qué, cielo?
—No recuerdo nada después del último baile, todo es borroso.
—Me di cuenta que estabas mareada, y te traje a la habitación, nadie se enteró, no te preocupes.
Silencio.
—¿Por qué estoy desnuda? —preguntó de pronto.
—Tú sola te desnudaste, amor… yo no tuve nada que ver con eso.
Alex sonrió, recordando ese momento.
—Pero… ¿y después? ¿Qué pasó aquí, en la cama?
Pensando que con una broma iba a relajar el ambiente, dijo risueño:
—Ufff, el tiempo se detuvo, el mundo explotó y nosotros hicimos el amor como los dioses, hasta saciarnos.
—Ohhhh… —gimió Anna, llevando ambas manos a la boca y sintiendo que la cabeza iba a explotarle.
Al darse cuenta de su turbación, se aproximó a ella y la acunó en sus brazos. Ella apoyó ambas manos en su pecho, mirándolo en la penumbra, con sus ojos asustados.
—Cielo, ¿qué crees que soy? Estabas borracha. No iba a aprovecharme de ti en una situación así. Nada pasó. El día que hagamos el amor vas a estar totalmente consciente y dispuesta, te lo aseguro. Y además lo disfrutarás, lo disfrutaremos.
—Oh, Alex, lo dices como si fuera nuestro destino.
—Y lo es, Anna. Hoy, mañana, dentro de una semana, un mes o un año, no lo sé. Pero estaremos juntos. Te lo prometo.
«Pero solo nos quedan seis meses», pensó ella.
Alex le dio suaves besos en los ojos cerrados, en la nariz. Se acomodó de espaldas y la atrajo hacia él, de modo a que su cuerpo quedó parcialmente sobre su torso.
Escuchando los suaves latidos de su respiración, fue quedándose dormida de nuevo.


