martes, 28 de septiembre de 2010

Teresa - Capítulo 11

Luego de esa experiencia, se intensificó la vigilancia a la pareja. No los dejaban solos ni un solo instante. A Teresa se la veía hastiada por la situación, y Daniel, por supuesto, no exteriorizaba emoción alguna.
El día terminó sin que pudieran estar a solas de nuevo. Ni siquiera cuando el trío volvió a la hacienda de los Ruthia pudieron despedirse más que con un ligero beso robado detrás del carruaje.
Ya en la cama de Serena, trataba de urdir un plan para que pudieran estar a solas de nuevo, pero no se le ocurría ninguno. Se hundió entre las sábanas, y a pesar de su enojo, una sonrisa pícara asomó en su cara al recordar lo que habían compartido, maravillada de las sensaciones nuevas que había descubierto, deseosa de probar más cosas.
—¿Por qué sonríes? —Preguntó Serena que estaba a punto de acostarse —¿Qué picardías estas recordando, Tere?
Teresa miró a su amiga, y para fastidiarla dijo:
—¿De verdad deseas que te cuente, Sere? ¿Quieres desmayarte?
Serena abrió los ojos asustada y dijo:
—Mmmm, no soy tan curiosa. Ten cuidado con lo que haces, Tere. Puedes meter en problemas a los que te rodean en tu afán de lograr lo que quieres, incluso a mi madre.
—Tú siempre tan sensata —y sin mala intención, dijo: —Me gustaría verte en tu noche de bodas, corriendo por los pasillos para huir de tu marido.
Serena ser ruborizó intensamente, y sin decir una sola palabra, apagó la luz y se metió en la cama. Luego de un rato dijo suavemente:
—Puedes ser muy cruel a veces, Tere.
Teresa, que no quiso herirla, se acercó a ella y apoyó su hombro sobre el de Serena, diciendo:
—Lo siento, amiga… tienes razón, la mitad de las veces no mido lo que digo. No quise ofenderte, solo quería hacer una broma. Eres tan ingenua a veces.
—No tanto como crees, Tere… podría llegar a sorprenderlos, —y en voz muy baja con un nudo en la garganta, agregó: —…incluso a ti.
Teresa se incorporó un poco, apoyándose en el codo. Miró a su amiga a los ojos, visibles por la luz de la luna que se filtraba desde la ventana y dijo:
—¿Hay algo que quieras contarme, Sere?
Silencio. Como Serena no contestó, ella agregó:
—De un tiempo a esta parte he notado un par de reacciones raras en ti. ¿Ha ocurrido algo de lo que deba enterarme? Quiero ayudarte, ya sabes…
—No hay nada que debas enterarte, amiga, —dijo Serena suspirando quedamente. —Nadie puede ayudarme. Mejor durmamos, estoy cansada.
Teresa frunció el ceño y no insistió. Sabía que sería inútil preguntarle nada. Odiaba cuando Serena se recluía en su caparazón, pero ella era así, ya se abriría cuando lo creyera necesario. Solo dijo en voz baja:
—Te quiero, bichita.
—Yo también, indiecita, —respondió Serena.
Y se durmieron apoyadas la una en la otra, como cuando eran niñas.


