lunes, 6 de septiembre de 2010

Anna - Capítulo 16

El estado de ánimo de Anna, sin embargo, era cambiante. Por un lado estaba feliz, porque se había creado entre ambos un ambiente de complicidad e intimidad que le encantaba, todo eso era nuevo para ella, era fascinante. Sólo pensarlo la mantenía en un estado de excitación constante.
Por otro lado estaba nerviosa, pendiente de lo que ocurriría esta noche, y más nerviosa aún por el hecho de tener que dar explicaciones con respecto a su tío, todavía no sabía cómo iba a justificar la mentira, no… ella no le había mentido: la omisión.
—¿Me alcanzas la toalla, mamá Chela? —Anna estaba bañándose, había pedido que le pongan sales aromáticas en la bañera y se había enjabonado con un jabón especial con esencia de jazmín.
Mamá Chela había fruncido el ceño ante tanto preparativo, sabía que el joven Alexander venía a cenar esa noche a la casona, y ella constantemente se preguntaba qué es lo que pasaba entre ellos dos. Intuía las cosas, pero no sabía a ciencia cierta y luego de ese viaje que hicieron a la hacienda de los amigos del joven Alex, las cosas cambiaron, su niña había cambiado.
—Menos mal que se decidió a salir, mi niña, se iba a enfriar ya. —y le pasó la toalla.
—Gracias, mamá Chela. Prepárame la salida de baño para después de secarme, ¿sí? Y llama a Angélica, por favor, quiero un peinado especial hoy.
—Sí, mi niña… el vestido que trajo de la modista es precioso, ¿festejas alguna ocasión especial hoy?
Anna se sonrojó de solo pensarlo.
—No, mamá Chela, pero espero que éste día sea motivo de festejo en años venideros. —Sonrió pícaramente.
Y siguió con los preparativos, se secó, se puso la bata de esponjosa toalla y se sentó en su tocador para que Angélica la peine, aplicándose ligeramente un poco de perfume detrás de las orejas, en las muñecas y en el nacimiento de los senos, como había leído que había que hacer en una de las extrañas publicaciones clandestinas que Teresa solía prestarle.
Estaba concentrada en sus preparativos, imaginándose todo lo que podía ocurrir esa noche, cuando se abrió la puerta de su habitación de golpe y entró Alex, visiblemente alterado, ordenando:
—Mamá Chela y Angélica, por favor, déjennos solos.
 
