miércoles, 8 de septiembre de 2010

Teresa - Capítulo 01


Teresa estaba furiosa, apenas pudo dormir en toda la noche.
Inusualmente se despertó temprano y fue hasta la casa de Anna, tenía que desahogarse con alguien. Ya no soportaba más la situación.
Entró a la casa y fue directamente a la habitación de Anna sin anunciarse, como era su costumbre.
Cuando mamá Chela la vio, corrió detrás de ella diciéndole:
—¡Señorita Teresa! No puede entr…
Pero ya era tarde. Lo que vio no sorprendió a Teresa en lo más mínimo, pero retrocedió asustada por la invasión a la intimidad de su amiga.
Alex estaba abotonándose la camisa, y Anna estaba sentada en la cama anudándose la bata. Se notaba que recién se habían levantado. Juntos.
—¡Oh, Dios Santo! Disculpen… yo no quería… no sabía…
—¡Teresa! Espera… vuelve, puedes entrar. —dijo Alex.
Anna estaba riendo.
—Hola Tere, —le dijo risueña, —menos mal que no llegaste media hora antes.
Teresa estaba turbada.
—Bueno, señoras, las dejo. Que tengan un buen día. —le dio un ligero beso a Anna en los labios y otro a Teresa en su mano. —Trata de golpear la puerta la próxima vez, Tere —le dijo medio en broma, medio en serio.
—Lo haré, Alex, tenlo por seguro. —Y miró a su amiga interrogante, con una sonrisa pícara, cuando Alex cerró la puerta, le dijo: —¡Bastarda desgraciada! Lo lograste…
Anna se lanzó a los brazos de su amiga riendo.
—¡Aaaayyyy, Tere! No te imaginas lo maravilloso que fue todo.
—Bueeeno, por fin, querida… ya era hora. ¡Felicidades! No sabes cómo te envidio. Tienes que contarme todo. —y le guiñó un ojo, riendo.
—Gracias, amiga… pero ¿qué puedo contarte a ti que ya no sepas? Fuiste tú la que me instruiste con todas esas revistas raras. Creo que hubiera hecho el ridículo si no las hubiera leído.
—No creo, él se hubiera encargado de enseñarte, pero me alegro por ti.
—Yo también, pero dime… éste no es un horario usual para ti, ¿te pasa algo?
—Ay, amiga… creo que me voy a volver loca. Daniel está a punto de matarme con su indiferencia.
Daniel Lezcano era el prometido de Teresa hacía ya casi dos años, era un hombre serio y taciturno, hijo de un banquero, seguía los mismos pasos de su padre —aunque estaba terminando la carrera de abogado, —y tenía muchas responsabilidades. Se comportaba como todo un señor a pesar de que sólo tenía veintitrés años.
Tere y él eran polos opuestos. Si ella era alegre, él era serio, ella divertida, él aburrido, ella ansiosa y él tranquilo. Tere tenía un deseo perverso de conocer el mundo y explorarlo, y él la frenaba. Era como un ancla para ella.
El problema era que Teresa no quería estar anclada. ¡Quería volar!
Anna hasta ahora no entendía el motivo por el cual su amiga lo había elegido, porque no fue un compromiso pactado por sus padres, ellos se eligieron, y se empeñaban en continuar juntos a pesar de que cada día se llevaban peor.
—¿Qué es lo que te hizo esta vez? —le preguntó Anna.
—¡No me hizo nada! Ese es el problema… nada de nada. Hasta ahora creo que solo he logrado sacarle un casto beso semanal. Creo que si fuera por él ni siquiera hubiera pasado de besarme las manos.
—¿Y qué es lo que quieres? Es tu novio, se supone que los novios deben respetar a sus prometidas hasta después de la boda.
