lunes, 6 de septiembre de 2010

Anna - Capítulo 17

«Señora Constanzo», nunca tuvo tanto significado para ella como en éste momento.
—Cielo, antes tengo que hacerte una pregunta.
—Dime…
—Creo que sé la respuesta… pero necesito que me confirmes para seguir: ¿Es ésta tu primera vez?
—¿Importa eso?
—No es un factor determinante para nada, amor… pero es importante para saber si tengo que ser más delicado, no quiero hacerte daño.
—¿Cuenta lo que hicimos antes?
—No, no cuenta.
—Entonces sí, es mi primera vez.
Sonriendo satisfecho, procedió a besarle los pies, las rodillas, los muslos, fue subiendo lentamente, dejando a su paso un reguero de pequeños besos húmedos que electrizaban la sensible y ruborizada piel de Anna. El aliento de su boca pasó sobre su entrepierna, sin tocarla, llegó al estómago y fue subiendo hasta posarse en uno de sus senos, lamiéndolo, chupándolo, mientras acariciaba el otro en pequeños círculos con los dedos.
Anna gemía y se movía debajo de él, acariciando su espalda y sus nalgas.
—No hay ninguna prisa, amor —murmuró en respuesta a su entusiasmo. —Deseo que tu primera vez sea inolvidablemente placentera.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Anna ante esa declaración. No le cabía ninguna duda de que Alex le daría una experiencia imborrable, tenía la prueba de ello.
Siguió subiendo y besó su cuello, le dio pequeños mordiscos a su oreja y volvió a besarla lentamente en la boca, explorándola, saboreándola, atormentándola con delicados asaltos a sus sentidos. Besó su labio superior, las comisuras de su boca y finalmente atrapó el labio inferior entre los suyos y lo succionó con dulzura. Anna se sintió mareada y abrumada ante tantas sensaciones. La puso de costado, entrelazando sus piernas y presionando su erección contra su entrepierna.
—Oh, Alex, —gimió ella.
—¿Me sientes, amor? ¿Sientes lo que me haces?
—Siii, y es maravilloso.
Él bajó su mano por el estómago, la cintura, las caderas y los muslos de ella. Levantó una de las piernas de Anna hasta su cintura, para que su miembro tenga acceso a su palpitante centro, y genere un roce constante entre ellos.
—¿Te gusta, cielo?
Ella no podía hablar, solo podía gemir. El sonrió.
Metió su mano entre ellos y bajó hasta sus labios inferiores, acariciándolos con los dedos de arriba para abajo, ella se abrió inmediatamente a él e hizo lo mismo, acarició su miembro tentativamente, abarcándolo con su mano, sobándolo.
—Quiero darte el mismo placer que tú me das a mí, Alex.
—Mmmm, delicioso. Me parece justo, amor. Tócame, puedes hacer de mí lo que quieras… soy tu esclavo.
Ella rió pícaramente.
—Cielo, estás deliciosamente mojada y tan preparada para mi… quiero probarte de nuevo. —E incorporándose, fue bajando por su estómago, dejando a su paso un camino de besos húmedos, hasta llegar a la suavidad de sus rizos y contemplarlos.
—Ábrete para mi, amor…
Y ella lo obedeció, abriendo las piernas a su mirada. Verlo allí entre sus muslos abiertos bastó para hacerla temblar.
Sus dedos separaron sus labios y comenzó a acariciar la carne íntima de su sexo. Escuchó complacido el grito sofocado de Anna y siguió tocándola. Ya estaba húmeda de deseo cuando él introdujo un dedo dentro de ella, que resbaló fácilmente entre sus fluidos, por sus lisos pliegues, mientras lo rodeaba con el pulgar, formando un ocho, su clítoris se hinchó y floreció ante sus caricias y ante sus ojos, ella arqueó la espalda, e inclinó las caderas hacia delante.
Necesitaba más, necesitaba sentir su boca sobre ella, como aquella vez. Y lo hizo, la boca de Alex se posicionó de su centro, lamiéndola, pellizcándola y recordando sus formas y su delicioso olor.
Cerró los ojos.
—Oh, sí. —Un suspiro de placer exquisito recorrió todo el cuerpo de Anna hasta llegar a la garganta y finalmente salir por la boca.
Sintió un cúmulo de sensaciones agolparse las unas contra las otras, enredándose más y más hasta que sintió que perdía la conciencia y el control. El placer al que él la estaba llevando era profundo y ella se perdía en él, más de lo que ya se había perdido.
Él levantó ligeramente la cabeza de su centro, manteniendo el dedo inquieto dentro de ella y la miró, diciendo:
—Estás lista, amor…
—Yo quiero hacerte lo mismo, Alex. Quiero darte el mismo placer, por favor.
—No es necesario, cielo, —dijo poniéndose a su altura en la cama, con la mano en sus rizos húmedos seguía acariciándola.
—Quiero hacerlo, —le dijo y se incorporó. —Recorrió con los dedos su suave y aterciopelado miembro y él echó la cabeza hacia atrás y apretó los dientes. Unas diminutas gotas de humedad escaparon de la punta de su miembro mientras Anna lo acariciaba con sus dedos. Ella se inclinó y lo lamió con la lengua. Alex gimió y gritó cuando ella lo introdujo en su boca.