Anna despertó de nuevo casi al amanecer.
Miró a Alex, que dormía profundo, roncando suavemente. Sin hacer ruido se levantó sigilosamente de la cama, se puso el salto de cama, se lo anudó, fue hasta el cuarto de aseo y luego se acercó a la ventana a observar el horizonte.
El dolor de cabeza había remitido, aunque todavía sentía el estómago revuelto. Se sentó en el alfeizar de la ventana, subiendo ambos pies, abrazándose las rodillas y apoyando la barbilla en ellas.
Miró el paisaje: «El amanecer en el campo», eso era algo muy familiar para ella. Extrañaba la hacienda, a Serena y tía Sofi. Extrañaba su vida anterior, sin problemas ni preocupaciones.
A partir de la muerte de su padre, su vida entera se puso patas para arriba. Se sentía como en un carrusel que nunca paraba. Vivir en la ciudad era sinónimo de dar vuelta y vueltas y no llegar nunca a ningún lado. Quizá debería volver un tiempo a la hacienda, para ordenar sus ideas.
Eso significaba dejar a Alex.
Miró hacia la cama. Dormía plácidamente, estaba de costado hacia ella, casi boca abajo, con la cabeza sobre su almohada y una de las manos apoyada sobre la de ella. Su torso desnudo estaba descubierto, una de sus piernas dobladas asomando bajo las sábanas. Podía ver el inicio del nacimiento de sus nalgas. Era un hombre que exudaba virilidad, incluso dormido.
¿Qué iba a hacer con él?
Recordaba vívidamente sus últimas palabras: «Estaremos juntos. Te lo prometo». Ella no quería esa promesa, no la pidió.
Lo deseaba todo de él… o nada.
No quería simplemente una noche de lujuria en sus brazos, y en ningún momento él le había prometido nada más. Sabía que la deseaba, se lo había dicho y demostrado de muchas formas.
Si cerraba los ojos todavía podía sentir sus manos en su piel, podía oler su aroma a pinos del bosque, sentir sus manos acariciando sus partes más íntimas, el clímax posterior, la ternura de sus brazos rodeándola.
Pero ella necesitaba más, necesitaba la seguridad de sentirse amada.
Lo sintió moverse y despertar. No quería que la pillara mirándolo, así que volteó la cabeza hacia el paisaje de la ventana.
Alex se incorporó en la cama y no la encontró a su lado, apoyando la cabeza en una de sus manos la vio encaramada al alfeizar de la ventana. Se veía tan vulneraba, casi como una niña abrazando sus piernas y apoyando la cabeza en sus rodillas.
Con voz ronca le dijo:
—Anna… ¿estás bien?
Ella lo miró y susurró:
—Mmmm, si.
Con un gesto de la mano, golpeando el colchón al lado de él, le indicó que vuelva a su lado en la cama.
Ella negó con la cabeza y volteó la mirada hacia el horizonte.
«Problemas», pensó él. Cuando creía que todo iba bien entre ellos, ella volvía a encerrarse en su caparazón y levantaba la muralla a su alrededor. ¿Cuántas veces más tendría que derribarla? Nunca en su vida había sido tan paciente con una mujer. Ni siquiera se reconocía a sí mismo.
Se levantó, se puso su albornoz y se dirigió al cuarto de aseo. Cuando volvió ella estaba en la misma posición. Se acercó, se sentó detrás y rodeándola con los brazos le susurró:
—¿Te pasa algo, cielo? ¿Todavía te duele la cabeza?
—No, estoy bien. Solo tengo el estómago revuelto. Ya pasará. —No quería que la abrace, eso la confundía, le hacía olvidar todos sus propósitos y desear algo que sabía que iba a terminar mal.
La tomó de la barbilla y giró su rostro hacia él, le dio un suave beso en los labios.
«Un último beso», pensó ella. Su voluntad se convertía en mantequilla derretida en sus brazos.
Al ver sus labios entreabiertos, como invitándolo, él pasó su lengua a través del orificio. Solo ese pequeño gesto sirvió para sentir que ella se rendía.
En el momento en que su boca tocó la de ella, Anna se olvidó de donde estaban, de lo que era o no era apropiado. Cerró los ojos y solo percibió el masculino y terrenal aroma que emanaba de Alex, la rugosidad de su palma contra su mejilla, el sabor de su boca al separarle los labios con los suyos. El sonido de su propio corazón latiendo, el de ambos.
La levantó sin esfuerzo y la sentó en su regazo, ella levantó las manos para poder tocarlo, la metió dentro de la bata y acarició su pecho desnudo cubierto de suave vello. Ese movimiento pareció hacer estallar algo dentro de Alex, pues un sonido profundo salió de su interior, la rodeó por la cintura y la pegó a él por completo, besándose interminablemente, sus lenguas acariciándose.
Se desataron torpe y rápidamente los nudos de sus batas para poder sentir piel contra piel, suavidad contra dureza. Él se inclinó para besarle el hombro, después siguió con la clavícula, mientras pasaba la yema de sus dedos por sus pezones rosados, jugueteando con ellos. Ella hacía lo mismo, encontró los pezones masculinos, pequeños y duros y dibujó círculos a su alrededor.
Ambos temblaban al sentir el contacto de sus manos. Ella sintió la humedad entre sus piernas, el calor que estaba naciendo allí la sorprendió, pero cuando él se inclinó más y tomó uno de sus botones carnosos en la boca, olvidó todo pensamiento.
Ambos todavía tenían las batas puestas, pero totalmente abiertas por el frente. Él dirigió una de las manos de ella a su entrepierna, y le dijo en un susurro ronco:
—Tócame, amor… necesito sentirte. Necesito sentir tus manos en mí.
Torpemente, ella cerró sus pequeñas manos sobre el duro miembro de él, sintió que se estremecía, lo acarició lenta y tentativamente, sintió la suavidad de su piel, tocó la punta y deslizó sus dedos por toda su longitud.
Mientras ella realizaba su tarea con eficiencia, él deslizó un dedo dentro de ella, sintió que se estremecía y daba un respingo. Estaba tan mojada que pudo meter dos de sus dedos fácilmente en ella. Anna se contrajo y gimió de placer.
Seguían tocándose, él deslizaba sus dedos por los pliegues de los labios inferiores de ella, acariciando su clítoris con expertos movimientos circulares, mientras ella deslizó sus manos curiosas hasta las extrañas bolsas detrás del miembro de Alex y las acarició, luego fue subiendo y bajando las manos por su miembro duro, a punto de explotar.
—Amor, para… —le dijo él en un susurro. —Si continúas voy a terminar aquí, en tus manos. Y deseo estar dentro de ti.
Él volvió a besarla y a darle placer con la lengua en sus senos mientras seguía moviendo un dedo, dos dedos, dentro de ella. Finalmente los sacó y otra vez comenzó a acariciar suavemente con la yema de su húmedo dedo el punto que sabía le proporcionaría el mayor placer. Ella gimió dentro de su boca y él siguió tocándola. Levantó las caderas y se abrió para él. Estaba lista.
Él abandonó su boca y volvió a deslizarse por su cuerpo, besando, lamiendo y mordiendo cada centímetro de su piel mientras su dedo continuaba con su concentrado movimiento.
Y de repente, ocurrió. Anna creyó que iba a morir. Una pura explosión de sensaciones sacudió su cuerpo y gritó de asombro. Se sintió transportada por una ola de intensa pasión que envolvió cada centímetro de su cuerpo.
Alex disfrutó el increíble estremecimiento de su clímax. La mantenía firmemente agarrada en su regazo, a horcajadas frente a él, con su mano todavía entre sus rizos. Anna lanzó un gemido que acabó en un suspiro contenido cuando su estremecimiento hubo remitido.
Acomodándola a un costado, él se levantó del alfeizar de la ventana y la incorporó hacia él, la tomó de ambas manos y la guió hacia la cama.
Al ser la primera vez juntos, quería entrar en ella cómodamente, ver sus cabellos esparcidos por la almohada cuando la penetrara.
Se escucharon sonidos de pasos detrás de la puerta y voces a lo lejos. La casa estaba despertando.
Eso también hizo que ella saliera del trance sensual en el que estaba envuelta. Él se dio cuenta inmediatamente del cambio en sus facciones y maldijo en silencio. Se acercó a ella rápidamente.
Pero ella reaccionó más rápido. Reculó, se cerró el salto de cama y lo anudó fuertemente.
—¡Nooo, Alex! Detente, por favor, —le dijo subiendo una mano entre ellos.
—No me vas a dejar así… ¿no?
—Lo siento, pero no te acerques más, cada vez que me tocas no puedo pensar. Yo ya había decidido que hacer, y apenas me tocaste me olvidé de todo. Yo no quiero esto, mi cuerpo aparentemente sí, pero yo no.
—¿Y qué es lo que tú quieres? —preguntó Alex, cerrándose la bata también.
Ella lo miró, y tragando saliva le dijo:
—Quiero volver a la hacienda, necesito pensar… sola. Ahora.

Continuará...

1 comentarios:

Mayte dijo...

hayyy que frustracion jijiji... no me imagino como se resiste yo no lo haria jajaja saludos con cariño

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