viernes, 3 de septiembre de 2010

Anna - Capítulo 13

Anna estaba tomando el té con Serena y Teresa. Hacía dos semanas que volvió a la hacienda “La Esperanza”, donde había pasado su niñez y adolescencia. Fue en busca de «algo» que no había encontrado. En su ingenuidad pensó que volver allí solucionaría todos sus conflictos interiores, que allí encontraría la paz que necesitaba, que volvería a ser una niña sin problemas.
¡Craso error!
Aprendió que los conflictos interiores, vaya donde vaya, siguen ahí. Se dio cuenta que había crecido, que ya no era una niña y nunca más volvería a serlo. Eso se lo debía a Alex, la había convertido en una mujer, con los sentimientos y emociones a flor de piel, los anhelos y deseos propios de una adulta. No sabía si agradecerle u odiarlo por eso.
¡Já! No podía odiarlo… nunca, lo amaba.
Desde esa mañana en la hacienda de los Allegro, Alex solo se dirigió a ella con monosílabos cuando era estrictamente necesario. Hicieron todo el camino de vuelta a la capital en silencio. Fueron las diez horas más incómodas de su vida.
Anna no tenía idea de cuál fue la excusa que Alex les dio a sus amigos para volver antes de tiempo, pero Ámbar, intuitiva como era, se dio cuenta de que algo estaba mal, porque cuando se despidieron le dijo al oído: «No me creo un pito lo que Alex nos dijo, pero sea lo que sea que haya pasado, se solucionará, no te preocupes»
Anna le sonrió con tristeza, asintió con la cabeza y se despidió de todos.
Pero desde el día que habían llegado no había vuelto a ver a Alex. No estuvo ni dos días en la capital cuando volvió a “La Esperanza”, trayendo a Teresa y mama Chela con ella. Sabía por una de las criadas de la hacienda, que escribía lo que Petri le dictaba, que él no había pisado nunca más la casona. ¿Dónde estaría viviendo? ¿Habría vuelto a su casa de soltero? Era lo más probable.
Legalmente, todo eso le pertenecía a él por matrimonio. Pero lo conocía, era demasiado orgulloso para aceptar vivir allí.
Serena revoloteaba todos los días por la hacienda, pero hasta la fecha ninguna había logrado sacarle una confesión. Anna sabía que no podía contarle a dos jóvenes solteras los detalles de lo que había vivido con Alex, y estaba segura que querrían saber todo. Pero necesitaba hablar con alguien, estaba malhumorada y taciturna. Si no se desahogaba iba a explotar.
Decidió que se los contaría.
—Anna, sabes que puedes confiar en nosotras, —le decía Serena, —dime, amiga… ¿qué es lo que te pasa?
—Tuve problemas con Alex.
—Me imaginé que era eso. ¿Qué tipo de problemas? —preguntó Tere.
Sin entrar en detalles se los contó, dudaba que sus amigas entendieran, porque habría que estar en su pellejo para sentir la tensión vivida esos días en la finca, el deseo, el anhelo, la intimidad compartida y la frustración.
Una vez que terminó el escueto relato, Serena le dijo:
—Pero no entiendo, Anna… es tu marido, ¿por qué te negaste a tener intimidad con él?
—Porque no es un matrimonio de verdad, ustedes lo saben, solo fue un acuerdo de negocios. Vamos a divorciarnos en poco menos de seis meses.
—Acuerdo de negocios o lo que sea, es un matrimonio de verdad. Yo no me creo que él se haya casado contigo solo para que tú controlaras tu  herencia. Ese hombre está enamorado de ti. —aseguró Tere.
—Sus motivos fueron otros, a él le importa un rábano mi herencia.
—¿Y cuáles fueron esos motivos, según tú? —preguntó Sere.
—Estaba harto de la persecución de las mujeres, y de su madre, que quería casarlo a toda costa. Esa fue su explicación. Con nuestro matrimonio, él podía hacer su vida tranquilo, sólo tenía que ser más discreto, además iba a tener el control de la empresa.
—¡Já! —rió Teresa. —Amiga, esa es una pobre excusa. Un hombre no se casa por esos motivos. Alex tiene demasiada personalidad como para poder sacarse de encima a unas cuantas mujeres, incluida su madre. Eso es cuento Chino, nena. Y lo de la empresa, lo mismo iban a seguir manejándola.
—Yo tampoco nunca me lo creí, —dijo Serena. —Si ese fuera su motivo, ¿por qué querría divorciarse después de dos años? No tiene sentido.
—En todo esto hay mucho más de lo que dices de boca para afuera, Anna, —replicó Teresa, —¿sabes sinceramente que creo?