Era domingo y hacía un día espléndido.
Como habían acordado el día interior, estaban esperando en Rancho Grande la llegada de los Constanzo y de Daniel para visitar el pueblo. Había una feria que querían conocer y pasarían el día allí.
Era el último día de sus pequeñas vacaciones, y querían aprovecharlas en pleno. Llegaron a media mañana anunciando que Alex ya se sentía bien y que el malestar del día anterior solo se debió a algo que había comido con los obreros al visitar la hacienda. Partieron todos hasta el pueblo que distaba escasa media hora de la hacienda.
Ya a caballo, cada uno en su propia montura, Teresa y Daniel con miradas cómplices, se rezagaron un poco del resto para saludarse.
—Hola osita, ¿cómo amaneciste?
—Bien, mi amor… pero extrañándote ¿y tú?
—También, tal parece que no piensan dejarnos solos un minuto, —dijo sonriendo. —Quizás sea lo mejor, creo que las cosas se nos están yendo de las manos.
Teresa lo miró aturdida y dijo:
—¿Te arrepientes de lo que hicimos, Dani?
Él le devolvió la mirada con ternura y contestó:
—Jamás, mi dulce osita; —y haciéndole una seña con la mano, dijo: —acerca tu montura, quiero saludarte como corresponde.
Y aproximando sus caras, se dieron un dulce pero apasionado beso, sin tocarse, solo labio contra labio, entrelazando sus lenguas, suspirando suavemente, bajo la atenta mirada de Anna, que no dejaba de voltear para ver dónde estaban los enamorados.
Llegaron al pueblo y era un bullicio de actividades. Parecía que todos los de alrededores se dieron cita a la feria, anclada en una extensión de terreno en la periferia. Había música, todo tipo de juegos, venta de productos variados, adivinas, malabaristas y muchos indígenas vendiendo sus productos.
Dejaron sus monturas al cuidado de un joven a quien los Ruthia conocían y se dispusieron a disfrutar de la feria.
Acordaron que si se perdían se encontrarían para almorzar en el prado al costado del lugar donde habían dejado los caballos.
Cada uno de los varones tomaron de la mano a una de las chicas y empezaron a recorrer las casetas. Las mujeres se maravillaron de las prendas artesanales que encontraron y compraron un montón de baratijas, cintas, telas y accesorios para el pelo.
Anna, que seguía a sol y a sombra a su amiga, se relajó también a pedido de  su marido y disfrutó del lugar.
Llegaron al espacio donde estaban ancladas las casetas de los juegos. Había tanta gente, que Daniel tomó a Teresa de la cintura y la pegó a su frente para caminar.
Se detuvieron frente a la caseta de tiro.
—¡Yo quiero probar, Dani! Enséñame por favor, —dijo Teresa entusiasmada.
Sonriendo, complacido de poder dar el gusto a su prometida, Dani pagó dos rondas y esperaron su turno para jugar.
Los demás siguieron recorriendo los juegos.
¡Por fin los habían dejado solos!
Como todos eran desconocidos y en realidad nadie prestaba atención a lo que ocurría su alrededor, aprovecharon para abrazarse. Dani envolvió a Teresa con sus brazos desde atrás, apoyándola en su torso y dándole suaves besos en su cuello y hombros.
Teresa pensó que era maravilloso verlo tan relajado, tan cariñoso, tan diferente a su rigidez habitual. Volteó la cabeza y lo miró a los ojos, tratando de expresar con la mirada lo mucho que disfrutaba de sus caricias. Él lo comprendió y le dio un ligero beso en la comisura de los labios.
  —Nuestro turno, osita.
Disfrutaron de la experiencia. Con paciencia, envolviéndola con sus brazos; él le enseñó a apuntar y a disparar. Tenían cuatro tiros cada uno, Teresa solo acertó en el tercero. Pero Dani, diestro con las armas, ganó para ella un títere de madera hecho artesanalmente.
Emocionada, Teresa lo abrazó y dijo:
—Mi amor, esto es lo más hermoso que vi en mi vida.
—Sólo es una marioneta defectuosa, osita —dijo Dani sonriendo ante la efusividad de su prometida.
