jueves, 16 de septiembre de 2010

Teresa - Capítulo 06

—Es la primera vez que voy a decirte algo así, cielo… —Alex suspiró antes de hablar, y con firmeza, le dijo: —Te lo prohíbo. Te prohíbo que le digas una sola palabra a Teresa.
Estaban en el carruaje de vuelta a casa. Luego de ver a Daniel, todos sus planes se aguaron. Anna estaba furiosa y quiso seguirlo hasta el área privada del burdel. Alex tuvo que sacarla casi a rastras.
—¿Estás bromeando, no? —Le contestó Anna cada vez más molesta, —Si mi mejor amiga me oculta algo así yo no querría saber de ella nunca más. ¿Cómo puedes prohibirme que le diga a Teresa que encontré a su prometido en un burdel?
—Escúchate, amor… has dicho un «burdel». ¿En qué cabeza entra que tú hayas estado en un lugar así? Solo un tarado como yo accede a llevar a un lugar así a su esposa, ¡porque lo prometí pensando con la entrepierna!
—Bah, a Teresa no le importará ese detalle. —contestó frunciendo el ceño.
—Pero a mí sí, y a Daniel y otros que se enteren también. ¡Por Dios Santo! Si esto explota llegará a oídos de todo el mundo… —Alex se pasó la mano por el pelo, nervioso. —Anna, piensa en las consecuencias, no puedes hablar sobre esto. Hay una regla no escrita que dicta que lo que uno ve en un lugar como ese, se le olvida al salir. Nadie tiene ojos ni oídos en ese lugar. Todos son igual de culpables solo por entrar.
—¡Yo no estaba haciendo nada malo! No tengo por qué sentirme culpable por haber ido allí con mi esposo, de curiosa. —Y señalándole con el dedo, continuó: —Pero él no debería haber estado allí, es una falta de respeto hacia Teresa.
—Amor… Daniel es un hombre.
—¿Y eso lo justifica? ¡Ja! Es un hombre, sí… y uno muy deshonesto, por cierto.
—Los hombres hacen eso.
—¿Ah, sí? —Ella lo miró desconcertada, —¿Tú lo haces?
—Sabes que no. De todas formas, también comprendes que tengo razón. No lo hagas, cielo. No hables. Sabemos que la sociedad es una mierda de hipocresía, pero vivimos en ella, y podría ser nuestra ruina. Sería un escándalo que se supiera que tú fuiste a un burdel y que yo lo permití.
—Entonces tendrás que hablarle tú.
—¿Ah, sí? ¿Quieres que Daniel piense que yo fui a ese lugar solo? ¿Te gustaría que piense que yo te pongo los cuernos?
—Inventa algo, ¡Por Dios! Pero las cosas no pueden quedar así.
—¿Y si lo pensamos una semana? Si no quieres arruinar a todos el viaje, a la vuelta decidiremos qué hacer, ¿te parece? Y con la mente más fría.
Ella lo pensó un rato y decidió:
—Una semana, Alex. No voy a esperar un día más. Si no se resuelve esto cuando volvamos de La Esperanza, yo hablaré con Teresa sin importarme las consecuencias. —Se dejó caer en el asiento del carruaje y cerrando los ojos dijo para rematar: —Y odiaré a Daniel Lezcano todos los días que pase a nuestro lado en la hacienda.


Llegó el miércoles y todos partieron hacia La Esperanza en dos carruajes, el de los Constanzo y el de Daniel. Mamá Chela también formaba parte de la comitiva, eran siete personas en total, y se fueron turnando en los carruajes a medida que paraban en algún lugar para refrescarse y hacer descansar a los caballos.
Anna estuvo todo el viaje taciturna y malhumorada. Si Teresa se dio cuenta, no dijo nada al respecto. Pero Serena y Joselo sí lo notaron, y cuando le preguntaron el motivo, Anna solo les dijo que estaba cansada, que ya se le pasaría.
Llegaron a la hacienda entrada la tarde. Daniel se instaló con los Constanzo —para desgracia de Anna, —y Teresa con los Ruthia. Pero luego de descansar unas horas, ya estaban todos juntos de nuevo en La Esperanza cenando, conversando y tomándose del pelo.
Llegó un momento en que Alex y Daniel se sintieron un poco fuera de lugar en el cuarteto que formaban las chicas y Joselo, y decidieron salir a fumar un puro a la galería de la casa patronal.
—Creo, Anna y Teresa, que están haciendo sentir mal a sus parejas.
Las dos reaccionaron juntas:
—¿Por qué lo dices?
—Me parece que se sienten desplazados por nosotros, vayan a hacerle unos mimos, ¿quieren?
—Ahhh, pero a Alex no le importa… sabe que seré toda suya esta noche —dijo Anna riendo tontamente.
—Feliz de ti. Pero tienes razón con Dani, Joselo. No lo traje hasta aquí para que fume puros con Alex en la galería. Ni siquiera fuma. —dijo Teresa asintiendo.
—No lo sabes, Tere. —respondió Anna.
—¿Qué no sé qué?
—Si fuma o no.
—¿Cómo no voy a saberlo? Claro que no lo hace.
—Puede que lo haga y nunca lo viste.
—Ya me hubiera enterado.
—A lo mejor hay cosas de él que no sabes.
Joselo y Serena miraban el intercambio sin entender a dónde quería llegar Anna.
—¿A qué te refieres?
—Ay, no me hagas caso. Estoy delirando. —contestó molesta por no poder cerrar su boca. —Vamos a buscar a esos dos.
Teresa frunció el ceño. Conocía a su amiga, y ocultaba algo.
Pero no insistió.
—Vamos.


