viernes, 3 de septiembre de 2010

Anna - Capítulo 14

Alex estaba harto. Su idea de ir al despacho era olvidarse por un momento de sus problemas personales, sin embargo ahora su principal problema revoloteaba por la oficina todo el día.
Se la encontraba por donde fuera. Al llegar, allí estaba, por los pasillos, se la cruzaba, si bajaba, ella subía, si él subía, ella bajaba. Estaba revolucionando la oficina, se metía en todo.
Era muy buena como relaciones públicas y encargada del personal. Se encargó personalmente de los conflictos que había en la escuela de la hacienda principal, entrevistó a los posibles reemplazantes del profesor actual. Se preocupaba también del pequeño servicio sanitario que había, proveyéndoles los medicamentos que necesitaban, contratando una enfermera.
Los clientes la adoraban y los empleados aún más.
Esa mañana, casi un mes después de que Anna volviera de su finca, Alex fue a hacer unas diligencias al banco, y a la vuelta se encontró con que ella salía del despacho de su padre.
—Ahhh, Alex, estás aquí. —le dijo su padre.
—Buen día padre, Anna. —saludó parcamente.
—Buen día Alex, —respondió Anna dulcemente.
Su padre, que ya estaba hasta la coronilla de tener que aguantar a su esposa preguntando cuál era la situación entre ellos, cuándo se iba a solucionar y el por qué, —cosa que él tampoco sabía, —quería encontrar alguna solución para unirlos de nuevo. Y Anna se lo había servido en bandeja.
—Hijo, Anna está queriendo ir a supervisar la construcción del ala extra de la escuela en la hacienda y además conocerla. ¿Puedes creer que esta niña no conoce su propiedad? —su padre rió y continuó: —Así que pensé que como tú vas a ir el jueves, ella puede acompañarte.
Alex la miró fijamente.
Ella le mantuvo la mirada, agradeciendo interiormente a su suegro la estupenda idea que había tenido, pero Alex les dijo:
—No creo que sea una buena idea, padre… yo no voy a poder atenderla. Voy y vuelvo rápidamente. Tengo actividades en la capital el fin de semana. Quizás más adelante puedas llevarla tú.
Anna, que deseaba más que nada en el mundo ir con él, intervino en su defensa:
—No es necesario que me atiendas, Alex. Yo puedo cuidarme sola. Una vez que estemos allí solo necesito un caballo y algún peón que pueda acompañarme a ver la hacienda. No te molestaré, lo prometo.
—Bueno, está todo dicho, entonces. —dijo su padre, y antes de que Alex ponga otra excusa, cerró la puerta de su despacho dejándolos en el pasillo.
Alex la arrastró hasta el despacho de ella y entró detrás, cerrando de un portazo.
¡Cielo Santo! Olía tan bien, y estaba tan hermosa.
—¿Tú planeaste esto? —le preguntó Alex.
—¿Yo? ¿Y por qué lo haría? —le contestó ella abriendo los ojos. —Sólo le pedí a tu padre que me llevara con él, le dije que quería conocer la hacienda. Como no queda muy lejos, es muy fácil ir y venir. Él me dijo que no había problema alguno, y luego, si surgió esa idea en el pasillo, fue cosa de él, yo ni siquiera sabía que iba a pedírtelo.
Alex soltó un gruñido, golpeó el escritorio con su puño y maldijo por lo bajo.
—¡Dios mío, Alex! —Al verlo reaccionar así, dijo desesperada: —¿Tanto me aborreces que ni siquiera soportas compartir conmigo unas horas dentro de un carro?
Retrocedió hasta toparse con el escritorio, se llevó ambas manos a la boca y lo miró angustiada, con lágrimas en los ojos.
Al ver su expresión, la desesperación en su mirada, las lágrimas casi asomando en sus ojos, algo se rompió dentro de él. Se acercó rápidamente a ella, la tomó de ambas manos, y llevándoselas a los labios, las besó.
—Yo no te aborrezco, cielo. —le dijo con dulzura, sosteniendo una de sus manos y llevando la otra a su mejilla para acariciarla.
Anna solo necesitó esa confirmación para abrazarlo, metió ambas manos dentro de su chaqueta y se apretó contra él, apoyando la cara en su pecho, como si su vida dependiera de ello.
—Oh, Alex… —le dijo casi sollozando, —yo te quiero tanto, sé mi amigo de nuevo, te necesito. Ya no puedo soportar que estés enojado conmigo.
«Sé mi amigo», él quería ser su amante, su amor, su vida… no solo su amigo.
Él levantó la mirada al cielo, y suspirando, le devolvió el abrazo.
«Soy un idiota, estúpido y débil en lo que se refiere a ésta mujer», pensó. Y le acarició suavemente la espalda, el pelo.
Anna levantó la cara para mirarlo, esperando una respuesta. Sus labios estaban tan cerca que ambos podían sentir sus alientos. Y era maravilloso.
—Yo también te quiero mucho, cielo, —en realidad «te amo», pensó. —Nunca lo dudes. —Si acercaba solo dos centímetros su boca podría besarla, sentir de nuevo sus labios cálidos contra los suyos, compartir sus alientos, que sus lenguas danzaran ese baile que tanto placer le daba.
Pero ella tuvo otra idea, bastante más inocente.
Le cubrió la cara, nariz, ojos, cuello, de pequeños besos que le hicieron cosquillas, el rió y para ella, ese sonido fue la gloria. Había conseguido que se relajara. Había conseguido que le hablara de nuevo, había conseguido estar de nuevo en sus brazos.
Ella estaba embobada viéndolo reírse por primera vez en más de un mes y se separó ligeramente de él. Se tomaron las manos y se miraron.
—Me alegra verte reír, Alex.
Él le tocó la punta de la nariz con un dedo y le dijo:
—Estate lista el jueves a las seis de la mañana. Pasaremos el día en la hacienda y volveremos a la noche. —Dio media vuelta y salió del despacho cerrando suavemente la puerta.
Anna sonreía como una tonta apoyada en el escritorio.