—¡Patrañas! Te diré lo que no quiero, es más fácil: ¡No quiero esperar más! Y lo voy a volver loco. Eso haré. —Tere la miró fijamente y le dijo: —Mmmm, ahora que eres una mujer experimentada, me vendrían bien tus consejos… a ver, amiga… cuéntame, ¿qué tengo que hacer para moverle el piso?
—Ohhhh… —Anna se atragantó, —Tere, deja que me vista y bajemos a desayunar. Así podemos hablar más tranquilas en la sala, ¿sí?
Anna se vistió en tiempo récord y bajaron. Una vez que desayunaron, se sentaron cómodamente en la galería frente al salón —el sitio preferido de Anna —y retomaron la conversación.
—Amiga, —le dijo Anna preocupada, —creo que en tu afán de experimentar la vida te estás sobrepasando. Dime una cosa, ¿por qué no se casan si ya no quieres esperar?
—¿Cuál de las excusas te gusta? A ver: nuestra casa todavía no está terminada, le faltan materias en la facultad para recibirse de abogado, la reciente muerte de su abuelo, nuestra estabilidad financiera, —y con gestos teatrales terminó bromeando: —el biombo de su abuela se rompió, la perra del vecino se quedó sin cola, bla bla bla.
—Yo veo bastante coherentes las primeras razones, Tere.
—¿De qué lado estás? —le dijo Teresa fastidiada.
—Del tuyo, por supuesto. Pero una verdadera amiga no te dice lo que quieres escuchar, nena… sino la verdad.
—De todas formas yo no tengo apuro por casarme. No es esa mi urgencia. Es solo que me pregunto: ¿me complacerá en la cama? Es taaaan frio, amiga.
Luego de un silencio Anna le hizo la pregunta que creyó era crucial en todo este tema:
—¿Tú lo amas, Tere?
Suspirando, Teresa le contestó:
—Estaba loca por él cuando lo conocí, Anna. Si bien no es un hombre apuesto, me llamó la atención su tamaño, su altura, su seriedad y seguridad en sí mismo, su estabilidad. Todo él me hacía sentir tan pequeña y segura. Pero ahora, casi dos años después todo eso que amaba en él me fastidia.
Probando hasta dónde era capaz de llegar, Anna le dijo:
—Quizás deberías romper el compromiso.
—¿Estás loca? ¿Te imaginas el escándalo que sería después de dos años de compromiso? —Teresa abrió los ojos como platos, —uno no rompe un compromiso tan largo, eso debería haberlo hecho hace mucho. Hasta tenemos una casa a punto de terminarse. No, Anna… eso no es posible.
—Me imagino que después de casi dos años tienes la suficiente confianza en él para expresarle tus temores, Tere. ¿Por qué no hablas con él? Dile lo que sientes.
—Se lo insinué, pero no se da por enterado. Anna, no me jodas con eso, ya no quiero hablar, necesito actuar, hacerlo vibrar, moverle el esqueleto. Eso es lo que tengo que hacer.
Viendo que no había forma de hacer cambiar de opinión a su amiga, que era extremadamente terca, Anna le dijo:
—Bueno, Tere, creo que hay cosas que podrías hacer sin comprometer tu virtud.
—¡Ja! No me importaría perderla, nena.
—No digas tonterías, atorrante… a ver, en una de esas revistas que me prestaste hay un artículo interesante, creo que se titulaba: «Armas Femeninas», o algo así. Déjame que lo busque.
Y las dos amigas perdieron así toda la mañana en idear estrategias para que el pobre Daniel cayera en la trampa. «De pobre nada», pensó Anna. Él iba a ser tremendamente beneficiado.


