sábado, 4 de septiembre de 2010

Anna - Capítulo 15


Alex no necesitó que se lo dijera dos veces.
La tomó con ambas manos por la nuca, enviando su cabello hacia atrás para sentir sus senos sobre la piel de su torso y la atrajo hacia él.
Sus labios se unieron en un dulce beso. Sus manos se abrieron para deslizarse sobre los músculos de su pecho, llevó los brazos alrededor de su cuello abrazándolo y amoldó su boca a la de él.
Él le acariciaba la espalda, las caderas, las nalgas, empujándola hacia su erección. Con las manos y la boca, nutrieron la punzante corriente de deseo de ambos hasta que pareció que no serían capaces de soportarlo más.
Gradualmente, Anna comenzó a separar los labios y la punta de sus lenguas iniciaron una dulce exploración, mezclándose, saboreándose, como si en todo el mundo no existiera nada más que el sabor de sus labios. Entonces notó que Alex inspiraba profundamente y alzaba las manos de sus nalgas para tomarla por la cintura bajo el agua y elevarla a horcajadas sobre él.
Los senos de Anna quedaron casi a la altura de los labios de Alex. Él aprovechó y bajó su boca hacia uno de sus pezones y le pasó la lengua delicadamente, luego al otro. Sabía a agua dulce y pura. Con la lengua hizo pequeños círculos en uno de ellos, mientras con el dedo hacía lo mismo con el otro.
Anna, que no cabía en sí de tanto placer, mandó su cabeza hacia atrás, inclinándose para que pueda tener mejor acceso, ofreciéndole sus senos para que haga lo que quiera con ellos.
En la posición en la que estaban, sus sexos se tocaban, la punta del miembro de Alex rosaba la entrada del de ella. Él inició una pequeña danza con sus caderas, de modo a que sus partes íntimas se rozaban con un ritmo constante, masturbándose mutuamente, ella le siguió el ritmo e hizo lo mismo.
Alex no quería perder el control, y eso era precisamente lo que estaba ocurriendo, en un susurro, le dijo:
—Anna, mi amor…
—Mmmm, —ella solo pudo suspirar, y fue el sonido más hermoso a los oídos de Alex.
Él creyó escuchar algún sonido sospechoso, y reaccionó.
—Cielo, no podemos hacer esto aquí. Realmente no sé si alguien puede venir. No es un lugar seguro.
Ella suspiró y asustada miró a los costados.
—Oh, Alex…
—Lo sé, cielo. No deberíamos haber llegado tan lejos. —La mantuvo abrazada firmemente a él. —Sé que nadie va a venir a ésta hora, todos están ocupados todavía, pero uno nunca puede estar seguro.
—Vistámonos, —le dijo ella.
—Sí, es lo más conveniente, —afirmó él.
Ambos se levantaron y tomándola por la cintura, de espaldas a él, la ayudó a subir la pequeña pendiente hasta la zona donde quedaron las ropas, deleitándose con la vista de su trasero desnudo, le dio ligeros besos a ambas nalgas y ella soltó respingos deliciosos.
Llegaron riendo hasta el sitio donde se encontraban sus ropas esparcidas y se vistieron rápidamente ayudándose mutuamente. Él le estaba abrochando los botones de la espalda y dándole ligeros besos en la nuca, cuando ella le dijo:
—Nunca me había imaginado siquiera que dos personas pudieran tener éste tipo de intimidad, Alex… es, es fascinante.
Ella se dio cuenta de su error apenas terminó de pronunciar las palabras. ¡Se suponía que ella ya tenía experiencia! Pero Alex no lo vio desde ese punto de vista, por suerte. Terminó de abotonarle y la volteó hacia él diciéndole:
—Si quieres saber la verdad, amor… yo nunca había hecho nada parecido tampoco.
Ambos rieron, se dieron un dulce, aunque apasionado beso en los labios y caminando de la mano llegaron hasta donde los esperaba Sansón, que estaba pastando tranquilamente.
Hicieron el corto camino de vuelta a la hacienda pegados el uno al otro sobre el lomo del caballo, tocándose, acariciándose, besándose. Ninguno de los dos podía creer lo que estaba ocurriendo entre ambos, esa nueva intimidad diferente, ese entendimiento sin palabras, no dijeron nada al respecto. Pero lo disfrutaron.
Apenas llegaron a la casa patronal, emprendieron camino de vuelta a la capital. Ya estaba oscureciendo, pero Alex debía volver. Tenía una importante reunión de negocios en el banco a primera hora de la mañana.
Despidiéndose de todos, prometiendo volver pronto, la ayudó a subir y se sentó a su lado, pasándole una mano por los hombros. Ella se acomodó en su pecho y lo abrazó por la cintura, metiendo las manos bajo su chaqueta.
Estaba muy cansada, y el traqueteo del carruaje solo la hacía sentirse más adormilada. Él le acariciaba la mejilla, el pelo, y le daba ligeros besos. Relajada, se estaba quedando dormida en brazos de Alex cuando pensó: «tengo que decirle la verdad sobre tío Ernesto… luego» y se durmió.
El cochero los despertó a ambos cuando llegaron a la casona. Adormilado, Alex acompañó a una tambaleante Anna hasta el zaguán de entrada. Mamá Chela la esperaba con su maleta para acompañarla.
—Mamá Chela, ¿nos permites un rato a solas? —le pidió él.
—Fue un día maravilloso, Alex, —le dijo Anna una vez que quedaron solos. —Muchas gracias.
Alex la abrazó y se dieron un suave pero apasionado beso, mezclando tentativamente sus lenguas. Fue un beso breve, pero lleno de significado, cuando terminó Alex le dijo:
—Mañana tenemos que hablar sobre todo lo que ocurrió hoy, cielo. Y sobre nosotros.
—Mmmmm, si, —le contestó ella ronroneando, casi dormida.
—Bueno, vete a dormir. —Y con último beso, la despidió.
Estaba muy cansado y al día siguiente tenía que madrugar.
Satisfecho, subió al carruaje y fue a su casa de soltero, esperando que esa sea la última noche en su vida que duerma solo y en esa casa.
En la intimidad de su dormitorio, a punto de quedarse dormido pensó que por fin se estaban solucionando las cosas entre ellos. Solo necesitaban tener una conversación seria y definir nuevos términos para su acuerdo. Más bien, olvidarse se ese ridículo acuerdo y empezar a comportarse como marido y mujer por fin.
Durmió feliz después de mucho tiempo.