Al llegar a la galería, Alex recibió a Anna con una sonrisa, pasándole un brazo por el hombro y dándole un beso en la frente.
—Hola, amor. —le dijo. —¿Ya me extrañabas?
Anna solo ronroneó apretándose contra él.
Teresa presenció ese intercambio con envidia. Daniel sólo la tomó de la mano y la apoyó en su brazo.
 Estuvieron un rato conversando, cuando Serena salió a preguntar si alguien quería jugar a las cartas.
Anna estiró a Alex y entraron.
Teresa aprovechó y le preguntó:
—¿Tu fumas, Dani?
—Sabes que no, querida. ¿Por qué lo preguntas?
—Mmmm, nada. —Seguía sin entender lo que le quiso decir Anna. Se acercó a él despacio y pasó los dedos por su pecho.
Él le tomó la cara con ambas manos y la acercó a él, dándole un beso en la frente y otro en la nariz.
—Hola osita, —le dijo cerca de sus labios. —Yo sí ya te extrañaba, —haciendo referencia a la pregunta de Alex.
Ella sonrió ampliamente. Solo necesitaba escuchar eso para derretirse.
—Hola, mi amor. —Y aceptó los labios de él con una urgencia contenida, temblando ligeramente y apoyándose contra su torso. Al comienzo sus labios apenas se rozaron, su aliento era como una caricia.
Ella gimió, protestando.
Daniel devoró su protesta capturando su boca, profundizando el beso hasta que ella abrió los labios, tentándole a que lo convirtiera en algo más íntimo. Le pasó una mano por la cintura y otra por la espalda hasta hundirla en sus cabellos, sujetándole la cabeza mientras la echaba ligeramente hacia atrás, fundiendo sus cuerpos.
—Esto es una locura, —susurró él.
—Puedes jurarlo. Una locura maravillosa. —contestó separando apenas sus labios de los de él para contestarle.
Volvió a besarla y penetró en su boca con la lengua. Las manos de Teresa se aferraron a las solapas de su chaqueta. Cuando la lengua de ella se unió a la suya, Daniel se olvidó de la cordura y se dejó llevar. Teresa lo abrazó y ahondó en el beso. Su sabor casi le hizo perder la cabeza.
«Respétala», la palabra de Don Augusto se filtró en su inconsciente y le hizo recobrar el juicio. Daniel se apartó despacio de ella, sacó el reloj de su chaleco y lo consultó.
—Cielos, osita… es tardísimo.
Aturdida, ella lo miró sin entender.
—Pe-pero… estamos de vacaciones. ¿Qué importa la hora?
—Creo que ya deberían irse.
—No puedo obligarlos, están jugando a las cartas.
Él apoyó ambas manos en la baranda de la galería, bajando la cabeza, como queriendo recuperarse. Pero ella no le dio tregua. Se puso detrás de él abrazándolo por la cintura y apoyando la mejilla en su espalda.
Daniel cerró los ojos cuando sintió las manos de ella deslizarse tentativamente por su pecho y su estómago sobre la camisa, acariciándolo suavemente… su mano estaba tan cerca, «solo un poco más abajo», pensó él, deseando la caricia pero no animándose a pedírselo.
—Osita…
Y ella lo sorprendió:
—Guíame, mi amor —le dijo en un susurro.
Él, contrariamente a todos sus pronósticos, bajó lentamente una de las manos de ella hasta su cresta palpitante. Teresa lo tocó tímidamente primero, valerosamente después. A pesar del obstáculo que representaba la tela del pantalón, ella pudo apreciar la magnitud de su creciente erección.
—¿Sientes lo que me provocas, osita? —le dijo Daniel, suspirando y con voz ronca por la emoción.
—Ohhh… sí.
Sorprendida de sí misma, ella siguió acariciándolo, sintiendo cómo su erección se hacía más plena cada vez.
El suspiró y le dijo:
—Ahora retírate, cariño. Deja de acariciarme. Ten más cordura que yo, por favor te lo pido.
Ella entendió su lucha interna, se apartó lentamente y fue a sentarse en la mecedora al final de la galería dándole tiempo a que se recuperara. Aunque jamás lo admitiría, estaba asustada por su osadía.
Un rato después, él se sentó a su lado y tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella. Ella bajó la cabeza y la apoyó en su hombro. No dijeron nada, no era necesario. Él posó un ligero beso sobre el pelo de Teresa, cerraron los ojos y disfrutaron de su cercanía, de ese nuevo conocimiento que experimentaron.
Un rato después, escucharon voces y fueron interrumpidos por Serena que le anunciaba a Teresa que ya debían regresar a la casa.
La magia se rompió, pero quedó un sabor a triunfo.
Una vez solo en su habitación, no pudiendo conciliar el sueño, Daniel soportaba una lucha interna entre sus deseos y sus deberes. Llegó a la conclusión que la única solución para no sucumbir era mantenerse lo más alejado posible de ella.
Teresa sin embargo, rememoró lo ocurrido y sonrió complacida. No tenía idea de lo que deseaba realmente, no sabía hasta donde era capaz de llegar, pero tenía la certeza que quería más. Mucho más.
Esta sería una batalla de voluntades, en la cual nadie sabía quién saldría victorioso, ni cuál era la verdadera victoria.


Continuará...

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