Alex comenzó a retorcerse y arquearse contra ella, moviendo sus caderas, con la respiración fuerte y entrecortada. A ella le encantaba ver el placer que le proporcionaba y se lo entregaba feliz, de manera entusiasta, deleitándose ante el hecho de que pudieran compartir sus cuerpos de una manera tan libre.
—Dios Santo, amor mío… ¿dónde aprendiste eso? —gimió salvajemente.
—Mmmm, —siguió acariciándolo con las manos mientras le contestaba: —en unas raras publicaciones que me presta Teresa.
—Bendición por Teresa y esas publicaciones, —dijo jadeando, —pero para ya, amor… quiero llegar dentro de ti, no en tu boca.
La recostó de nuevo entre las sábanas, apoyándola en la almohada, contempló el rápido subir y bajar de sus senos desnudos, y luego inclinó la cabeza. Anna aspiró bruscamente mientras que él tomaba un pezón en la boca, chupando con suavidad. La voluptuosa y húmeda presión originó en ella una oleada de calor que se precipitó a su centro femenino.
Cuando cambió de postura para cubrir su cuerpo instalándose entre sus muslos, Alex levantó la cabeza para mirarla. Anna vio que en sus ojos resplandecía una ardorosa neblina de deseo. Ella también lo deseaba con una intensidad que la asustaba.
No sintió temor cuando, con su duro miembro, Alex buscó el húmedo refugio que tenía entre las piernas y tanteó su entrada. Luego lenta, muy lentamente, inició su cuidadosa penetración.
—No tengas miedo, mi amor… estás muy preparada.
—No lo tengo. Te deseo dentro de mí.
Los poderosos muslos de Alex mantenían separados los de ella a medida que se introducía más a fondo, presionando de manera inexorable en su interior mientras ella le abría voluntariamente su cuerpo, aceptando su henchida virilidad.
Cuando Alex encontró la fina barrera, pudo sortearla fácilmente y enseguida estuvo del todo sumergido en ella. Anna se sintió abrumadoramente llena de él, aunque no podía calificar aquella sensación de dolorosa, su respiración se había vuelto jadeante, y estaba segura de que él podía sentir su corazón latiendo contra su pecho.
—¿Estás bien, amor mío?
En su voz intensamente ronca latía una nota de preocupación.
—Sí, maravillosamente bien, —susurró tranquilizadora.
Haberse unido del modo más íntimo posible era apropiado, incluso perfecto. Cuidadoso y tierno, Alex yacía completamente inmóvil aguardando a que ella se fuera acostumbrando a su invasión y al cabo de un rato, Anna advirtió que la tensión que notaba en su interior se estaba haciendo más urgente.
Cuando comenzó a relajarse, él se retiró y luego se deslizó lentamente en ella haciéndola temblar para después volver a salir. Repitió varias veces su sensual acción, acariciándola con cada tierna inmersión y retirada, avanzando despacio y apartándose de modo rítmico, incitando su respuesta, hasta que ella, de manera instintiva, levantó las caderas tratando de seguirle el paso en una danza de dulce abandono.
Sus jadeos se convirtieron en gemidos cuando Alex avivó el fuego en su interior. Su propia respiración era violenta mientras se movía dentro de ella, aunque procuraba suavizar la poderosa arremetida de su carne, atento solamente a aumentar el placer de Anna.
Ella estaba a punto de sollozar ante esa dulzura. Casi desesperada, se tensó y retorció debajo de él mientras las sensaciones se convertían en una explosión. Cuando todo culminó en un estallido, su pasión se convirtió en un delirio de dicha y se arqueó contra él gritando aturdida.
Alex captó con su boca sus salvajes gemidos sin dejar de mantener el mismo ritmo, prolongando experto su éxtasis mientras ella se retorcía oleada tras oleada. Sólo entonces cedió él mismo al clímax que había arrastrado a Anna. Con un violento gemido hundió su rostro en la curva de su cuello mientras su cuerpo se retorcía y estremecía, y por fin se quedaba inmóvil.
Con su desigual respiración apaciguándose, permanecieron abrazados, débiles y agotados tras el placer.
Alex fue el primero en recuperarse. Levantó la cabeza, besó el sonrojado rostro de Anna con lentas y tranquilizadoras caricias de sus labios y le dijo en un susurro ronco:
—Después todas las fantasías que he tenido contigo, cielo, la realidad ha sido infinitamente superior.
—Hummmm. —Anna no tenía fuerzas para responderle, por lo que se limitó a sonreír. Sólo deseaba yacer allí, saboreando su dura fortaleza, disfrutando de la sensación de estar por completo y dolorosamente llena de él.
—Eres mía, por fin, amor.
—Y tú eres mío, —murmuró adormilada.
Alex sonrió ante esa afirmación, muy propio de ella. No podía quedarse atrás. Salió lentamente de su centro, escuchando sus deliciosos gemidos, se abrazaron hasta que no quedó un solo espacio libre entre ellos y se quedaron dormidos uno en brazo del otro, olvidándose incluso de la cena que los estaba esperando.