Anna percibió claramente que algo estaba mal.
Las dos mujeres obedecieron inmediatamente a Alex, sabiendo que en definitiva era el “Señor de la Casa”. Mamá Chela Miró a ambos detenidamente antes de salir, preocupada por el semblante serio que veía en él.
Anna se levantó del tocador, asustada y preguntó:
—¿Pasa algo, Alex?
—Dímelo tú, —le contestó, y lanzó los papeles que le había enviado el abogado sobre el pequeño escritorio frente a Anna.
Se acercó despacio y con manos temblorosas tomó el sobre. Leyó la inscripción. Era el testamento del tío Ernesto que el abogado le había enviado a Alex. «Él ya lo sabe», pensó.
Ella sabía lo que contenía, su tío le había dicho antes de morir que la haría beneficiaria de todos sus bienes. Llorando desconsolada ella le dijo que no quería nada, sólo quería que él viviera y no la dejara sola.
Anna levantó la vista y lo miró a los ojos. Si esta mañana él la había mirado con dulzura, en éste momento su mirada expresaba todo lo contrario: era dura y fría, llena de interrogantes. Ella se estremeció y le dijo:
—Ya conozco su contenido, Alex.
—Entonces explícame.
—¿Qué tengo que explicarte? Es sólo un testamento. Mi  tío era viudo, no tuvo hijos ni tenía parientes vivos, solo yo. Lo más lógico era que me dejara todo, aunque yo no lo quisiera. Nunca me interesó su dinero.
Ella sabía perfectamente lo que él quería que le explicara, pero no quería ser ella la que tocara el tema primero. Quería saber que era lo que él se imaginaba. ¡Dios Santo! Todo era tan confuso.
—Ernesto Gutierrez, así se llamaba tu tío, ¿no?
—Sí, Alex. Y si te preguntas el por qué no tenemos el mismo apellido, te explico: mi abuelo paterno…
—Ya sé la historia, Anna. —la interrumpió él cortante. —Me la contó mi padre esta tarde. Aunque me hubiera gustado que tú me la hubieses contado antes.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres saber? —le preguntó, bajando la cabeza.
Se acercó a ella y le tomó la barbilla con una mano, levantándola hacia él, de modo a que lo mire a los ojos, y le dijo:
—“Ernesto” también se llamaba tu supuesto amante, «el viejo»… ¿no? Que coincidencia, mi querida. ¿Puedes explicar eso?
La estaba lastimando y no se daba cuenta. Anna se zafó y retrocedió, topándose con el poste de la cama.
—¿Me estás acusando de algo, Alex?
Sus labios se curvaron en una sonrisa cínica, y sus ojos la miraban entornados, con el ceño fruncido.
Parecía tan inocente, y no era más que una mentirosa.
—Me mentiste.
Ella se acercó a él, le puso una mano en el pecho, cerca del corazón y le contestó:
—Yo nunca te mentí, Alex. Si en algo he pecado, quizás haya sido por omisión, pero nunca, jamás te he mentido.
—¿Qué quieres decir? ¿Acaso no admitiste que tenías un amante clandestino que se llamaba Ernesto?
—No, Alex. Tú sacaste esas conclusiones solo. Yo nunca lo admití ni te dije nada al respecto. No sé por qué ni cómo te imaginaste eso, aunque siempre me pregunté cómo llegaste a esa conclusión, pero yo nunca te lo dije, de eso estoy segura.
—¿Ahora yo soy el loco? ¡Ja! —se pasó una mano por el pelo, dio media vuelta y caminó unos pasos, recordó que los constantes viajes de ella lo hicieron sospechar y corroboró sus supuestas sospechas el día en que los vio en el carro, él la tenía abrazada y le daba un beso en la mejilla al despedirse. Mirándolo en perspectiva, se puede decir que fue algo totalmente inocente, no era su amante, era su tío, por Dios. Fueron los celos que sintió lo que lo llevaron a sacar esas conclusiones. Su rabia se convirtió en incertidumbre. Volvió a ponerse frente a ella y le dijo, ligeramente más calmado. —Aceptemos eso, pero tampoco nunca lo negaste.
—No, —admitió Anna bajando la vista y mordiéndose el labio. —No lo hice. Tienes razón en eso.
—¡Santo cielo, Anna! ¿Por qué? No me explico… ¿por qué dejaste que siguiera creyendo eso? —Durante meses enteros le carcomieron los celos por esa situación, cuando se los imaginaba juntos, pensando que ese hombre podía tocarla y él no, y en todo ese tiempo ella no lo desmintió, y el sufrió en silencio, pero eso no era algo que podía admitir ahora frente a ella. —Acláramelo, por favor.
Anna suspiró.
Caminó hasta la cama y se sentó en el borde, bajando la cabeza y estrujando las manos en su regazo. ¿Cómo explicarle sin aceptar que lo hizo para proteger los sentimientos que él mismo le generaba?
—Ehhh… es que, cuando nos casamos tú tenías una reputación, ya sabes, de libertino y mujeriego, y todo eso… y yo… bueno, no sé… eh, no quería ser menos.
Alex se paró frente a ella con las dos manos en la cintura y el ceño fruncido.
—¿Querías que yo piense que también eras una libertina? Eso no tiene sentido, Anna.
Se desesperó, no estaba haciéndolo bien.
—Noooo, no es eso. Yo solo… solo utilicé esa conclusión a la que llegaste para protegerme, Alex.
Cada vez entendía menos.
—¡¿Protegerte de qué?! —Al ver que ella no respondía, le preguntó: —¿No será de mí, no? —ella seguía sin responder. —¡Dios Santo, sí!
Alex lanzó una carcajada nerviosa y al ver que ella se quedaba callada, mirándola con esos enormes ojos verdes y asustados, le dijo:
—¡Yo, que siempre te traté con el mayor respeto, como un caballero, como si fueras algo precioso, como si fueras de cristal! ¿Estabas protegiéndote de mí? —la levantó del borde de la cama, tomándola por los brazos, sin darse cuenta de la fuerza con que la agarraba.
—Alex… me lastimas, —le dijo en un susurro.
—Y tú también a mí, Anna. Por Dios… ¿Qué fue lo que yo te hice para que tengas que protegerte de mí? ¡Ahora resulta que me haces sentir como si fuera un violador! —fue bajando el tono de su voz. —Hasta cuando estuvimos juntos íntimamente te trate como una preciosa joya, jamás en toda mi vida he tratado a una mujer como te traté a ti, por Dios… explícame.
Tenía que decírselo. No había otra forma de justificarse. Levantó ambas manos y las apoyó sobre su pecho.
—No me estaba protegiendo de ti, Alex… sino de mí y…
Anna tragó saliva y se miraron a los ojos.
—Continúa… —le pidió él en un susurro.
—…y de las sensaciones extrañas que me hacías sentir cada vez que estaba cerca tuyo.
Esa afirmación fue suficiente para que Alex comprendiera lo que ella quería decir, pero tenía que oírlo de sus labios.
—Mi amor… —la abrazó y apoyando su frente sobre la de ella, le preguntó: —¿Me deseas?
—Sí. —dijo Anna en un susurro, abrazándolo también y levantando la cara hacia él, buscando sus labios.
Antes de tomar posesión de su boca, con sus alientos mezclándose, Alex le dijo con la áspera voz cargada de promesas:
—Me alegro que lo admitas por fin.
Cuando su boca le acarició, se quedó casi sin aliento. Los labios de Alex buscaron los de ella, atrayentes y susurrantes. Y entonces la besó, manteniéndola abrazaba con tanta fuerza que no podía moverse, besándola de una forma abrasadora.
Ella tembló, sin dar crédito al deseo que le recorría el cuerpo a causa de aquel beso. De repente, se sentía salvajemente viva y receptiva a las caricias y las sensaciones. Sentía la sangre corriéndole por las venas.
Sin dejar de besarla, él buscó el nudo que mantenía cerrada su bata y desatándola la deslizó por sus hombros, cayendo a los pies de Anna, dejándola desnuda ante sus ojos. La levantó rápidamente y la recostó sobre la cama.
Mientras se desnudaba rápidamente al borde de la cama, contemplándola como si fuera una obra de arte, le dijo:
—Eres tan hermosa, mi amor… espera, me desvisto y te haré sentir como nunca antes te sentiste.
Ella sonrió con los ojos entornados y le susurró:
—Esto era justamente lo que yo quería evitar… —pensando en sus motivos anteriores.
—¿Tenemos que hablar, cielo? —le preguntó Alex creyendo que ella dudaba.
—Noooo, Alex… ahora no. —Dijo extendiendo ambas manos hacia él. —Hablemos después… ahora hazme el amor, por favor.
Y subiendo a la cama apoyado en sus manos, le dijo:
—Sus deseos son órdenes para mi, señora Constanzo.
 

Continuará...


 

1 comentarios:

Mayte dijo...

aunque sea repetitivo hayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy que emocionnnnn porfin se arreglo buena parte de los malentendidos ahora solo falta que se confiezen su mutuo amor buenisimo amiga gracias me encanto

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