Como era usual los martes y jueves de siete a nueve de la noche, Daniel hacía sus visitas semanales a casa de Teresa. Los sábados la visita era más flexible, podía quedarse hasta las once de la noche si no tenían algún acontecimiento. Y los domingos, generalmente almorzaban con las familias, a veces en casa de Teresa y otras en la casa de Daniel.
Era jueves a la noche, por lo tanto, Doña Eugenia Mercado, la madre de Teresa entró a su habitación y le anunció:
—Hija, acaba de llegar Daniel.
—Ya bajo… eh, mamá, humm… —Teresa dudaba en preguntarle. Su madre era muy estricta. —¿Podríamos Daniel y yo ir a pasear al parque?
—Hija, ya está anocheciendo.
—¡Mamá! Daniel es un hombre, no voy a estar sola.
—Justamente porque es un hombre.
—¡Cielos, mamá! Ya tengo casi veinte años…
—Aunque tuvieras treinta, si sigues en mi casa, debes respetar las reglas.
Teresa pasó al lado de su madre como un torbellino, disgustada. Llegó a la sala y saludó a Daniel parcamente.
—Hola.
—Hola querida, ¿cómo estás?
Daniel ya estaba acostumbrado a los cambios de humor de su prometida. Un día parecía estar todo bien y la siguiente vez que la veía parecía fastidiada. A veces estaba radiante, —esos eran los días que más le gustaba. —Otros parecía enojada y taciturna.
—Mmmm, bien.
—No lo parece, —se acercó y le dio un beso en la mejilla. —Más bien creo que estás disgustada. ¿Pasó algo?
—Nada importante, es mamá y sus absurdas reglas. —Inmediatamente cambió de tema. —Dime, ¿Tú cómo estás? Sentémonos…
—Bien, querida, tuve un día bastante agitado…
Mientras él le relataba su día, su mente vagó por otros rumbos: «Querida», ni que fuéramos un matrimonio de treinta años de casados. Nada de «Mi amor, mi vida, cariño, cielo mío, dulzura…», ¡Qué martirio!
Ella se sentó en el sofá de tres cuerpos, en el medio, —de modo a que él se sentara en uno de los dos extremos, y de una u otra forma, estaría cerca de ella —y él se sentó a su izquierda.
A medida que Daniel le contaba sus experiencias del día, ella fue acercándose imperceptiblemente hacia él, hasta que sus muslos se tocaron.
Daniel carraspeó y miró hacia la puerta.
—Querida, no es que no me guste tenerte tan cerca, pero tu madre va a entrar en cualquier momento.
Ella acercó su boca al oído y le susurró:
—Al diablo con ella, Dani. —apoyó una de sus manos en el muslo de él y entornando los ojos le dijo mimosa: —¿Me das un beso como corresponde?
Mirando hacia la puerta, Daniel se acercó a ella y le dio un beso rápido en los labios.
Ella hizo un puchero y le recriminó:
—Eso no es apropiado.
El se levantó, se paró al lado de la chimenea y metiendo sus dedos pulgares en los bolsillos de su chaleco, le dijo:
—Yo creo que es absolutamente apropiado, aunque no sea como tú crees que corresponde, Teresa.
Cuando la besó sintió un cosquilleo en el estómago. El fuego estaba allí, ella sabía que podía encenderlo. Lo miró con los ojos entornados y pensó: «Dios, es inmenso, sus manos son tan grandes, el día que consiga despertarlo, será maravillo sentir esas manazas en mi piel. ¿Cómo serán sus pechos, sus brazos? ¿Tendrá vello por su cuerpo?»
Mientras su mente vagaba descontrolada, ella se levantó también y se acercó a él lentamente. Apoyó una de sus manos sobre su pecho y le dijo:
—¿Tú me amas, Dani?
—¡Qué pregunta, querida! Eres mi prometida.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra, respóndeme. —Y deslizó su mano por su pecho hasta llegar con un dedo al borde de su cinturón, sintiendo la firmeza de su estómago.
El tosió nervioso, no dejaba de mirar hacia la puerta y mirarla a ella ininterrumpidamente. La tomó de la mano que estaba apoyada en su estómago y se la llevó a sus labios.
—Por supuesto que sí, Teresa. Pero ten cuidado, querida, tu madre puede entrar en cualquier momento.
—Olvídate de ella, Dani. Necesito que me lo demuestres.
—¿Qué cosa? —preguntó él con el ceño fruncido.
—Que me amas, demuéstramelo.

Continuará...

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