El miércoles a la noche, casi no pudo dormir de la emoción. Pero estuvo lista y esperando a Alex a las seis de la mañana en punto, vestida con su traje de montar, y llevando una pequeña maleta con muda, por si acaso.
El viaje de ida fue realizado sin contratiempos, conversaron gran parte del viaje. Como si se hubieran puesto de acuerdo, ninguno de ellos tocó algún tema que podría enturbiar el ambiente relajado que se había creado. Mayormente hablaron sobre la oficina, los negocios, la cosecha, la infancia de cada uno, recordaron anécdotas de la adolescencia, y así pasaron las tres horas hasta la propiedad.
Cuando llegaron, él la puso en manos del capataz para que le enseñara todo lo que quiera, y se dirigió a fiscalizar los campos.
—Cuídala, Chango… es lo más preciado que tengo, —le dijo Alex al capataz, guiándoles un ojo, y sonriendo se alejó.
El día fue maravilloso para Anna, todo lo que vio le fascinó: la escuela, la enfermería, la casa patronal, la vivienda de los empleados, del capataz… habló con los obreros, sus esposas, jugó con los niños. Participó de una de las clases que daban en la escuela, ayudó al médico a curar a uno de los niños que había tenido un pequeño accidente jugando.
Pasado el mediodía, conoció a la señora Ada, el ama de llaves de la casa patronal. Era una matrona regordeta y bajita, esposa de Chango, el capataz, quien le preparó un delicioso guiso de arroz, que Anna devoró con hambre voraz, no había comido nada desde el temprano desayuno.
Se enteró que Alex iba a almorzar con los obreros. Eso la puso un poco triste, pero enseguida se relajó cuando Ada le empezó a hablar maravillas del «joven Constanzo», como se lo conocía allí.
También recordó muy bien a su padre, con tristeza por su muerte. Pero le contó anécdotas maravillosas sobre él, cosas que ella no sabía. Anna la invitó a sentarse en la galería de la casa a tomar un café para poder seguir conversando con ella.
Alex llegó a mitad de la tarde, anunciando que había terminado. La encontró rodeada de niños, jugando con los animales de la granja. Tenía a uno de los bebés en brazos y estaba riendo por las ocurrencias de los niños que revoloteaban a su alrededor.
Luego de girar en brazos a cada uno de ellos, le dijo:
—Ven, cielo… hay algo que quiero mostrarte.
La tomó de la mano, y despidiéndose de los niños, la llevó hasta las caballerizas, donde los estaba esperando ensillado un hermoso caballo negro como la noche llamado Sansón. La subió a la silla y montó detrás de ella.
Era la gloria estar allí, apoyada en su torso, y envuelta con uno de sus brazos. No era un camino fácil el que estaban haciendo. Bajaron un arroyo aparentemente seco, volvieron a subir, cruzaron un pequeño bosque. El roce de sus cuerpos estaba volviendo loca a Anna.
—Eres muy bueno con los niños, —le dijo para romper la tensión.
—Es que son maravillosos, tan fáciles de complacer, —le dio un ligero beso en la mejilla. Ya estamos llegando.
—¿Donde me llevas? —preguntó Anna curiosa.
—Ya lo vas a ver, —contestó Alex. —Es mi sitio favorito desde que era poco menos que un adolescente. Cada vez que estoy en “Dos Familias” —Así se llamaba la hacienda, —vengo a bañarme aquí… ya llegamos, míralo ¿no es precioso?
—¡Ohhhhh, Alex! —Anna lanzó un chillido. Era maravilloso. Un paraíso. —¿Qué es esto? ¿Cómo puede ser que el agua sea tan trasparente si no es más que un estanque?
—Es un manantial de agua subterránea, cielo. Es el agua más pura que hay, puedes incluso beberla. —Se bajó del caballo de un salto, la tomó de la cintura y fue bajándola pegada a él, de modo a que sus cuerpos se rozaron desde arriba hasta abajo.