Despertaron a media noche hambrientos, pero no fue hasta después de una hora, saciados de otro tipo de apetito que los apremió de nuevo, cuando pudieron levantarse.
—Amor, será mejor que comamos algo, estoy famélico. Si bien tu carne es deliciosa, necesito algo que llegue a mi estómago.
Ella rió, él le ayudó a ponerse su bata y fueron hasta la cocina.
Bendijeron a mamá Chela, que atenta a sus necesidades, les había dejado preparada una cena fría a base de carnes y ensaladas.
Al subir de nuevo hacia las habitaciones, abrazados sin dejar de tocarse, se quedaron mirando el cielo estrellado en la galería frente a la habitación.
Ella apoyó sus manos sobre la pequeña muralla de balaustres, él se pegó a ella por detrás, envolviéndola con sus manos y diciéndole:
—Amor mío, tenemos que hablar, ¿no crees?
—Me encanta cuando me dices así: «Amor mío». —murmuró ella con una sonrisa, aceptando el beso de Alex en su cuello y estremeciéndose.
—¿Acaso lo dudas, cielo? Tú eres mi amor, mi vida… ¿no te lo he demostrado de todas las formas posibles?
Ella se dio la vuelta lentamente hacia él y le acarició sus duros pectorales con las manos, por encima de la bata.
—No, no lo dudo. —le dijo suavemente.
—Te amo, Anna. Te amo con locura. Y voy a enseñarte a amarme. —le dijo Alex con un susurro sobre su boca.
Ella rió.
—¡Cielos, amor! Eso no es necesario… yo te amo más que a mi vida. Hace mucho tiempo que me di cuenta.
Él la levantó en volandas y le dio vuelta por toda la galería. Ella reía, el reía también. Cuando la bajó, le dijo:
—Amor, cuánto tiempo hemos perdido. Yo me enamoré de ti el día que te vi en ese parque, antes de conocerte. Ese día  supe que eras la indicada para mí.
—Seguro a mi me pasó lo mismo, solo que no lo admití hasta la que estuvimos en la hacienda de los Allegro. Antes estaba muy ocupada tratando de huir de ti.
Ambos rieron.
—Creo que debemos dejar de perder el tiempo, ¿no crees? —él pensó un rato y luego le dijo: —Deberíamos casarnos y tener muchos hijos.
Ella rió ante su ocurrencia.
—Ya estamos casados, amor.
—Entonces… ¿qué esperamos para hacer lo otro?
Riendo, la empujó suavemente hasta la habitación con una palmada en las nalgas. Ella dio un respingo y corrió hasta la cama, dejando tirada su bata en el suelo durante el proceso.
Luego de otra desenfrenada y apasionada sesión amorosa, completamente saciados, uno en brazos del otro, se acariciaban dulcemente y Anna le dijo:
—Estoy gloriosamente adolorida.
—Lo siento, cielo… no deberíamos haber abusado.
—Quiero que abuses de mi todos los días, amor.
—Lo intentaré, —rió suavemente. —Hablando de todos los días, no quiero que sigamos durmiendo separados. Deseo que tengamos una habitación para los dos y nunca más nos separemos, amor.
—Yo también deseo lo mismo, Alex.
—Bien, y también debemos olvidarnos para siempre de ese ridículo acuerdo que hicimos. Nuestra vida en común empieza hoy para nosotros.
—Estoy de acuerdo, amor. —le dijo Anna en un susurro. —Te amo.
—Y yo te amo a ti. Por siempre y para siempre.
Y se quedaron dormidos uno en brazos del otro.
FIN - No se pierdan la historia de Serena!

3 comentarios:

Mayte dijo...

hayyy que magnifico final hot tierno totalmente romantico y salvaje me encanto guapa al rato empiezo la de teresa besitos guapa y feliz viernes

Patricia dijo...

me encanto esta historia es genial, y q final jejejeje, besosss

Anónimo dijo...

wow me encanto la historia no pude dejar de leerla wow,

Publicar un comentario