—No importa, es hermosa para mí, —respondió abrazando su juguete.
En uno de los puestos de bebidas compraron una botella de mosto  para refrescarse, algunas comidas típicas y siguieron camino hacia donde tenían que encontrarse con el resto de sus amigos para almorzar.
No encontraron a nadie todavía. Fueron hasta los caballos y recogieron las mantas y utensilios y los distribuyeron debajo de un frondoso árbol de mango.
Se sentaron debajo, uno junto a otro. Él pasó el brazo por los hombros de ella y la atrajo hacia su costado, disfrutando de su cercanía y de la bebida tan dulce y relajante.
—¿Quieres beber más, Dani? —Preguntó ella.
—Sí, osita… hace mucho calor.
Teresa lo sorprendió de nuevo. Tomó un sorbo de su bebida sin tragarla y acercó sus labios a los de él. Daniel bebió de su boca, degustando el delicioso sabor de sus labios mezclado con la azucarada bebida.
¡Santo cielo! Que dulce era, y qué placer beberla.
La apretó más contra su costado y subió la otra mano hasta su cuello reteniendo su boca contra la suya, mordisqueándola, introduciendo la lengua en una danza primitiva, mezclándose. Ella lo abrazó por la cintura y se entregó a las delicias de sus besos.
Siguió besándole el cuello y mordisqueándole el lóbulo de la oreja; ella gemía ante sus caricias. Él le susurraba palabras tiernas al oído:
—Que dulce eres, osita y qué placer beber de tus labios. Me has sorprendido, y quiero más, mucho más. No veo la hora de obtenerlo… todo.
Ella suspiró largamente y respondió:
—Yo también, mi amor…
Luego que un rato de disfrutar de esa intimidad regalada, de ardientes besos y relajadas caricias, la sensatez de Dani prevaleció:
—¿Sabes que tenemos que parar, no? Los estoy viendo venir para aquí.
—Sí, mi amor —dijo Teresa haciendo un puchero con su boca.
Él sonrió, la separó un poco y mirándola a los ojos, anunció sorprendiéndola:
—Te amo, osita, cada día te amo más. No tuve oportunidad de decírtelo ayer, pero quiero que lo sepas.
Henchida de amor y orgullosa de todo o que había conseguido, sólo pudo decirle antes de que sus amigos llegaran:
—Ay, mi vida… yo también te amo.
Anna se tranquilizó una vez que los vio. Estaban demasiado juntos para su gusto, pero por lo menos los tenía vigilados otra vez.
Llegaron hasta ellos cargados de comestibles y bebidas.
Almorzaron tranquilamente, entre bromas y anécdotas de lo que habían hecho durante la mañana. Teresa les mostró orgullosa la espantosa marioneta que Daniel había ganado para ella, como si fuera el más precioso tesoro.
Todos rieron ante lo ciega que estaba su amiga e hicieron bromas al respecto. Hasta Daniel reía y conversaba relajado, aunque seguía disgustándole sobremanera la familiaridad con la que Joselo trataba a su prometida.
No podía olvidar la forma en que la había tocado al echarla en el arroyo, el hecho de que la haya visto en ropa interior mojada, casi transparente, las expresiones cariñosas que le decía constantemente. Estaba celoso, lo sabía, pero era más fuerte que él.
Aunque se dominaba, porque sabía lo mucho que ella lo quería como amigo, tenía ganas de estrangularlo. Teresa era suya, el no tenía derecho de tocarla ni a tener secretos con ella o decirle palabras cariñosas al oído. Estaba convencido que Joselo sentía algo más que amistad por ella, la trataba diferente que a Anna.
Luego de descansar un rato después de almorzar, siguieron recorriendo la feria. Cuando llegaron a la zona donde estaban los indígenas con sus productos artesanales, Joselo hizo bromas con respecto a lo mucho que las niñas de esa tribu le recordaban a su “indiecita” con sus trenzas oscuras.
Cometió el error inocente de tomar a su amiga por la cintura y girarla en el aire, desde atrás. Ella reía feliz, se escapó corriendo, pero él la persiguió haciéndole cosquillas.