La giró hacia el manantial y dejó que lo apreciara.
Era una maravilla de la naturaleza. Estaba rodeado de una densa vegetación con florecillas salvajes de todos los colores. El agua parecía un espejo y se notaba que era muy profunda.
Estaba tan maravillada de lo que veía que no se dio cuenta que Alex se estaba desvistiendo hasta que notó que le desabrochaba los botones de su vestido.
—¿Qué haces, Alex? —le dijo asustada.
—Shhh, te estoy dando la oportunidad que te unas a mí. Yo voy a bañarme. Si quieres, entras. Si no, cuando salga te los abrocho de nuevo.
Una vez que acabó de desabrocharle el vestido, terminó de desvestirse bajo la atenta mirada de ella, que estaba embobada, y gloriosamente desnudo, de una sola zambullida entró al agua.
Anna, que estaba en una altura, veía su cuerpo desplazarse debajo del agua con maestría. Ella sabía nadar, pero no sabía si se animaría a tirarse allí.
Alex asomó del fondo del agua lanzando un grito eufórico y moviendo su cabeza de lado a lado rápidamente para que el agua escurriera. Se pasó ambas manos por el pelo para echárselos hacia atrás, la miró y le dijo:
—Anímate, cielo… está preciosa. —Al ver que ella dudaba, agregó: —prometo no tocarte si no quieres. Mi intención es solo que disfrutes de esta maravilla.
—Ehh… ¿está fría?
—Mmmm, más o menos… pero hace mucho calor, es maravillosa. Vamos, cielo… desvístete.
Y ella dejó caer el vestido sobre la roca.
Nerviosa, se quitó la ropa interior despacio, hasta la última prenda, como lo había hecho él. No le pidió que se voltee, así que él disfrutó de ver de nuevo desnuda al objeto de su obsesión.
Sabiendo que él la miraba atento, levantó ambas manos hacia su cabeza, para sacarse las horquillas que sujetaban su cabellera, sus senos se elevaron, y él sintió que su miembro estaba cada vez más duro. Su espesa cabellera castaño-rojiza cayó sobre sus senos y espalda, formando una cascada de  fuego a su alrededor, haciendo juego con los suaves rizos de su entrepierna. Era maravillosa, su cremosa piel brillaba a la luz del sol.
Se acercó a la costa para ayudarla a bajar.
—Tírate, cielo. Yo te agarro.
Pero ella lo sorprendió zambulléndose de la misma forma que él lo había hecho.
Emergió cerca del centro del manantial, lanzando un grito y riendo a carcajadas.
—¡Ahhhhhhhh… esta friiiiiiia! Eres un mentirosoooo. —Y le lanzó agua por la cara.
Jugaron un buen rato como niños, nadaron, se zambulleron, hasta que en un momento dado, se encontraron ambos en un costado del manantial, cerca de unas rocas menos profundas, donde él se sentó, quedando de la cintura para arriba fuera del agua.
Ella lo siguió, apoyó ambas manos sobre sus muslos y todavía riendo le dijo:
—Esto es maravilloso, Alex… un paraíso terrenal. —subió de pie sobre las rocas menos profundas y quedó a la altura de Alex, entre sus piernas, con su espesa cabellera ocultando sus senos y mitad de su cuerpo bajo el agua.
—Sí, es verdad, —respondió él, suspirando de felicidad. —pero hay algo más maravilloso aún para mí.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es? —le preguntó curiosa.
—Eres tú. —Y la miró intensamente a los ojos.
Ella correspondió a su mirada sin pudor alguno. Al ver que ella no le respondía, pero tampoco se apartaba ni daba señales de estar asustada, le dijo:
—Quiero besarte, amor.
Y Anna le respondió:
—Por favor, hazlo.
 
Continuará...

1 comentarios:

Mayte dijo...

jajaja me encanto el suegro y la escena del estanque hot hot buenisimo guapa besitos del alma

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