—¿Qué? —dijeron las otras dos al unísono.
Teresa miró a Anna a los ojos y le retrucó:
—No existe otra explicación coherente para el hecho de que estés pasándolo tan mal porque él haya dejado de hablarte: creo que tú te has enamorado de Alex.
Serena abrió los ojos como plato y miró también a Anna.
Y ahí estaban las dos, mirándola fijamente, esperando una respuesta. Ella ya lo había admitido a sí misma, ¿qué más daba contárselo a sus amigas? Bajó la vista al piso y afirmó:
—Pues sí, lo amo con locura.
Serena se acercó a ella y la abrazó.
Teresa, tan práctica como siempre, le dijo:
—¿Y qué carajo haces aquí, entonces? Te creía más inteligente. Debería estar allá, luchando por él, en su cama, si es posible. ¿O acaso no sabes que el arma más potente que tiene una mujer es su entrepierna?
Serena lanzó un aullido y se ruborizó.
Pero Anna, que había vivido esas experiencias con Alex, sabía que Teresa tenía razón, había visto el poder que tiene una mujer sobre un hombre en la intimidad. Asintió levemente y dijo:
—Ya me di cuenta…
—Uhhhh, —se rió Teresa, —también en esa afirmación hay mucho más que lo que nos contaste.
—¿Sabes que a veces te odio porque siempre tienes la razón? ¿Hay algo que a ti se te escape? —le dijo Anna con una sonrisa, sintiéndose mejor aunque sea momentáneamente.
—No creo que quiera oír ese tipo de confesiones… —dijo Serena cohibida.
—No seas mojigata, Sere. Algún día tienes que aprender, no vas a llegar al matrimonio siendo una bobalicona que no sabe complacer a un hombre. —le dijo Teresa.
—Así como estoy, amiga, creo que nunca llegaré a casarme, así que eso no me afecta. Mejor que no sepa nada. —dijo Serena con tristeza.
—¿A qué te refieres, Sere? —preguntó Anna, sintiéndose tremendamente egoísta al darse cuenta que su amiga también tenía sus propios problemas y ella, tan inmersa en los suyos no se había dado cuenta.
—¿Qué hombre voy a conseguir aquí, en medio de la nada? Todos los jóvenes casaderos que pudieran haber los conocemos desde niños, son como nuestros hermanos, además, todos están estudiando en la capital. No tengo ningún futuro aquí, más que el de cuidar a mis padres cuando sean viejos y yo una solterona, hasta mis dos hermanos ya se fueron y yo sigo aquí. —Dijo Serena con tristeza.
—Eso tampoco es problema, mi querida amiga, —afirmó Teresa. —Te vienes a pasar una larga temporada con nosotras en la capital y nos encargaremos de conseguirte una fila de admiradores.
Anna sonrió, pensando que a veces le gustaría ser tan práctica como Teresa. Todo para ella era tan sencillo, no se hacía problemas por nada. Pero de repente se puso a pensar, que realmente tampoco sabía a ciencia cierta si la actitud tan peculiar de ella no era solo una fachada.
—Tienes razón, Tere, —afirmó Anna. —Y ahora me pregunto, ya que has solucionado todos los problemas del mundo… ¿tú, tienes alguno que quieras compartir con nosotras?
—¿Yo? —dijo Teresa, —mi único problema en este mundo se llama Daniel Lezcano y ya lo conocen de sobra, no vale ni la pena hablarlo. Lo que un comienzo me gustó de él: su seriedad, estabilidad, seguridad, ahora ya no lo soporto. A veces quisiera estrangularlo para hacerlo reaccionar y me pregunto si realmente tiene sangre en las venas o le corre agua.
Se refería obviamente a su prometido. Todas rieron con su ocurrencia, y el ambiente se tornó más distendido. Siguieron conversando, despotricando de todo aquello que llevara pantalones, en general y otros en particular. No quedó títere con cabeza.
Después de semanas volvía a sentirse mejor, le había hecho bien hablar con sus amigas.
En la intimidad de su dormitorio, a la noche, Anna decidió que debía volver a la capital. Se estaba comportando como una cobarde, estaba huyendo del problema, cuando lo que tenía que hacer era enfrentarlo.
No tenía idea de qué iba a hacer, pero trataría de solucionar las cosas con Alex. Por lo menos lograr de nuevo su amistad. Luego ya vería como se sucedían las cosas.
Y como todas las noches, cerró los ojos pensando en Alex, ahora sus fantasías eran muy diferentes a cuando era más niña, y abrazando su almohada se fue quedando dormida con una sonrisa.