Alex se fijó en el cambio de expresión de Daniel, cuyo rostro enrojeció de rabia. Problemas, pensó.
Cuando pasaron cerca de él, Daniel ya no pudo controlarse y tomó al pobre Joselo de la chaqueta, levantándolo del suelo. Todos se asustaron por su reacción, menos Teresa que seguía corriendo creyendo que era perseguida todavía por su amigo.
Lo apoyó a un costado y empujándolo, ordenó entre dientes, con voz baja pero firme:
—Tengo que hablar contigo, muévete —y lo llevó casi a rastras detrás de una de las casetas de la feria.
Anna y Serena abrieron los ojos asustadas, dispuestas a correr detrás de ellos. Al ver lo que se venía a continuación, Alex reaccionó:
—Ni se les ocurra moverse de aquí. Iré a ver qué ocurre, —anunció y fue detrás de ambos.
—¡Dios Santo! ¿Qué le habrá pasado por la cabeza a Daniel para reaccionar así? —preguntó Serena asustada.
—No tengo idea, solo espero que no lo mate al pobre, es enooorme y Joselo es tan pequeño y escuálido, hasta Alex queda disminuido al lado de Daniel y eso que no es nada chico —dijo Anna.
Teresa se acercó confundida.
—¿Qué pasó? ¿Dónde están los varones?
—Creo que a tu novio no le gustó que Joselo te persiguiera, se lo llevó a rastras detrás de esa caseta, —respondió Anna señalando con el dedo.
—¡¿Quéee?! —estaba a punto de correr hacia el lugar indicado cuando vieron a Joselo volver casi corriendo hasta donde ellas estaban. Al llegar junto a ellas, componiendo su vestimenta, dijo casi gritando:
—¡Tu novio está loco, indiecita!... —y acordándose de las firmes sugerencias de Daniel, agregó: —digo… Teresa.
Serena y Anna, al ver que Joselo no había sufrido consecuencias más allá de su orgullo, rieron a carcajadas de la situación y de su cambio de actitud.
A Teresa no le causó gracia en absoluto, dio media vuelta y se dirigió hacia donde estaban los dos varones. Vio que Alex estaba gesticulando, al parecer estaba tratando de convencerlo de algo. Calmate, Teresa, se dijo a sí misma.
—Por favor, Alex ¿Puedo hablar con Daniel a solas? —Pidió amablemente cuando llegó hasta ellos.
Alex se retiró, no sin antes decirle:
—Recuerda lo que te dije.
Daniel solo asintió con la cabeza y miró a Teresa, aparentemente avergonzado de su actitud, diciendo:
—Lo siento, osita.
—¿Qué es lo que pretendías? ¿Ibas a pegarle si Alex no reaccionaba? ¡Dios mío, Dani! Joselo es la mitad de lo que eres tú, lo destrozarías, ¿en qué estabas pensando?
—No me gusta cómo te trata, la familiaridad que tiene contigo. Vas a ser mi esposa, ¡Santo cielo! No voy a permitir que un hombre te trate de esa forma. Es mi deber cuidarte.
—¿Cuidarme? ¿De Joselo? —casi rió con la idea. —¿Tuviste celos de él? Yo creí que tú sabías… es tan evidente.
—¿Saber qué? —Preguntó Daniel con el ceño fruncido.
Teresa se sentía incómoda al confesarle la verdad, ni siquiera sabía cómo decírselo. Joselo se lo había confiado en secreto una vez, casi llorando por ser diferente, por llevar una cruz que le pesaba y que no podía contárselo a nadie, ella era la única que lo sabía directamente de su boca. Todos desconfiaban, por supuesto, pero nadie tenía la certeza además de ella.
—A Joselo no le gustan las mujeres, mi amor.
Continuará...

2 comentarios:

Patricia dijo...

uyyyy q capi, me dejo super intrigada, con lo de serena y joselo, pobres chicos estan super vigilados, aunq ya quiero saber si de verdad era daniel en el burdel, besossss

Anónimo dijo...

Hola chica de verdad que quiero felicitarte porque escribes genial!!! el primer libro me encantooo que chevere q te lo publicaron :D y este segundo de tere me tiene super enganchada ya kiero leer mass y estoy super impaciente x el se serena tambien!!!! De verdad q stan super buenisimosss tus libros!!
Saludos un beso!

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