Alex tuvo una mañana muy productiva. La reunión en el banco resultó mejor de lo que esperaba. Tanto éxito lo asustaba. Todo estaba bien en su vida, profesional y personalmente hablando.
A pesar de todo, sentía en su interior un temor de que de un momento a otro todo se desmoronara. Con Anna nunca se sabía que ocurriría. Esperaba encontrar que todo seguía igual entre ellos cuando la viera de nuevo. Esperaba que también con ella la reunión pudiera ser tan fácil como con el gerente del banco.
Necesitaba verla, con solo una mirada el sabría si lo de ayer no fue solo un espejismo y ella volvía a levantar el muro entre ellos, si no volvía a retraerse dentro de su segura caparazón.
Ansiaba encontrarla en la oficina.
Y allí estaba.
Él entró a su despacho y la miró. Ella levantó la mirada de los papeles que estaba leyendo y sonrió al verlo. Alex supo que todo estaba bien.
Anna se levantó rápidamente y fue casi corriendo a reunirse con él a mitad del despacho. Prácticamente se tiró a sus brazos. Para él fue la gloria.

—Buen día, cielo… —le saludó él.
—Mmmm, hola, —le dijo ella acurrucándose en sus brazos.
Sus labios se buscaron, e iniciaron una danza ya conocida para ellos, sus alientos se mezclaron, sus lenguas se entrelazaron. Estaban tan juntos y apretados el uno al otro, que parecían una sola persona.
Hasta que él puso fin al beso, recordando donde estaban, y apoyando su frente en la de ella, le dijo en un susurro:
—Es maravilloso sentirte así, cielo.
—Es delicioso estar en tus brazos, Alex.
Estaban tan inmersos el uno en el otro, que ni siquiera se dieron cuenta que el padre de Alex había entrado al despacho y los observaba satisfecho. Su plan había salido bien, aparentemente.
—Ejem…
Se sobresaltaron, se separaron ligeramente y dijeron al mismo tiempo.
—Padre…
—¡Suegro!
—Bueno, bueno, —dijo el padre de Alex. —Me alegra verlos así. Espero que hayan solucionado sus problemas de una vez, porque ya tu madre me tiene harta con este tema, hijo.
Ella rió avergonzada.
—Siento mucho si te creamos conflictos, padre, —dijo Alex manteniendo a Anna muy cerca de él.
—Ya no importa, mientras esté todo bien entre ustedes, solo venía aquí para hablar con Anna. —y mirándola, le dijo: —Me acabo de enterar lo de tu tío, hija. Lo siento mucho, sólo quería que lo supieras. Lo conocí y era un gran hombre.
Anna se sobresaltó, se separó suavemente de Alex y bajando la cabeza, dijo:
—Gracias, suegro. Era un hombre maravilloso, y lo extraño mucho.
Anna maldijo en su interior. Tenía que hablar con Alex de su tío lo más pronto posible, pero no ahora. No estaba preparada.
—Bueno, los dejo solos. —se despidió y salió del despacho.
Alex la estaba mirando con el ceño fruncido.
—Yo creía que no tenías parientes, cielo… ¿quién es éste tío tuyo y que le pasó?
—Ehhh… y no tengo a nadie, Alex. Mi tío también murió. Pero… ¿podríamos hablar de esto más tarde? Tengo una cita con la modista en… —miró el reloj, —¡ahora!