En la capital, las cosas no estaban mejor que en la hacienda.
Desde que Anna lo dejó, Alex había dado un vuelco de ciento ochenta grados en su vida de nuevo. Volvió a su casa de soltero y a su vida pasada antes de que Anna apareciera.
Salía casi todas las noches de «juerga» con sus amigos solteros. Buscaba olvidar lo vivido con Anna, olvidarla a ella. Pero todas eran unas pobres sustitutas de lo que él quería, como nada ni nadie lo satisfacía, se emborrachaba para olvidar.
Sabía que no podía seguir así, ese tipo de vida ya no lo satisfacía. Y estaba faltando al acuerdo que tenía con Anna.
Ayer se había enterado por su secretario, que manejaba todos sus bienes y se encargaba tanto de los de él, como los de ella, que había vuelto a la casona. Le carcomía la curiosidad saber el motivo de su venida, pero no iba a mover un solo dedo. Ella no lo quería, lo había dejado muy claro. Todavía amaba al «viejo», y «nunca lo iba a olvidar», según sus propias palabras.
Estaba en la oficina, con una tremenda resaca de la noche anterior, revisando unos papeles sentado en su escritorio, cuando levantó la vista hacia la puerta y la vio.
 Su corazón se aceleró solo con verla. Estaba tan hermosa en su vestido verde claro con florecitas, parecía tan serena e inocente.
—Hola Alex, —dijo suavemente. Más relajada de lo que en realidad se sentía, por dentro era puro nervios.
—Vaya, vaya… —dijo Alex levantándose, dirigiéndose al frente de su escritorio y apoyándose en él. —pero si ha vuelto la huidiza Anna. Que sorpresa.
Ella no esperaba que la recibiera con los brazos abiertos, obviamente, quizás esperaba monosílabos de su parte, o que no quisiera hablar con ella, pero  definitivamente no el sarcasmo que sentía en su voz.
No le iba a seguir el juego. Ella no quería pelearse, quería arreglar las cosas con él, para eso había ido hasta allí.
—Llegué ayer... ¿cómo estás? —dijo con suavidad. Se acercó.
«Conversación intrascendente, puedo hacerlo», pensó él.
—Bien, Anna… ¿y tú?
—Ehh… no muy bien, —contestó bajando la vista, se estaba poniendo nerviosa por la actitud tranquila y sarcástica de él. Al ver que él no respondía, pasó la yema de los dedos por la pulida madera del escritorio y continuó: —me he sentido muy mal por todo lo que ocurrió entre nosotros y la forma en que nos despedimos… yo…
—No hubo despedida. Solo huiste.
Anna levantó la vista, lo miró y le respondió:
—Sí, lo sé. Hice mal, Alex. Pero de verdad necesitaba ese tiempo a solas. He aclarado mis ideas. Me siento mejor ahora.
—Me alegro por ti. —Le dijo Alex con amargura, para él fue un infierno. ¡Dios, necesitaba una copa! Fue hasta el pequeño bar en una esquina del despacho y se sirvió un whisky. Se volvió hacia ella y le preguntó: —¿Quieres tomar algo?
—No gracias… y tú tampoco deberías beber, Alex… ni siquiera es mediodía.
—No tienes ningún derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer, Anna.
«Anna, solo Anna», ya no se refería a ella con palabras cariñosas como «cielo» ó «amor»
—Soy absolutamente consciente de eso. Sólo te lo digo como amiga… ¿Porque somos amigos, no Alex? —Se acercó a él con cautela, podía ver que tenía ojeras, y parecía que había bajado de peso.
 