—Bueno, ¿a qué hora nos vemos hoy? ¿Paso por tu casa después de la oficina? —le preguntó Alex, reteniéndola.
Ella se acercó a él y le dijo:
—Es también tu casa, Alex. Y te espero allí.
Le lanzó un beso con la mano y salió disparada de su oficina.
Él volvió a sus actividades, recibió a dos personas. Fue a almorzar a su casa, descansó un rato y volvió a la oficina a mitad de la tarde.
Cuando terminó con todo lo pendiente del día, esperaba solo revisar la correspondencia que tenía pendiente para ir a lo de Anna. Estaba ansioso por reunirse con ella.
Había algunas invitaciones, unas cuentas pendientes, y un sobre del abogado de Anna que le llamó la atención, decía:
    Para: Sr. Alexander Constanzo.
    De: Sr. César Álvarez, Abogado.
    Ref: Testamento Sr. Ernesto Gutierrez.
    Beneficiaria: Sra. Anna Constanzo Sabater.

«Ernesto», le sonaba. ¡Dios Santo! Ese era el nombre del «viejo», el amante de Anna. Había muerto. Por eso Anna estaba tan desconsolada ese día, hace poco más de un mes. Y el supuso, erróneamente por lo visto, que solo la había abandonado.
Desconcertado y bastante curioso, abrió el sobre, había una copia del testamento, y una carta del abogado.
Sintió rabia y celos. Él no quería nada de ese hombre. Si iban a ser por fin marido y mujer, ella tendría que comprender. ¡Ufff! Le dejaba dos propiedades, un próspero negocio de ramos generales y bastante dinero en efectivo. Tendrían que repartirlo a la beneficencia.
Pero luego leyó la carta del abogado, dirigido a él, era corta y precisa.
Volvió a leerla, no comprendió.
«¿Su tío?»
Se levantó como alma que lleva el diablo y fue hasta el despacho de su padre. Al verlo entrar tan precipitadamente, preguntó:
—Hey, hijo… ¿qué pasa?
—Padre, necesito preguntarte algo… ¿quién es Ernesto Gutierrez?
—Pobre hombre, —dijo su padre, —era el hijo no reconocido del abuelo de Anna. El hermano de Guillermo Sabater, se conocieron cuando ya eran adultos y el padre de ambos había muerto. Nunca pudo reconocerlo, pero Anna y su padre lo trataron siempre como de la familia. Ella lo adoraba. Incluso la acompañó a su viaje a Europa cuando se le antojó que quería «conocer el mundo»… ¿recuerdas que te lo comenté?
Alex se quedó mudo, su padre continuó:
—Vi el sobre del testamento en tu escritorio… ¿Pasa algo malo, hijo?
—No padre, ya me retiro. Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Salió del despacho de su padre, recogió sus cosas como un autómata, tomó el sobre del abogado y sin pensarlo dos veces se dirigió rápidamente a la casona.
Era demasiada coincidencia, no podía haber dos “Ernestos” en su vida. Si lo que él sospechaba era cierto, Anna le había mentido, y estaba furioso.
Pero… ¿por qué le mintió?
Pronto iba a averiguarlo.

Continuará...

1 comentarios:

Mayte dijo...

hayyy la que se le va armar a ana jijiji espero que todo se vaya encaunsando guapa por que despues del chapuzon de agua fria que me dio el final del estanque lo ocupo con desesperacion besitos

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