—Yo no quiero ser tu amigo, Anna… dime a que viniste y terminemos con esto, estoy ocupado.
Ella tragó saliva y con nerviosismo le dijo:
—Quiero que vuelvas a la casona y que todo vuelva a ser como antes.
—Eso no es posible, ¿alguna otra cosa que desees?
Ella recurrió a la única arma que se le ocurrió:
—Tenemos un acuerdo…
—No sabía que eras tan rígida, Anna. Cuando te conocí me pareciste una persona muy abierta, muy accesible. Los acuerdos pueden re-negociarse.
—Yo no quiero re-negociarlo. Me gusta tal cual está.
—Y se cumplirá, no te preocupes, solo que no viviré contigo.
Eso sería una tortura para él. Ya lo fue durante más de un año, no estaba dispuesto a seguir, menos aún después de lo que habían compartido. Saber que a la noche los separaba solo un muro, imaginarla durmiendo a unos pasos de él. No, no era posible. Ya había hecho el papel de estúpido durante demasiado tiempo. Era suficiente.
—Alex… por favor, —suplicó ella acercándose a él y posando una de sus manos en su pecho.
Él la apartó suavemente y volvió hasta su escritorio.
—Si no tienes nada más que decirme, voy a seguir con lo que estaba haciendo. Buen día, Anna… espero que tengas una feliz vuelta a casa.
Él vio que los ojos de ella estaban vidriosos, como a punto de llorar, pero bajó su cabeza para que no la viera. «No sientas pena por ella, Alex», se dijo a sí mismo.
Anna se giró despacio y salió del despacho.
«Me lo merezco», pensó.
Alex apoyó sus codos en el escritorio, y sosteniendo la  cabeza en sus manos, se dijo a sí mismo: «No quiero hacerle daño, no quiero que se sienta mal, pero ya no puedo seguir con esto, se acostumbrará. Cumpliré lo que prometí, pero lejos de ella»
Anna fue hasta el despacho de su padre, ahora el de ella, se sentó en el escritorio y lloró hasta que ya no le quedaron lágrimas.
Una vez que se hubo tranquilizado pensó: «Tiene que haber alguna forma de recuperarlo». Y miró el despacho.
«Pues bien, si no puedo tenerlo en la casa conmigo, él me tendrá aquí con él, todos los días». Y una sonrisa asomó en sus labios.
Sin querer, los roles se habían invertido.
Como quien dice: “Se había dado vuelta la tortilla”

Continuará...

1 comentarios:

Mayte dijo...

hayyy anaaa luchaaa pobre alex pero en fin cuando se les complica las cosas se van por el camino facil luchaaa lo bueno es que ana ya entendio jiji me encanto guapa besitos

Publicar un comentario